Cuando el demonio llega
a tener un alma en la servidumbre del pecado, no hay artificio de que no se
valga para cegarla más, y divertirla de cualquier pensamiento que pueda
inducirla al conocimiento del infeliz estado en que se halla.
No se contenta este espíritu de iniquidad con
removerla de los pensamientos y buenas inspiraciones que la llaman a la
conversión; mas procura empeñarla en las ocasiones, y la tiende continuamente
peligrosos lazos, a fin de que caiga de nuevo en el mismo pecado o en otros más
enormes: de donde nace que destituida de
la divina luz, aumenta de día en día sus desórdenes, y se endurece más en el
pecado.
De
esta suerte corriendo continuamente sin algún freno a la perdición, y
precipitándose de tinieblas en tinieblas, y de abismo en abismo, se aleja
siempre más del camino de la salud, y multiplica sus caídas si Dios no la
detiene con un milagro de su gracia.
El
remedio más eficaz y pronto para el que se halla en tan triste y funesto estado
es, que reciba sin resistencia las inspiraciones divinas que le llaman de las
tinieblas a la luz, y del vicio a la virtud, y que clame fervorosamente a su
Criador: ¡Ah Señor, asistidme, asistidme: acudid prontamente
a mi socorro: no permitáis que yo viva más tiempo sepultada en la sombra de la
muerte y del pecado! Repita muchas veces estas o semejantes palabras, y
si le fuere posible, acuda luego a su padre espiritual para pedirle ayuda y
consejo contra su enemigo; pero si no pudiere ir luego a su padre espiritual,
recurra prontamente a un Crucifijo, postrándose a sus sacratísimos pies con el
rostro en tierra; y alguna vez a María santísima, implorando su misericordia y
su ayuda: y sabe, hija mía, que en esta diligencia consiste la victoria.
“COMBATE
ESPIRITUAL” Año 1865
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