CRISTO: Hijo yo soy el Señor “que consuela en el día de la angustia”
(Nah 6, 7). Acude a mi cuando sufras. Lo que más te impide recibir la
celestial consolación es la tardanza en recurrir a la oración.
Pues antes de dirigirme
ferviente plegaria buscas muchos consuelos y distracciones en las criaturas.
Y así sucede que de
poco te sirve todo eso hasta que al fin reconoces que soy yo quien libra a los
que en mí esperan, y que fuera de mí no hay eficaz ayuda, ni consejo útil, ni
remedio que dure. Y, cuando hayas cobrado aliento después de la tempestad,
confórtate con la luz de la misericordia divina, porque estoy aquí para
restaurarlo todo, no sólo como estaba, sino más generosa y ampliamente.
¿Acaso hay alguna cosa difícil para mí? ¿O soy de los que prometen
y no cumplen?
¿Dónde
está tu fe? Sé firme y constante, magnánimo y
valiente: el consuelo llegará a su tiempo.
Espera, espera: yo vendré y te aliviaré. La tentación es lo
que te turba; el vano temor, lo que te espanta.
¿Qué
sacas de esa inquietud por lo que puede suceder, sino tristeza y más tristeza?
“Bástele su mal a cada día” (Mt 6, 34).
Es cosa inútil y tonta afligirse o alegrarse de lo que puede
suceder, pero que tal vez nunca suceda.
Pero es humano dejarse
burlar de esas imaginaciones, y señal de tener aún poco espíritu el dejarse
llevar tan fácilmente de las sugestiones del enemigo.
Para
él es lo mismo burlarnos y engañarnos con verdades que con embustes;
derribarnos a tierra con el amor del presente que con el temor del porvenir.
Por eso, que no se turbe ni tema tu corazón. Cree en mí y confía
en la divina misericordia.
Cuando
lo crees perdido casi todo es cuando suele haber mayor ocasión de merecer.
No
está todo perdido porque las cosas te salieron al revés. No debes juzgar por la
impresión del momento, ni atascarte en ningún paso difícil, sea cual fuere su
causa, como si supieses que ya se te ha negado toda esperanza de salir de él.
No te creas abandonado enteramente si durante algún tiempo te mando
tribulaciones o aun te retiro la consolación que deseas, pues de esa manera se
camina para el reino de los cielos.
Lo
que sin duda ninguna te conviene más, lo mismo que a mis otros siervos, es
sufrir la prueba de la adversidad más bien que tenerlo todo a la medida del
deseo.
Yo
conozco los pensamientos ocultos, y sé que te conviene mucho para salvarte que
de cuando en cuando te veas privado de la consolación; porque, si no, quizá te
podrías enorgullecer de un estado tan feliz, y complacerte
vanamente en lo que no eres.
Puedo
quitarte lo que te di, y cuando me plazca devolvértelo.
Es
mío al dártelo; no te quito lo tuyo al quitártelo, porque todo buen don y todo
bien perfecto son míos.
No
te impacientes ni desalientes cuando te mande pesadumbres o contrariedades,
porque yo puedo aliviarte pronto, y trocar pesadumbre en alegría.
Soy justo, sin embargo,
y digno de alabanzas infinitas cuando hago eso contigo.
Si
juzgas con rectitud, mirando las cosas a la luz de la verdad, no debes
entristecerte o abatirte mucho en las adversidades; antes bien alegrarte y
darme gracias, y aun considerar como motivo extraordinario de alegría que no te
escatime aflicciones y dolores.
“Como
me amó mi Padre, así os he amado yo” (Jn 15, 9), dije a mis queridos
discípulos, a quienes no envié a gozar placeres mundanos, sino a sostener
luchas terribles; no a recibir honras, sino a sufrir desprecios; no a holgar,
sino a trabajar; no a descansar, sino a cosechar frutos abundantes a fuerza de
paciencia. No olvides estas palabras, hijo mío.
“LA
IMITACIÓN DE CRISTO”
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