martes, 5 de junio de 2018

RETIROS del Padre “SAN PEDRO JULIÁN EYMARD” – RETIRO PRIMERO DE SIETE DÍAS. (Para mujeres) Quinto día.



 DÍA QUINTO.

PRIMERA MEDITACIÓN

Espíritu de  sacrificio.

   La tercera disposición para seguir fielmente a Jesús es el espíritu de sacrificio: el estar en ánimo de sacrificarlo todo a la vida y al amor de Jesús en nosotros.

   I. Jesús lo quiere: “El que ama a padre o madre, más que a mí, no es digno de mí: y el que ama a hijo o a hija más que a mí, no es digno de mí.”

   En otra ocasión reclama que odiemos todo cuanto se opone a su amor, y manifiesta que quien no lo hace así, incluso aun también la vida, no puede ser su discípulo…

   Antes de admitir a sus discípulos en su séquito, exige que abandonen entonces mismo barca y redes, casa, familia, padre y madre.

¡Qué de sacrificios pide Jesús a su Santísima Madre!

   Sacrificio de su libertad y de la gloria exterior de su virginidad, bajo el velo del matrimonio, bajo la obediencia a los derechos de un esposo. Y María lo cumple humildemente. — Así lo quiere Dios, como condición de la maternidad divina, de la salvación del mundo.

   ¡Sacrificio de dejar su casa de Nazaret para ir a experimentar desdenes de amigos y parientes en Belén, y verse reducida a habitar un portal abandonado, destituida de todo auxilio y rodeada de la mayor pobreza! Y María hace este sacrificio con alegría. — A tal costa adquiere su título de Madre de Jesús.

   Sacrificio de su patria para ir a habitar un país desconocido, idólatra, inhospitalario, Egipto, adonde tiene que viajar de noche y en invierno. Y María cumple este sacrificio con celo. — Lleva a Jesús consigo. Sacrificio de su ternura maternal y de su afecto hacia la felicidad natural de Jesús, cuando el anciano Simeón le predice y le muestra la espada de dolor que hiere ya su corazón; y esto apenas cuarenta días después del nacimiento de su divino Jesús. — ¡Y aquel Calvario anunciado con su cruz y sus afrentas no lo perderá ya de vista María, durante treinta y tres años! — ¡Oh qué vida de doloroso amor! María se crucifica con Jesucristo.

   Sacrificio de desconsuelo. María pierde a Jesús en Jerusalén; no sabe cuándo volverá a encontrarlo. — Llora por Él y con amor le busca, sin quejas, sin desesperación. — Se creía indigna de poseer tamaño tesoro.

   Sacrificio de soportar el rigor aparente de Jesús, que finge en su misión no reconocerla en cierto modo como Madre: — “Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti?” Y también: “¿Quién es mi Madre?” — Pero María adora los misteriosos designios de su divino Hijo y le ama con acrecentado amor.

   Sacrificio del Huerto de las Olivas, en donde María experimenta mortal tristeza de no poder consolar a su Jesús, triste hasta la muerte y abandonado de sus discípulos.

   Mas ¡qué decir de las agonías de María siguiendo a Jesús a casa de Caifas, de Herodes, de Pilatos; en medio de las imprecaciones, blasfemias y gritos de muerte que vomitaban contra su Hijo aquellos a quienes Él había curado, a quienes había hecho más bien, que eran su pueblo amado!

   Y su dolor es mayor que la muerte al pie de la cruz, cuando ve a Jesús crucificado, derramando toda su sangre, consumido por abrasadora sed, abandonado de su Padre.

   ¡Y María, su Madre amantísima, sin poder hacer más que compartir sus dolores y consolarle con sus lágrimas y su amor!

   ¡Qué martirio! ¡Sólo María pudiera soportarlo; sólo ella amaba a Jesús cómo merece ser amado!

   Hasta tiene que hacer el sacrificio del objeto de su amor, de Jesús. — ¡Habrá de verle morir, le acompañará a la sepultura, le sobrevivirá todavía veinticuatro años en esta tierra de destierro! —Pero María sólo quiere lo que quiere Jesús; el amor de Jesús suple para ella todo: su presencia visible, el gozo de su gloria, el cielo mismo.

   He ahí, alma mía, lo que pide Jesús a los que quieren seguirle y agregarse a Él. ¿Tienes suficiente valor, amor bastante para ponerte a su discreción? — ¡Adelante! Dile a Jesús: “Divino Señor, Esposo de mi corazón, yo os seguiré por doquiera, con María, mi Madre.” ¡Pues qué! ¿No tengo en vos todos los bienes? Amaros y agradaros,  ¿no es la mayor felicidad de la vida? Compartir vuestros sacrificios, vuestros padecimientos, vuestra muerte, ¿no es el más hermoso triunfo del amor? — ¡Oh Dios mío! Decidido estoy: no pongo ya condición ni reserva a mi amor para con Vos. Os seguiré en todo y hasta el Calvario. Hablad, cortad, dividid, abrasad: mi corazón es el altar y la víctima.

   II. Sólo al espíritu de sacrificio concede Dios sus más exquisitas gracias. “Y cualquiera que dejamos dice —casa, o hermanos, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o heredades por mi nombre, recibirá ciento por uno y poseerá la vida eterna.”


   Tal es la soberana máxima de la Imitación: Déjalo todo, y todo lo encontraras en Jesús. — A las almas dadas al sacrificio concede Jesús:

   1° Su paz y la alegría en el Espíritu Santo: que si bien da en medio de guerra y combates, es sin embargo, la paz de Dios; más suave que todas las consolaciones del mundo.

   2° Jesús da a sus verdaderos discípulos sus divinas consolaciones: “Al vencedor daré yo maná escondido.” ¿Qué maná escondido es éste?— Es la alegría en el sacrificio, la consolación que viene de Dios; la confianza en su divina promesa, la felicidad del alma que se sacrifica al amor de Dios, y Dios que se une al alma a proporción de su espíritu de sacrificio.

   3° La gracia de la oración, de la unión del alma con Dios, sólo se otorga al alma que todo lo ha dado y que se inmola cada día á la gloria de Dios.
   Resoluciones. — Se, alma mía, tan generosa con Jesús como lo has sido con las criaturas, y Jesús estará contento de ti. Conságrate a Jesús con tanto afecto como te has entregado a la amistad, y Jesús estará satisfecho de tu devoción a su santo servicio.

   La vida es corta: emprende tú la senda del sacrificio, que ella centuplica la vida. — ¡Y además debes tanto a la bondad y amor de Jesús! ¿Y qué otra cosa puedes darle sino el amo; del sacrificio?

   Has de ser, no una víctima, sino un holocausto consumido en el amor de Jesús. — Inmola tu espíritu a la humildad de Jesús; tu corazón a su amor, tu voluntad a la suya; tu tiempo a la mortificación que en Jesús resplandece, y he ahí el holocausto.

SEGUNDA MEDITACIÓN.

Vida sencilla y oculta de Jesús.

   Jesús escogió la vida sencilla y oculta con preferencia a las demás maneras de vida. Es, pues, la más excelente en sí misma y la más apropiada para mí.

   I. La más excelentes — En ella glorificó Jesús a su Padre por espacio de treinta años; en ella practicó las más sublimes virtudes.

   La vida escondida de Jesús comenzó en el seno virginal de su Santísima Madre durante los nueve meses que en él estuvo. Oculto allí y desconocido en la tierra, glorifica a su Padre más perfectamente que podían realizarlo nunca las más brillantes hazañas. — ¿Qué hace después Jesús en Nazaret?

   1° Se oculta bajo el más sencillo y ordinario techo. Es débil, para honrar y santificar la debilidad. — Aguarda los progresos de la edad para manifestar, en lo exterior, las virtudes perfectas de su alma. — ¿Y por qué? Por no hacerse reparar y seguir la vida común.

   2° Jesús en Nazaret obedece con filial obediencia. Obedece con grande humildad a criaturas que, aunque sumamente virtuosas, le son infinitamente inferiores. — Obedece muy suave y gozosamente a José y María, porque sabe que tienen las veces de su Padre celestial; Jesús se somete a cuantos tienen alguna autoridad, por comunicar, a todos su gracia de obediencia.

   3° En Nazaret Jesús trabaja, primeramente en tareas de niño: ayudar a su Santa Madre en el aseo de la casa; poner la mesa, servir a María y José, abrir la puerta, barrer la casa, compartir el trabajo manual de María, que se ocupaba en labores propias de sus circunstancias.

   He aquí la ocupación del Hijo de Dios hecho hombre — y esto habiendo de permanecer tan poco tiempo en la tierra; — Él, de quien tanto necesitan pueblos y reyes, — y que es Dios y Rey de los ángeles en el cielo.

   ¿Comprendes, alma mía, este misterio? ¡Ah! Dios ama más la humildad de una vida escondida que la gloria de una vida de prodigios y de heroicas virtudes. — Jesús ha querido asi divinizar las cosas más pequeñas y santificar el hogar y las acciones de la vida doméstica.

   Jesús, ya más crecido, trabaja con su padre nutricio en el tosco oficio de carpintero, y sale con José a trabajar a jornal, sirviendo al principio de peón y trabajando para amos groseros, exigentes, altivos; — después de la muerte de San José continúa hasta los treinta años, trabajando como obrero. ¡Y Jesús era Dios, era la sabiduría en persona, el Creador y Salvador de los hombres!

   Se oculta treinta años y se ocupa en trabajos harto insignificantes para el mundo; pero ¡olí alma mía! Jesús te enseña a vivir oculto, a estimar las acciones humildes, a practicar en el olvido la mayor de las virtudes, la humildad.

   ¿Qué fué de los trabajos de Jesús? El mundo no los apreció, ni aun reparaba en ellos; hasta despreció a Jesús mismo; los que empleaban su trabajo le trataban como a un jornalero, y Jesús tomaba su comida sentado en el suelo o en la esquina de un patio, a la puerta de los amos, que sin duda le enviarían a veces algunas sobras de su mesa.

   ¡Y, sin embargo, Jesús era Dios, el Unigénito del Padre, la ciencia, la bondad, el poder de Dios! ¡Oh prodigio insondable! ¡Oh misterio escondido y en el cual se abisma la razón humana! Jesús quiere pasar y pasa por todas las consecuencias de su oficio de pobre jornalero; dormirá, como los pobres jornaleros, sobre unas pajas, en la guardilla o en el portal; aguantará sin fuego los rigores del frío, y sin abrigo la lluvia y la intemperie; tomará un alimento nada exquisito, el alimento de los pobres; llevará un vestido tosco, el vestido de los pobres artesanos. — ¡Y eso que Jesús es el Rey de la gloria, esplendor de la belleza del Padre, Dios como Él!

   ¡Oh Dios mío, confúndase mi entendimiento, padece mi corazón, y hállase mi alma como anonadada al veros en tal estado! Confúndanse todos mis pensamientos. — Combátanse todos mis sentimientos; no alcanzo a comprender la excelencia de un estado así. — Humilladme, Dios mío, y ya que es el estado de vuestra elección y de vuestro amor, abrácelo yo de todo corazón.

   II. La vida oculta de Jesús es el estado más perfecto para mí; mas ¿cómo habré de practicarlo? Con María.

   Amar la vida oculta, mi querida soledad, lejos del mundo.

   Agradarme en ser olvidada, desconocida del mundo, en hacer las más insignificantes y sencillas acciones con Jesús, María y José en Nazaret.

   3° Estimar, sobre todo, las acciones pequeñas, las que practicaban en casa Jesús y María.

   4° Cubrir las acciones exteriores con el manto de la modestia, de la vida sencilla y oculta de Jesús y María.

   5° Agradarse en trabajar por obediencia y bajo la obediencia, con Jesús y María.

   6° No buscar nunca elogios, alabanzas ni reconocimiento por mis trabajos y mi desprendimiento, buscando con esta renuncia el parecerme a Jesús y María.

   7° Cubrirlo todo con el velo de la vida común, no distinguiéndome en la vida exterior y pública, a fin de vivir ignorada y desconocida del mundo, pero conocida, amada y adoptada por Jesús, María y José en Nazaret.

TERCERA MEDITACIÓN.

Jesús y el alma pobre.

   I. Jesús es pobre; pues Rey y Dios de discípulos pobres, se ha unido a la naturaleza humana bajo la forma de la pobreza. Da practicado la pobreza, se ha desposado con ella, la ha tomado por su virtud propia, su virtud escogida, la virtud necesaria para la perfección.

   Exige de sus discípulos que todo lo abandonen, a fin de ser pobres como él; y a la pobreza, de ellos atiende para darles todos los privilegios de su divina misión.

   Á la pobreza da el céntuplo en este mundo, y la herencia del reino de los cielos, por donde los pobres de Jesucristo son Reyes, y habrán de juzgar al mundo.

   Jesús es pobre en su nacimiento. Belén, las pajas, una dura piedra: esas son las glorias de su pobreza. — Jesús es pobre en su vida, viste como un pobre obrero, comparte con éstos su alimento, sus repulsas, sus humillaciones; Jesús vivió de limosnas, murió en la cruz sin tener ni aun la propiedad de sus vestidos; no tenía siquiera con qué hacerse enterrar. ¿Hay en el mundo un pobre que se le parezca?

   María y José comparten la pobreza de Jesús: Él era su riqueza. — Así, pues:

  1° Debo estimar la pobreza divinizada en Jesús.

   2° Amar la pobreza que me enriquece con todos los tesoros de Jesús.

   3° Practicar el espíritu de pobreza por amor de Jesús.

II. Vida de la pobreza de Jesús en mí. Jesús me quiere pobre. ¿Y qué es ser pobre?

   1° Un pobre nada tiene. — Pobre con el afecto, a nada me apegaré, ni a mis vestidos, ni a cosas de lujo, ni a las riquezas de este mundo. —Miraré todo esto como perteneciente a Jesús, como bienes suyos de los cuales me otorga solamente el uso, pero a condición de que los use cristianamente.

   La pobreza de espíritu es el alma de la pobreza efectiva y tiene todos los méritos de ésta; puede sobrepujarla en perfección, pues que el no disfrutar pudiendo, es a veces más meritorio que el hallarse privado de todo y el aceptar la imposibilidad de disfrutar alguna cosa.

   2° Un pobre lleva el traje propio de su pobreza; lo lleva como de derecho; se acostumbra a él; vive tranquilo bajo sus harapos: aquella es su categoría.

   Pues yo llevaré también el traje apropiado a una vida sencilla, adecuada a mi condición, cercenando cuanto adolece de lujo mundano. Miraré a María y seguiré las huellas de mi Madre en su sencillez.

   3° Un pobre no recibe honores ni alabanzas, pasa, y no se fijan las gentes en él, o hasta apartan la vista.

   Saluda y no le contestan; conoce a todos, y nadie le conoce a él: es un forastero, mirado como inútil, un despreciado, un nadie. — Y el buen pobre no se queja de esto. No se irrita, no se venga, no maldice.

   Soy pobre, se dice a sí mismo; esa es mi categoría; no tengo derecho a que me traten más que como corresponde a un pobre.

   Ama la pobreza de espíritu ¡oh alma mía!: pide la gracia de ser pobre respecto a la estimación de las criaturas. “Si todavía prosiguiese complaciendo a los hombres—decía San Pablo—no sería yo siervo de Cristo.”

   Para practicar esta pobreza en cuanto a la estimación, procura verte ignorada, olvidada, confundida entre el común de las gentes; ama el olvido y la indiferencia de las criaturas para contigo, y, si es posible, hasta el menosprecio mismo. ¿Eres tú más, por ventura, que Jesús, tu Señor? ¿No eres su esposa pobre? ¿No eres una pobre pecadora?

   Un pobre no tiene amigos, ni consuelos en medio de sus penas; nadie le toma en cuenta sus aflicciones. Y el pobre lo sabe y lo soporta. Vive sosegado en su aislamiento, y, si es buen pobre, dícese a sí mismo: Mi Padre está en los cielos, y yo soy aquí un extraño, y nada más, que al pasar mendigo mi pan en el camino del destierro.

   ¿Quieres, alma mía, ser libre con la libertad de Jesús? Sé pobre de corazón. ¿Quieres no perder nunca la paz? Sé pobre con el afecto. ¿Quieres probar tu amor y tu confianza a Jesús? Amale a Él tan solo.

   Si el mundo te paga con ingratitud, es una gracia de emancipación. Si el mundo te rehúsa sus consuelos, su protección y su confianza, tente por feliz: Dios solo basta, y tendrás derecho de hacer compañía a Jesús en el Huerto de las Olivas y en el Calvario.

   Un pobre padece sin tener quien le muestre compasión. Sólo padece y sólo muere. — Jesús padecía, reflexionémoslo bien, y nadie le consolaba; hallábase triste, y nadie procuraba darle ánimos.

   Aprende a padecer a solas con Jesús, a guardar el misterio de la cruz, a decir solamente a Jesús la pena de tu alma; pues quiere celosamente tu confianza, quiere obtener las primicias, las más exquisitas flores de esa confianza, y Él será tu excelente y divino Consolador. ¡No olvides nunca que cuanto menos pidas a las criaturas, tanto más generoso será Jesús contigo.

   III. Pobreza espiritual. — El pobre tiene su fortuna en su pobreza, su elocuencia en su necesidad, sus títulos en sus llagas y sus andrajos; cuanto más pobre es, más excita la generosidad; cuanto más padece, más poder tiene en los corazones. — Pobreza espiritual: he ahí, alma mía, tu estado ante Dios, tu derecho, tu título a sus gracias, a sus misericordias, a su reino. — “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos,” ha dicho Jesús.

   Ve, pues, a Dios ¡oh alma mía! por la pobreza; si no se te ocurren pensamientos, o sólo se te ocurren malos, dile a Jesús: “¡Ved cuán pobre soy! Quiero dedicarme a vuestro santo servicio por medio de la pobreza.”

   Cuando tu corazón no experimente ni sentimientos de devoción, ni fervor, ni amor, y se vea, por el contrario, totalmente pobre, turbado, inquieto y disgustado, ve a tu buen Padre y dile: “¡Oh Dios mío, cuán pobre soy! ¡Mi corazón se halla seco, la miseria le torna insensible! ¡Ah! ¡Vivificad mi corazón, amaos Vos mismo por mí en mí! Y si queréis que con este pobre corazón os ame en medio de desolaciones y sequedades, sea en buen hora.”

   Si tu voluntad es débil e inconstante, y teme el sacrificio, no te abatas, dile a Jesús: “¡Cuán débil soy, Dios mío, cuán pobre y flaca! No tengo fuerzas para pediros la limosna de vuestra gracia y vuestro amor: socorredme por pura bondad.”

   Has ofendido a Dios, has sido infiel y estás como el hombre aquel despojado cuando bajaba de Jerusalén a Jericó. Pues no te desalientes; clama al divino Samaritano, muéstrale tus heridas, dile tus faltas: “¡Ay Señor y qué miserable soy! Frutos son de mi huerto. ¿Qué otra cosa ha de producir tal tierra? ¡Mirad mis heridas, curadme! Soy muy mal pobre. Pero Vos, que tan bueno sois, acudid en mi auxilio.”

   Y cuando venga a tentarte el demonio, alma mía, dirá




Y cuando venga a tentarte el demonio, alma mía, dirás a Jesús: “Pobre soy, y merezco ser tentado y humillado; pero ¡oh Señor! no me abandonéis.”
                                                                          
   ¡Oh real y divina pobreza! Tú serás el anillo de mis desposorios con Jesús, que ningún otro quiero.

DIRECTORIO

EXAMEN PARTICULAR

Acerca del atractivo de la gracia.

   Examinar la índole de las mociones de la gracia que llevan el alma al sacrificio por el amor y la paz; lo que pide Jesús para unirnos del todo con Él. Ese móvil con que nos atrae la gracia, ¿no será el amor de Jesús únicamente, y el manso y humilde amor del corazón de Jesús?...

   Lectura espiritual. —Imitación, libro II, capítulos XI y XII.

VIA CRUCIS

   Considerar a Jesús en cada estación como modelo de la virtud de la mansedumbre, y que nos dice: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.”



“LA DIVINA EUCARISTÍA”


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