Me doy cuenta de que en vuestra alma se dan
cita todas las estaciones del año; que tan pronto advertís el invierno con
tantas arideces, distracciones, dispersiones, sufrimientos e inquietudes, como
las rosas del mes de mayo, con el perfume de las santas florecillas, como tan
pronto os llegan los ardientes deseos de complacer a nuestro buen Dios. No
queda más que el otoño, durante el cual —como vos decís— no veis muchos frutos.
Pues bien, a menudo sucede que, trillando el grano y prensando la uva, se acabe
por encontrar más de lo que prometieran la siega y la vendimia. Vos querríais
que siempre fuera primavera y verano; pero no, querida Hija mía, es preciso que
haya también una rotación tanto en lo interior como en lo exterior. En el Cielo
sí que será toda primavera en cuanto a la belleza, siempre otoño en cuanto al
disfrute y la alegría, siempre verano en cuanto al amor. No habrá invierno
alguno; pero aquí el invierno es necesario para la práctica de la abnegación y
de las mil pequeñas y hermosas virtudes que se ejercitan en tiempos de sequía.
Avancemos siempre paso a paso; contando con que nuestro propósito sea bueno y
firme, no podemos más que caminar bien.
Carta
a Santa Juana Francisca Fremiot de Chantal (11 de febrero de 1607)
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