Cualquiera de nuestros sentidos y potencias
se deleita con su objeto propio y proporcionado, y se entristece cuando el
objeto le es contrario y desconveniente. El ojo naturalmente se alegra con la
vista de cosas lindas, y el oído con la música concertada, y el gusto con los
manjares sabrosos, y el olfato con los olores suaves; y al contrario, reciben
pena estos sentidos cuando lo que se ve es triste, y lo que se gusta es
desabrido, y lo que se oye y se huele es desagradable e insuave. Lo mismo
podemos decir en los demás sentidos y potencias interiores y exteriores; y
aquella pena y aflicción que reciben, o con el objeto contrario, o con la falta
y deseo de su propio y conveniente objeto, llamarnos tribulación; y llámese así de tribulo, voz latina, que es una yerba aguda y
espinosa, que en castellano llamamos abrojo,
porque como él, inca y lastima. Otros derivan este nombre de tribulación de tribula,
que en latín es lo que nosotros llamamos trilla,
(instrumento bien conocido de los labradores), con la cual en la era se trillan y apuran las mieses. Porque, así como la mies se aprieta y
quebranta con la trilla, y se despide
la paja, y queda limpio y mondo el
grano, así la tribulación, apretándonos
y quebrantándonos, nos doma y
humilla, y nos enseña a apartar la paja
del grano y lo precioso de lo vil, y nos
da luz para que conozcamos lo que va de cielo a tierra, y de Dios a todo lo que no lo es.
Supuesta esta declaración, se ha de notar que
hay dos linajes de tribulación y pena, con que los hijos de Adán son afligidos y fatigados después que nuestros
primeros padres pecaron. El uno es temporal, que se acaba con esta vida, y el otro
es eterno, que durará mientras duráre Dios.
Por esto dijo el Eclesiástico XXI que el pecado es como espada de dos filos,
y que es incurable su herida, porque obliga a pena temporal y á pena
perdurable, y de suyo es incurable la herida que hace, porque ni con nuestras
fuerzas ni con las de toda la naturaleza no se puede curar, si Dios, por los
merecimientos de la sangre de su precioso Hijo, no la sana. Y el mismo Eclesiástico XXI en el mismo capítulo, luego
más abajo, dice: “el camino de
los pecadores es pedregoso, y el paradero de ellos es infierno, tinieblas y penas.” Diciendo
que el camino es pedregoso, da a
entender el trabajo y pena con que
caminan los malos, y añadiendo que el
paradero es infierno, tinieblas y penas, declara que las tribulaciones y penas de ellos no se rematan con su vida. Y el profeta Nahum dijo: “¿Por
qué pensáis mal contra el Señor? Él dará fin a estas calamidades, y la tribulación
no será doblada; dando a entender que con la tribulación temporal y breve de esta
vida quedarían los hombres purgados, y que no se seguiría tras ella la eterna,
ni se, añadiría tribulación a tribulación. Y Job V dice: “Dios
te librará en seis tribulaciones, (que son todas las de esta presente vida), y
no te tocará la séptima tribulación, (que es la eterna), ni vendrá mal sobre
tí.” No es, pues, mi intención hablar ni tratar aquí de las penas y
tribulaciones que padecen los pecadores en el infierno, porque estas no tienen
remedio, alivio ni consuelo, y son tantas y tan horribles y espantosas, que no
se pueden con entendimiento humano comprender, y mucho menos con lengua explicar.
Lo que pretendo es hablar de las congojas y fatigas de que está sembrada toda esta
vida miserable, y de la fruta que en este valle de lágrimas y destierro nuestro
cogemos, para que, pues necesariamente habernos de gustar y comer de ella, y
esto no se puede excusar, de tal manera comamos, que no nos moleste su
amargura, ni nos quede dentera de tan desabrido manjar, sino que lo desabrido se
nos haga sabroso, y dulce lo amargo, y suave lo áspero, y fácil y llevadero lo
dificultoso e insufrible.
“TRATADO
DE LA TRIBULACIÓN”
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