¡Ay
de mí una, y mil veces! Y ay de mí, ahora más que nunca,
tanto por cuanto aquí padezco (el infierno), como por lo que padezco en
compelerme a desviarte del adulterio, porque deseo inflexiblemente tu condenación;
y como sé cuán cierta será, si estás encartado en ese vicio, no quisiera que
amedrentado de oír lo que padezco yo por adultero dejases tú de serlo, y te
salvaras: pero fio te sucederá lo que a mí, que este miedo solo me movía a
proponer dejar la mala amistad, pero no a dejarla; y como tú te portes asi, yo
no he menester más para salir con mi pretensión que es tu eterna ruina: porque,
como con ese propósito nos condenamos todos los adúlteros, también tú te
condenarás con él.
La razón por que este vicio nunca se piensa
proseguir, y nunca se llega a dejar, es, porque cuando falta el deleite del
apetito, se sigue por la estimación de la persona; y cuando uno, y otro falta
se continúa, porque en castigo de los pecados antecedentes, permite Dios los siguientes;
y en pena de estos, y aquellos, el morir (¡O
qué horror!) sin penitencia, o por falta de tiempo, o por sobrada confianza
del perdón, o por no ver la puerta para entrar en él, muriendo tan ciegos como
vivimos; motivo por qué en Grecia antiguamente castigaban al adultero,
arrancándole los ojos.
Con que ahora solo es mi temor, no sea cosa,
que escarmentando en mí, no te contentes con el propósito, sino que rompas
luego por todo, y ahora mismo cortes esa amistad, te arrepientas, y confieses.
Esto es lo que me da pena, porque esto es lo que a tí te ha de dar la Gloria; y
no es solo por el odio que a tí tengo, sino por el que tengo a Dios; del cual,
como no puedo vengarme en su persona, quisiera verlo aquí arder en su estatua,
que eres tú. Quisiera, porque veo en tí, como en espejo su imagen, hacer
pedazos el espejo, ya que no puedo la imagen, y que ardieras como yo en estas
atroces llamas, pero me obligan a que con ellas te desvíe de ellas, forzándome
a que para esto te intime lo que Jeremías en el Tema: Póngate Dios como a
Sedequias, y Acab, que fueron freídos en el fuego por necios, porque
adulteraron con las mujeres de sus amigos.
Repara, no en el fuego que ahí los quema,
sino en el que aquí los abrasa, y pondera lo que va de fuego a fuego. Lo
primero porque ese fuego es natural, y este sobrenatural, y si a ese da tal
vigor la naturaleza, ¿cuál y cuánto será
el que a este dará el mismo Autor de la naturaleza montando en ira? Lo
segundo por el fin; porque si ese fuego que crió, para sazonarte la comida, y
para defenderte del frio es tan atroz, ¿qué
será este, que lo crió Dios, no para defender, sino para ofender? ¿No para dar
recreo, sino para tomar venganza? Lo tercero, porque si ese fuego hiere
tanto sin entrañarse en el cuerpo, sino con tostar solo la superficie de él, ¿Qué impresión hará este, que abrasa desde
afuera, y nace desde dentro, engendrándose en el vientre del mismo que padece?
Por esto no dice el Tema: que los adúlteros
se asan en el fuego, sino que se fríen:
porque a lo que se asa no le toca inmediatamente el fuego, sino su
calor; pero a lo que se fríe, no solo toca el aceite ardiendo, sino que lo
envuelve, y zabulle en sí, hasta que penetra , y enciende, las entrañas, y si
un licor tan blando como el aceite recibe fuerza tan, dura de este fuego mira,
la fuerza que recibirá de este un material tan acre como el azufre. En este,
pues, o adultero, has de arder, y has de; rebullir, no solo asado en él, sino
freído en él, cercado de él, y tan atravesado de él, que entrará quemando en
tus entrañas, y saldrá quemando de ellas sofocándote el aliento la negra
respiración de su espesó encarcelado humo, y contristándote el corazón su
macilenta amarilla espantosa luz.
¿Quién
creerá que aún es nada lo dicho, respecto de lo que es en la verdad; y qué lo
dicho, y que lo que es en la verdad es menos, respecto de su extensión? Ya
sé no ignoras que es infinita, pero también sé, que no sabes qué cosa sea esta
infinidad. Excede lo infinito a todo humano alcance, mayormente mientras la
carne tápala vista del entendimiento; y asi
nunca podrás comprehender lo eterno
hasta qué lo padezcas; porque habiéndose de discurrir lo que pasa por lo que
ahí ves, necesariamente has de errar la idea, pues ahí ves que el fuego acaba
al paciente, y que cuanto el fuego es más grave, es más breve su pena; porque
como lo priva antes de la vida, lo desocupa antes del sentimiento.
Para desacertar menos la idea, “figúrate a un hombre dentro de un horno
encendido, en que está ardiendo siempre, y siempre viviendo, porque por milagro
de Dios, ni el hombre muere, ni el fuego mengua”: figúrate lo qué está allí
poseído todo de volcanes brotando por cada poro un surtidor de llamas, y que
por no tener salida vuelven de reflexión a ingerírsele por todos sus sentidos;
que Dios hace, que ni el humo, ni el fuego le entorpezcan, ni emboten el
juicio, ni el sentimiento, sino que lo tenga tan vivo como tú ahora Considera
cuanto padecería si estuviera toda una noche de está lastimosa suerte, pues
idéatelo así, no una noche y sino todo un año; todo un siglo, en fin, gasta la
vida en añadirle más años, y más siglos, padeciendo en ese estado eso que te
parece insoportable por una noche, que tampoco harás imagen adecuada de lo que
aquí has de pasar, tanto por lo que va de fuego a fuego, como porqué cuanta
duración le des, toda será de tiempo que tenga fin, y esta no lo ha de tener:
punto a que no puede llegar por limitado tu pensamiento.
Conoce ahora o adultero, tú error, pues por
un gozo tan limitado te arrojas a sufrir lo que no se puede pensar, pues por
apagar una llamarada del cuerpo, despeñas cuerpo y alma al fuego de una duración tan infinita
y de una tan exorbitante actividad: Poco es tratarte el Tema de necio; poco el
tratarte la Escritura de ciego, de fatuo, de irracional, y de insensible, pues
todo esto aspira innatamente a su conservación, y huye de su ruina: ninguno y
en fin, como dicen es necio para su negocio, y conveniencia solo tú, o
malaventurado, abandonas él negocio de tu mayor conveniencia por tu eterna
perdición.
No haré tal, dices a esto, porque no espero
sino ocasión para salir de semejante empeño, recogerme, y tratar de mi
salvación, y esto lo haré antes de mucho, si Dios me da vida: luego si Dios no
te la da, y te la quita antes, y quieres morir en tu pecado, y condenarte:
luego quieres, mientras no suceda esto que dices, proseguir en negar a tu Dios
la obediencia, y que después Dios te dé el Reino de los Cielos. ¿Esto puede hacerlo creer, ni aun el
demonio? ¿El, puede persuadirte lo contrario, que él experimentó? No lo creo,
sino es apagándote antes la lumbre de la razón, y cegándote el entendimiento.
Asi lo hace, para que asi te pierdas. Pues oye el pregón, que voz en grito
promulga
Dios
por San Pablo (I.Cor.6.) No se hagan ilusiones, hombres, no queráis errar; sea
manifiesto a todos, que los adúlteros no poseerán el Reino de los Cielos: los
adúlteros no poseerán el reino de los cielos. Dios es quien lo dice, y no por
mi boca, sino por la del Apóstol; y asi, no tienes sino tres salidas, o el no
creer a Dios, o el apartarte de esa mala amistad, o el perder el Reino de los
Cielos. Nota, que no dice no erréis, sino que no queráis
errar; y es, porque aquí, muchos de nosotros gritamos, que lo erramos, porque
nos faltó la luz de la noticia clara; (Sapient. 5.) y como San Pablo os la da,
con esto dice, no que no erréis, sino que no queráis errar: Nollite errare;
porque después de este aviso, si proseguís en el adulterio, ya será errar, no
porque lo ignoráis, sino porque queréis errar: ya será condenaros, porque os
queréis condenar; pues Nollite errare.
“GRITOS DESDE EL INFIERNO”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.