El discípulo. Todo lo que puedo
imaginar o desear para mi solaz, no lo espero en esta vida, sino en la otra.
Pues aunque yo solo
tuviera todas las comodidades del mundo y pudiera gozar todos sus placeres,
cosa cierta es que no durarían mucho tiempo.
Por
eso, alma mía, jamás encontrarás alegría completa, ni satisfacción perfecta
sino en Dios, que consuela a los pobres y favorece
a los humildes.
Espera
un poco, alma mía; espera el cumplimiento de las promesas de Dios. Ya tendrás
abundancia de todos los bienes en el cielo.
Si
tienes ambición excesiva de bienes temporales, perderás los eternos y
celestiales.
Lo temporal, usarlo, y lo eterno, desearlo.
Ningún
bien temporal podrá llenarte, pues no fuiste creada para gozarlos.
Aunque poseyeras todos
los bienes creados, ni aun así serías feliz y bienaventurada porque toda tu
felicidad y bienaventuranza esta en Dios, quien creó todas las cosas.
Pero
esa felicidad y bienaventuranza no es como la entienden y estiman los insensatos
amigos del mundo, sino como la esperan los buenos y fieles amigos de Cristo;
como de antemano la gozan algunas veces las almas espirituales y limpias de
corazón que viven en la tierra como si viviesen en el cielo.
Vano y breve es todo
consuelo humano. El consuelo dulce y verdadero es el que se recibe de la verdad
en el espíritu.
El hombre piadoso lleva
consigo por todas partes a Jesús, su consolador, y le dice: “Jesús, Señor mío, acompáñame siempre y
dondequiera.» «Que sea mi consuelo el desear carecer de todo humano consuelo.” “Y
si también me veo privado de tus consuelos, que mi más dulce consuelo sea tu
voluntad y las justas pruebas a que me sujetas.” “Porque
no será eterna tu ira, ni tampoco tus amenazas” (Sal 102, 9).
“LA
IMITACIÓN DE CRISTO”
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