Aclaración:
En esta publicación se hace mención de un manuscrito más precisamente a un
Evangeliario, pero no dan su nombre, por lo que me puse a investigar hace varios
años atrás y me llevo hasta la llamada
Biblia de los pobres, o Evangelio pauperum (aclaro que se lo llama “Evangelio”,
pero en realidad es un “Evangeliario” que no es lo mismo) En ella encontraron
los monjes de la abadía de Metten, la forma de interpretar las letras hasta
entonces desconocidas de la Medalla de San Benito. Subo dos imágenes del
manuscrito original que los monjes encontraron en la biblioteca de la antigua
abadía de Metten. No dejen de leer este post, me dijeron que quieren saber más
sobre San Benito y su Medalla. Entonces a leer.
Es imposible fijar con precisión la época en
que se comenzó a usar la medalla (de San Benito); pero podemos determinar las
circunstancias que favorecieron su propagación y anticiparon su expresa aprobación
por la Santa Sede. Nota: Se pretendió
atribuir mayor antigüedad a nuestra medalla, interpretando erróneamente el
siguiente verso de Paulo Diácono en su himno sobre San Benito: “Aether pluit
numismata”. En realidad, tales palabras aluden simplemente a un milagro
referido por San Gregorio Magno, en la vida de San Benito, cap. XXVII.
En
1647, en Nattremberg, Baviera, unas hechiceras, acusadas de haber hecho
maleficios contra los habitantes de la región, fueron encarceladas por orden de
la autoridad pública. En la instrucción del proceso, declararon que sus
supersticiosas maquinaciones siempre quedaban sin resultado en los lugares en
que la imagen de la Santa Cruz estaba suspendida, o aun oculta en el suelo;
agregaron que nunca habían podido ejercer poder alguno sobre la abadía de
Metten, de donde concluían que tal impotencia se debía a alguna cruz que
protegía aquel monasterio.
Las autoridades consultaron a los
benedictinos de Metten sobre tal particularidad. La búsqueda llevada a cabo en
la abadía permitió constatar que en las paredes había muchas representaciones
de la Santa Cruz, acompañadas con los caracteres… Aquellas señales eran de
épocas remotas, y hacía ya mucho tiempo que nadie les prestaba más atención.
Cumplía explicar tales caracteres, cuyo sentido se había perdido; sólo los
monjes podrían revelar la intención con que habían sido trazadas allí dichas
cruces.
Finalmente,
después de muchas investigaciones, se encontró en la biblioteca de la abadía un
manuscrito. Era un Evangeliario, notable por su encuadernación enriquecida con
reliquias y piedras preciosas, cuya primera página incluía trece versos que
indicaban que el volumen había sido escrito y adornado por orden del Abad
Pedro, en el año 1415.
Ese mismo manuscrito transcribía, a continuación, el
libro de Rábano Mauro sobre la Cruz, y varios dibujos a pluma, ejecutados por
un monje anónimo de Metten. Uno de los diseños representaba a San Benito,
revestido con la cogulla monástica, sosteniendo en la mano derecha un bastón terminado
por una cruz. Sobre el bastón se leía este verso:
Crux sacra sit m lux n draco
sit michi dux
De la mano izquierda
del santo Patriarca pendía una flámula con estos dos versos:
Vade
retro sathana nuq suade m vana.
Sunt
mala que libas ipse venena bibas.
Nota:
La descripción del manuscrito de Metten fue publicada en 1721 por el docto Dom
Bernardo Pez, en el tomo primero de su Thesaurus Andedoctorum novíssimus, donde
mandó grabar el diseño que comentamos.
Así pues, ya en el siglo XV, San Benito era
representado con una cruz; y ya existían los versos cuyas iniciales se leen hoy
en la medalla. Esos versos deben haber
sido, en aquella época, objeto de una devoción particular, porque se veía la
imagen de la Santa Cruz en las paredes de la abadía de Metten, rodeada por las iniciales
de cada una de las palabras que los componen. Se debe reconocer que la piadosa
intención que había inspirado la erección de aquellas cruces había caído en el
olvido, y poco caso se había hecho del precioso Evangeliario cuya descripción
hacemos siguiendo a Dom Bernardo Pez, hasta que una circunstancia inesperada
llevó a los religiosos a buscar la interpretación de los misteriosos caracteres.
Tal incuria es más que explicable a causa de las vicisitudes atravesadas por los monasterios alemanes más de un siglo antes, como consecuencia de
las agitaciones religiosas y políticas
de que fuera teatro la región, y que provocaron la destrucción de muchos de ellos, dejando otros en
estado próximo a la ruina.
Si
ahora quisiéramos investigar en qué época se comenzó a representar a San Benito
con la Santa Cruz, podríamos descubrir algún origen de esa costumbre en los
hechos tan característicos que citamos de las vidas de San Plácido y San Mauro,
primeros fundadores de las tradiciones de la Orden. Vemos allí que ambos realizaron sus obras milagrosas asociando al poder
de la Santa Cruz los méritos de su maestro San Benito.
Por otro lado, un hecho narrado en la vida
del Papa San Leon IX, quien gobernó
a la Iglesia de 1049 a 1054, nos traerá alguna luz para el esclarecimiento de
la cuestión. Ese santo Pontífice, nacido
en 1002, tuvo al principio el nombre de Bruno, y fue confiado, de pequeño, al
cuidado de Bertoldo, obispo de Toul.
Sucedió que, habiendo ido a visitar a sus
padres al castillo de Eginsheim, en la noche del sábado al domingo, mientras
dormía en el cuarto que le habían preparado, un sapo horrible se instaló sobre
su rostro. El inmundo animal apoyaba sus patas delanteras sobre la región de la
oreja y debajo del mentón, y apretaba con fuerza el rostro del joven,
chupándole la piel. La presión y el dolor despertaron a Bruno. Aterrado con el
peligro, se levantó inmediatamente del lecho, y sacudió con un movimiento de la
mano el horrendo bicho, que pudo distinguir perfectamente a la luz de la luna.
Al verlo, soltó un grito de terror; acuden
muchos criados, trayendo luces; pero a su llegada, desaparece venenoso.
En
vano buscan su rastro: todos los esfuerzos son el bicho inútiles. Quedó pues, la duda sobre si la
aparición del monstruo había sido real o imaginaria; pero no por ello las consecuencias
de su paso fueron menos crueles. Bruno sintió enseguida una inflamación
dolorosa en el rostro, en la garganta y en el pecho; y su estado de salud no tardó
en inspirar los más vivos temores.
Durante
dos meses, sus padres desolados rodearon su lecho, esperando cada día ver llegar
su último momento; Dios, sin embargo, que lo reservaba para la salvación de la
Iglesia, quiso poner término a su aflicción, restituyéndole la salud. Hacía
ocho días que había perdido el habla, cuando, de repente, sintiéndose totalmente
despierto, vio una escalera luminosa que partía de su cama, y atravesando la
ventana del cuarto, parecía subir hasta el cielo. Por esa escalera bajó un venerable
anciano, revestido con el hábito monástico y circundado de brillante esplendor.
Traía en la mano derecha una cruz colocada en la punta de un largo bastón.
Llegado
junto al enfermo, apoyó la mano izquierda en la escalera y con la cruz que
llevaba en la derecha tocó el rostro de Bruno y luego las otras partes inflamadas.
Esos toques hicieron salir el veneno por una abertura que se formó
inmediatamente en la región de la oreja. Y dejando al enfermo ya aliviado, el
anciano se retiró, siguiendo el mismo camino por donde había venido.
En el
mismo instante, Bruno llama a Adalberón, su capellán, lo invita a sentarse en
su cama y le cuenta la feliz visita que acababa de recibir. A la desolación que
reinaba en la casa, sucedió la más viva alegría; pocos días después, la llaga
había cicatrizado y Bruno gozaba de perfecta salud. Durante todo el resto de su
vida, le gustaba narrar el milagroso acontecimiento; y el archidiácono Viberto,
autor del relato que acabamos de reproducir, atestigua que el Pontífice había
reconocido, en la persona del venerable anciano que lo había curado con el
contacto de la Cruz, al glorioso Patriarca San Benito. (Mabillon, Acta
Sanctorum Ordinis S. Benedicti, saeculum VI.)
Tal
es la narración que leemos en las Actas de San León IX, reproducidas por Dom
Mabillon en su Sexto Siglo Benedictino.
Esta
narración nos posibilita hacer dos conjeturas de igual verosimilitud. En primer
lugar, parece correcto pensar que si San Bruno reconoció a San Benito cuando se
le apareció con la Cruz en la mano, fue porque ya entonces se acostumbraba
representar al santo legislador portando la señal de la salvación del mundo; en
segundo lugar, al haberse dado el acontecimiento referido con un hombre
destinado a una influencia tan grande, y que profesó tan alto reconocimiento al
santo Patriarca que lo había curado por medio de la Cruz, esto forzosamente ha
de haber contribuido sobre todo en Alemania, donde San León IX pasó la mayor
parte de su vida para originar o al menos confirmar la costumbre de representar
a San Benito con la Cruz, que en sus manos fuera instrumento de tantas
maravillas.
El manuscrito de la abadía de Metten es uno
de los documentos de esa práctica, y los versos que acompañaban la efigie del
santo Patriarca no eran simplemente obra ignorada del copista, sino una fórmula
ya honrada por cierta celebridad, puesto que sólo las iniciales de cada una de
las palabras que los componen se hallaban pintadas en diversos lugares de la
abadía de Metten, alrededor de la imagen de la Cruz; y eso desde un tiempo tan
remoto que, en 1647, ya se había perdido el significado de los caracteres.
El
suceso de Nattremberg despertó la devoción de los pueblos a San Benito
representado con la Santa Cruz. Desde entonces la piedad comenzó a multiplicar
y propagar los augustos símbolos que se encuentran reunidos en la medalla, a
fin de que los fieles pudieran gozar de la protección prometida a los que veneraran
la Santa Cruz en unión con el santo Patriarca de los Monjes de Occidente. Al
instrumento de la salvación y a la efigie de San Benito se unieron los
caracteres cuya explicación se encontraba en el manuscrito de Metten. De
Alemania, donde se acuñó primeramente, la medalla, considerada por los fieles
como una defensa segura contra los espíritus infernales, se difundió con
rapidez por toda la Europa católica. San Vicente de Paul, fallecido en 1660,
parece haberla conocido, pues todas las Hermanas de la Caridad desde tiempos
inmemoriales la traen en su rosario, y durante muchos años, en Francia, la medalla
se acuñó exclusivamente para el uso de estas religiosas.
San
Benito exorcizó con la señal de la Cruz el demonio que impedía la remoción de
una piedra. San Plácido obró milagros, aún en vida de San Benito, por medio de
la Santa Cruz e invocando los méritos de su Padre y Fundador.
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