DÍA QUINTO.
PRIMERA
MEDITACIÓN
Espíritu de sacrificio.
La tercera disposición para seguir fielmente
a Jesús es el espíritu de sacrificio: el estar en ánimo de sacrificarlo todo a
la vida y al amor de Jesús en nosotros.
I.
Jesús lo quiere: “El que ama a padre
o madre, más que a mí, no es digno de mí: y el que ama a hijo o a hija más que a
mí, no es digno de mí.”
En
otra ocasión reclama que odiemos todo cuanto se opone a su amor, y manifiesta
que quien no lo hace así, incluso aun también la vida, no puede ser su
discípulo…
Antes
de admitir a sus discípulos en su séquito, exige que abandonen entonces mismo
barca y redes, casa, familia, padre y madre.
¡Qué
de sacrificios pide Jesús a su Santísima Madre!
Sacrificio
de su libertad y de la gloria exterior de su virginidad, bajo el velo del
matrimonio, bajo la obediencia a los derechos de un esposo. Y María lo cumple humildemente.
— Así lo quiere Dios, como condición de la maternidad divina, de la salvación del
mundo.
¡Sacrificio
de dejar su casa de Nazaret para ir a experimentar desdenes de amigos y
parientes en Belén, y verse reducida a habitar un portal abandonado, destituida
de todo auxilio y rodeada de la mayor pobreza! Y María hace este sacrificio con
alegría. — A tal costa adquiere su título de Madre de Jesús.
Sacrificio
de su patria para ir a habitar un país desconocido, idólatra, inhospitalario,
Egipto, adonde tiene que viajar de noche y en invierno. Y María cumple este
sacrificio con celo. — Lleva a Jesús consigo. Sacrificio de su ternura maternal
y de su afecto hacia la felicidad natural de Jesús, cuando el anciano Simeón le
predice y le muestra la espada de dolor que hiere ya su corazón; y esto apenas
cuarenta días después del nacimiento de su divino Jesús. — ¡Y aquel Calvario
anunciado con su cruz y sus afrentas no lo perderá ya de vista María, durante
treinta y tres años! — ¡Oh qué vida de doloroso amor! María se crucifica con
Jesucristo.
Sacrificio
de desconsuelo. María pierde a Jesús en Jerusalén; no sabe cuándo volverá a
encontrarlo. — Llora por Él y con amor le busca, sin quejas, sin desesperación.
— Se creía indigna de poseer tamaño tesoro.
Sacrificio de soportar el rigor aparente de
Jesús, que finge en su misión no reconocerla en cierto modo como Madre: —
“Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti?” Y también: “¿Quién es mi Madre?” — Pero María
adora los misteriosos designios de su divino Hijo y le ama con acrecentado
amor.
Sacrificio
del Huerto de las Olivas, en donde María experimenta mortal tristeza de no
poder consolar a su Jesús, triste hasta la muerte y abandonado de sus
discípulos.
Mas ¡qué
decir de las agonías de María siguiendo a Jesús a casa de Caifas, de Herodes,
de Pilatos; en medio de las imprecaciones, blasfemias y gritos de muerte que
vomitaban contra su Hijo aquellos a quienes Él había curado, a quienes había
hecho más bien, que eran su pueblo amado!
Y su
dolor es mayor que la muerte al pie de la cruz, cuando ve a Jesús crucificado,
derramando toda su sangre, consumido por abrasadora sed, abandonado de su
Padre.
¡Y María, su Madre amantísima, sin poder
hacer más que compartir sus dolores y consolarle con sus lágrimas y su amor!
¡Qué martirio! ¡Sólo María pudiera
soportarlo; sólo ella amaba a Jesús cómo merece ser amado!
Hasta tiene que hacer el sacrificio del
objeto de su amor, de Jesús. — ¡Habrá de verle morir, le acompañará a la
sepultura, le sobrevivirá todavía veinticuatro años en esta tierra de
destierro! —Pero María sólo quiere lo que quiere Jesús; el amor de Jesús suple
para ella todo: su presencia visible, el gozo de su gloria, el cielo mismo.
He ahí, alma mía, lo que pide Jesús a los
que quieren seguirle y agregarse a Él. ¿Tienes suficiente valor, amor bastante
para ponerte a su discreción? — ¡Adelante! Dile a Jesús: “Divino Señor, Esposo
de mi corazón, yo os seguiré por doquiera, con María, mi Madre.” ¡Pues qué! ¿No
tengo en vos todos los bienes? Amaros y agradaros, ¿no es la mayor felicidad de la vida? Compartir
vuestros sacrificios, vuestros padecimientos, vuestra muerte, ¿no es el más
hermoso triunfo del amor? — ¡Oh Dios mío! Decidido estoy: no pongo ya condición
ni reserva a mi amor para con Vos. Os seguiré en todo y hasta el Calvario.
Hablad, cortad, dividid, abrasad: mi corazón es el altar y la víctima.
II. Sólo al espíritu de
sacrificio concede Dios sus más exquisitas gracias. “Y
cualquiera que dejamos dice —casa, o
hermanos, o padre, o madre, o mujer, o
hijos, o heredades por mi nombre, recibirá ciento
por uno y poseerá la vida eterna.”
Tal es la soberana máxima de la Imitación:
Déjalo todo, y todo lo encontraras en Jesús. — A las almas dadas al sacrificio
concede Jesús:
1°
Su paz y la alegría en el Espíritu
Santo: que si bien da en medio de guerra y combates, es sin embargo, la paz de
Dios; más suave que todas las consolaciones del mundo.
2° Jesús da a sus verdaderos
discípulos sus divinas consolaciones: “Al vencedor daré yo maná escondido.”
¿Qué maná escondido es éste?— Es la alegría en el sacrificio, la consolación
que viene de Dios; la confianza en su divina promesa, la felicidad del alma que
se sacrifica al amor de Dios, y Dios que se une al alma a proporción de su
espíritu de sacrificio.
3° La
gracia de la oración, de la unión del alma con Dios, sólo se otorga al alma que
todo lo ha dado y que se inmola cada día á la gloria de Dios.
Resoluciones.
— Se, alma mía, tan generosa con Jesús
como lo has sido con las criaturas, y Jesús estará contento de ti. Conságrate a
Jesús con tanto afecto como te has entregado a la amistad, y Jesús estará
satisfecho de tu devoción a su santo servicio.
La vida
es corta: emprende tú la senda del sacrificio, que ella centuplica la vida. —
¡Y además debes tanto a la bondad y amor de Jesús! ¿Y qué otra cosa puedes
darle sino el amo; del sacrificio?
Has de ser, no una víctima, sino un
holocausto consumido en el amor de Jesús. — Inmola tu espíritu a la humildad de
Jesús; tu corazón a su amor, tu voluntad a la suya; tu tiempo a la
mortificación que en Jesús resplandece, y he ahí el holocausto.
SEGUNDA MEDITACIÓN.
Vida sencilla y oculta de Jesús.
Jesús escogió la vida sencilla y oculta con
preferencia a las demás maneras de vida. Es, pues, la más excelente en sí misma
y la más apropiada para mí.
I. La más excelentes —
En ella glorificó Jesús a su Padre por espacio de treinta años; en ella
practicó las más sublimes virtudes.
La
vida escondida de Jesús comenzó en el seno virginal de su Santísima Madre
durante los nueve meses que en él estuvo. Oculto allí y desconocido en la
tierra, glorifica a su Padre más perfectamente que podían realizarlo nunca las
más brillantes hazañas. — ¿Qué hace después Jesús en Nazaret?
1° Se
oculta bajo el más sencillo y ordinario techo. Es débil, para honrar y
santificar la debilidad. — Aguarda los progresos de la edad para manifestar, en
lo exterior, las virtudes perfectas de su alma. — ¿Y por qué? Por no hacerse
reparar y seguir la vida común.
2° Jesús en Nazaret
obedece con filial obediencia.
Obedece con grande humildad a criaturas que, aunque sumamente virtuosas, le son
infinitamente inferiores. — Obedece muy suave y gozosamente a José y María,
porque sabe que tienen las veces de su Padre celestial; Jesús se somete a
cuantos tienen alguna autoridad, por comunicar, a todos su gracia de
obediencia.
3° En Nazaret Jesús
trabaja, primeramente en tareas de niño: ayudar a su Santa Madre en el aseo de
la casa; poner la mesa, servir a María y José, abrir
la puerta, barrer la casa, compartir el trabajo manual
de María, que se ocupaba en labores propias de
sus circunstancias.
He aquí la ocupación del Hijo de Dios hecho
hombre — y esto habiendo de permanecer tan poco tiempo en la tierra; — Él, de
quien tanto necesitan pueblos y reyes, — y que es Dios y Rey de los ángeles en
el cielo.
¿Comprendes, alma mía, este misterio? ¡Ah!
Dios ama más la humildad de una vida escondida que la gloria de una vida de
prodigios y de heroicas virtudes. — Jesús ha
querido asi divinizar las cosas más pequeñas y santificar el hogar y las
acciones de la vida doméstica.
Jesús, ya más crecido, trabaja con su padre
nutricio en el tosco oficio de carpintero, y sale con José a trabajar a jornal,
sirviendo al principio de peón y trabajando para amos groseros, exigentes,
altivos; — después de la muerte de San José continúa hasta los treinta años,
trabajando como obrero. ¡Y Jesús era Dios, era la sabiduría en persona, el Creador y Salvador
de los hombres!
Se
oculta treinta años y se ocupa en trabajos harto insignificantes para el mundo;
pero ¡olí alma mía! Jesús te enseña a vivir oculto, a estimar las acciones humildes,
a practicar en el olvido la mayor de las virtudes, la humildad.
¿Qué
fué de los trabajos de Jesús? El mundo no los apreció, ni aun reparaba en
ellos; hasta despreció a Jesús mismo; los que empleaban su trabajo le trataban
como a un jornalero, y Jesús tomaba su comida sentado en el suelo o en la
esquina de un patio, a la puerta de los amos, que sin duda le enviarían a veces
algunas sobras de su mesa.
¡Y,
sin embargo, Jesús era Dios, el Unigénito del Padre, la ciencia, la bondad, el
poder de Dios! ¡Oh prodigio insondable! ¡Oh misterio escondido y en el cual se
abisma la razón humana! Jesús quiere pasar y pasa por todas las consecuencias
de su oficio de pobre jornalero; dormirá, como los pobres jornaleros, sobre
unas pajas, en la guardilla o en el portal; aguantará sin fuego los rigores del
frío, y sin abrigo la lluvia y la intemperie; tomará un alimento nada exquisito,
el alimento de los pobres; llevará un vestido tosco, el vestido de los pobres
artesanos. — ¡Y eso que Jesús es el Rey de la gloria, esplendor de la belleza
del Padre, Dios como Él!
¡Oh
Dios mío, confúndase mi entendimiento, padece mi corazón, y hállase mi alma
como anonadada al veros en tal estado! Confúndanse todos mis pensamientos. —
Combátanse todos mis sentimientos; no alcanzo a comprender la excelencia de un
estado así. — Humilladme, Dios mío, y ya que es el estado de vuestra elección y
de vuestro amor, abrácelo yo de todo corazón.
II. La vida
oculta de Jesús es el estado más perfecto para mí; mas ¿cómo habré de
practicarlo? Con María.
1° Amar
la vida oculta, mi querida soledad, lejos del mundo.
2° Agradarme
en ser olvidada, desconocida del mundo, en hacer las más insignificantes y
sencillas acciones con Jesús, María y José en Nazaret.
3° Estimar,
sobre todo, las acciones pequeñas, las que practicaban en casa Jesús y María.
4°
Cubrir las acciones exteriores con el
manto de la modestia, de la vida sencilla y oculta de Jesús y María.
5° Agradarse
en trabajar por obediencia y bajo la obediencia, con Jesús y María.
6° No
buscar nunca elogios, alabanzas ni reconocimiento por mis trabajos y mi
desprendimiento, buscando con esta renuncia el parecerme a Jesús y María.
7°
Cubrirlo todo con el velo de la vida
común, no distinguiéndome en la vida exterior y pública, a fin de vivir ignorada
y desconocida del mundo, pero conocida, amada y adoptada por Jesús, María y
José en Nazaret.
TERCERA MEDITACIÓN.
Jesús y el alma pobre.
I. Jesús es pobre; pues
Rey y Dios de discípulos pobres, se ha unido a la naturaleza humana bajo la forma
de la pobreza. Da practicado la pobreza, se ha desposado
con ella, la ha tomado por su virtud propia, su virtud escogida, la virtud
necesaria para la perfección.
Exige de sus discípulos que todo lo
abandonen, a fin de ser pobres como él; y a la pobreza, de ellos atiende para
darles todos los privilegios de su divina misión.
Á la pobreza da el céntuplo en este mundo, y
la herencia del reino de los cielos, por donde los pobres de Jesucristo son
Reyes, y habrán de juzgar al mundo.
Jesús
es pobre en su nacimiento. Belén, las pajas, una dura piedra: esas son las
glorias de su pobreza. — Jesús es pobre en su vida, viste como un pobre obrero,
comparte con éstos su alimento, sus repulsas, sus humillaciones; Jesús vivió de
limosnas, murió en la cruz sin tener ni aun la propiedad de sus vestidos; no tenía
siquiera con qué hacerse enterrar. ¿Hay en el mundo un pobre que se le parezca?
María y José comparten la pobreza de Jesús:
Él era su riqueza. — Así, pues:
1°
Debo estimar la pobreza divinizada en
Jesús.
2° Amar
la pobreza que me enriquece con todos los tesoros de Jesús.
3°
Practicar el espíritu de pobreza por
amor de Jesús.
II. Vida de la pobreza de Jesús en mí. Jesús me quiere pobre.
¿Y qué es
ser pobre?
1° Un
pobre nada tiene. — Pobre con el afecto, a nada me apegaré, ni a mis vestidos,
ni a cosas de lujo, ni a las riquezas de este mundo. —Miraré todo esto como
perteneciente a Jesús, como bienes suyos de los cuales me otorga solamente el
uso, pero a condición de que los use cristianamente.
La pobreza de espíritu es el alma de la
pobreza efectiva y tiene todos los méritos de ésta; puede sobrepujarla en perfección,
pues que el no disfrutar pudiendo, es a veces más meritorio que el hallarse privado
de todo y el aceptar la imposibilidad de disfrutar alguna cosa.
2° Un
pobre lleva el traje propio de su pobreza; lo lleva como de derecho; se
acostumbra a él; vive tranquilo bajo sus harapos: aquella es su categoría.
Pues yo llevaré también el traje apropiado a
una vida sencilla, adecuada a mi condición, cercenando cuanto adolece de lujo
mundano. Miraré a María y seguiré las huellas de mi Madre en su sencillez.
3° Un
pobre no recibe honores ni alabanzas, pasa, y no se fijan las gentes en él, o
hasta apartan la vista.
Saluda
y no le contestan; conoce a todos, y nadie le conoce a él: es un forastero,
mirado como inútil, un despreciado, un nadie. — Y el buen pobre no se queja de
esto. No se irrita, no se venga, no maldice.
Soy pobre, se dice a sí mismo; esa es mi
categoría; no tengo derecho a que me traten más que como corresponde a un
pobre.
Ama la pobreza de espíritu ¡oh alma mía!:
pide la gracia de ser pobre respecto a la estimación de las criaturas. “Si todavía
prosiguiese complaciendo a los hombres—decía San Pablo—no sería yo siervo de
Cristo.”
Para practicar esta pobreza en cuanto a la
estimación, procura verte ignorada, olvidada, confundida entre el común de las
gentes; ama el olvido y la indiferencia de las criaturas para contigo, y, si es
posible, hasta el menosprecio mismo. ¿Eres tú más, por ventura, que Jesús, tu
Señor? ¿No eres su esposa pobre? ¿No eres una pobre pecadora?
Un pobre no tiene amigos, ni consuelos en
medio de sus penas; nadie le toma en cuenta sus aflicciones. Y el pobre lo sabe
y lo soporta. Vive sosegado en su aislamiento, y, si es buen pobre, dícese a sí
mismo: Mi Padre está en los cielos, y yo soy aquí un extraño, y nada más, que
al pasar mendigo mi pan en el camino del destierro.
¿Quieres, alma mía, ser libre con la libertad de Jesús?
Sé pobre de corazón. ¿Quieres no perder nunca la paz? Sé pobre con el afecto.
¿Quieres probar tu amor y tu confianza a Jesús? Amale a Él tan solo.
Si el mundo te paga con ingratitud, es una
gracia de emancipación. Si el mundo te rehúsa sus consuelos, su protección y su
confianza, tente por feliz: Dios solo basta, y tendrás derecho de hacer
compañía a Jesús en el Huerto de las Olivas y en el Calvario.
Un pobre padece sin tener quien le muestre compasión. Sólo
padece y sólo muere. — Jesús padecía, reflexionémoslo bien, y nadie le
consolaba; hallábase triste, y nadie procuraba darle ánimos.
Aprende a padecer a solas con Jesús, a
guardar el misterio de la cruz, a decir solamente a Jesús la pena de tu alma;
pues quiere celosamente tu confianza, quiere obtener las primicias, las más
exquisitas flores de esa confianza, y Él será tu excelente y divino Consolador.
¡No olvides nunca que cuanto menos pidas a las criaturas, tanto más generoso será
Jesús contigo.
III. Pobreza
espiritual. —
El pobre tiene su fortuna en su pobreza, su elocuencia en su necesidad, sus títulos
en sus llagas y sus andrajos; cuanto más pobre es, más excita la generosidad;
cuanto más padece, más poder tiene en los corazones. — Pobreza espiritual: he
ahí, alma mía, tu estado ante Dios, tu derecho, tu título a sus gracias, a sus
misericordias, a su reino. — “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de
ellos es el reino de los cielos,” ha dicho Jesús.
Ve,
pues, a Dios ¡oh alma mía! por la pobreza; si no se te ocurren pensamientos, o
sólo se te ocurren malos, dile a Jesús: “¡Ved cuán pobre soy! Quiero dedicarme a
vuestro santo servicio por medio de la pobreza.”
Cuando
tu corazón no experimente ni sentimientos de devoción, ni fervor, ni amor, y se
vea, por el contrario, totalmente pobre, turbado, inquieto y disgustado, ve a
tu buen Padre y dile: “¡Oh Dios mío, cuán pobre soy! ¡Mi corazón se halla seco,
la miseria le torna insensible! ¡Ah! ¡Vivificad mi corazón, amaos Vos mismo por
mí en mí! Y si queréis que con este pobre corazón os ame en medio de desolaciones
y sequedades, sea en buen hora.”
Si tu
voluntad es débil e inconstante, y teme el sacrificio, no te abatas, dile a
Jesús: “¡Cuán débil soy, Dios mío, cuán pobre y flaca! No tengo fuerzas para
pediros la limosna de vuestra gracia y vuestro amor: socorredme por pura
bondad.”
Has
ofendido a Dios, has sido infiel y estás como el hombre aquel despojado cuando
bajaba de Jerusalén a Jericó. Pues no te desalientes; clama al divino Samaritano,
muéstrale tus heridas, dile tus faltas: “¡Ay Señor y qué miserable soy! Frutos
son de mi huerto. ¿Qué otra cosa ha de producir tal tierra? ¡Mirad mis heridas,
curadme! Soy muy mal pobre. Pero Vos, que tan bueno sois, acudid en mi auxilio.”
Y
cuando venga a tentarte el demonio, alma mía, dirás a Jesús: “Pobre soy, y
merezco ser tentado y humillado; pero ¡oh Señor! no me abandonéis.”
¡Oh real y divina pobreza! Tú serás el
anillo de mis desposorios con Jesús, que ningún otro quiero.
DIRECTORIO
EXAMEN
PARTICULAR
Acerca del atractivo de la gracia.
Examinar la índole de las mociones de la gracia
que llevan el alma al sacrificio por el amor y la paz; lo que pide Jesús para
unirnos del todo con Él. Ese móvil con que nos atrae la gracia, ¿no será el
amor de Jesús únicamente, y el manso y humilde amor del corazón de Jesús?...
Lectura espiritual.
—Imitación, libro II, capítulos XI y XII.
VIA
CRUCIS
Considerar
a Jesús en cada estación como modelo de la virtud de la mansedumbre, y que nos
dice: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.”
“LA
DIVINA EUCARISTÍA”
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