LAS TRES ESPECIES DE
TEMOR – Por el P. REGINALDO GARRIGOU-LAGRANGE, O. P. ( Parte 1)
Qué
hay que entender por temor de Dios. Tema realmente bastante difícil, porque
se confunden con frecuencia tres
especies de temor, muy diferentes entre sí. Una es mala simplemente.
Las dos restantes,
buenas, pero desiguales entre sí: la primera disminuye al aumentar la caridad,
mientras la otra aumenta con ella. Es, pues, necesario precisar qué relaciones
hay entre estas diversas especies de temor con el amor de Dios, que siempre
debe prevalecer.
El
temor, en general, es el abatimiento del alma vencida por la gravedad de un
peligro que la amenaza.
El temor hace temblar y se relaciona tanto
con el mal terrible que amenaza, como con el que puede ser causa de dicho mal.
Con frecuencia, el temor no es más que una emoción de la sensibilidad, que hay
que dominar con la virtud de la fortaleza, pero puede subsistir también en la
voluntad espiritual y puede ser bueno o malo.
Los teólogos y los autores espirituales
distinguen tres especies de temor muy distintos entre sí; y, empezando por el
inferior, son : 1),
el temor mundano, o temor de la oposición del mundo que aleja de Dios; 2), el temor servil, que es el temor de los
castigos de Dios, y es útil para nuestra salvación; 3),
el temor filial, o del pecado como ofensa a Dios : temor que aumenta con el
amor divino y subsiste incluso en el Cielo bajo forma de temor reverencial.
Veamos lo que enseña la teología y especialmente Santo Tomás acerca
de estas tres especies de temor, específicamente diversas entre sí.
1) El temor mundano: es aquel por el cual tanto se teme el mal
temporal que el mundo puede vencernos, que llegamos a estar dispuestos a
ofender a Dios para evitar este mal. El
temor mundano es, por consiguiente, siempre malo. Se presenta bajo muchas
formas. En primer lugar es respeto humano, o timidez culpable, que se asusta de
los juicios del mundo e impide cumplir los deberes para con Dios; por ejemplo,
el de oír la Santa Misa en domingo, comulgar por Pascua, acercarse a la Confesión.
Se teme el juicio de esta o aquella persona; hay miedo de perder la situación
que tenemos si nos mostramos fieles a los deberes cristianos. Y este temor
puede llegar hasta la vileza. En tiempo de persecución, el temor mundano puede
impulsar incluso a renegar de la fe cristiana para evitar la pérdida de los
bienes terrenos, de la libertad personal, o la pérdida de la vida en el
martirio. Jesús dijo: “No temáis a los
que pueden matar el cuerpo, pero que no pueden matar el alma. Temed, más bien,
a Aquel que puede echaros el alma y el cuerpo a la gehena” (Math., X, 28). Dijo
también (Luc, IX, 26): “¿De qué sirve ganar el universo, si se pierde el alma?”
Y más: “Si alguno se avergüenza de Mí y de mis palabras, el Hijo del hombre se
avergonzará de él, cuando venga en su gloria y en la del Padre y de los santos
Ángeles.”
El temor mundano es,
por consiguiente, siempre malo. Hay que pedir a Dios que nos libere de él.
Los que no quieren oír hablar del temor de
Dios, como si no fuese un sentimiento bastante noble, padecen de este respeto
humano, envilecedor, indigno de una conciencia recta. Avergonzarse de asistir a
la Santa Misa es la completa inversión de los valores, porque la Misa, que
perpetúa sacramentalmente el sacrificio de la Cruz, es lo más grande que hay,
es de un valor infinito y, lejos de avergonzarnos de ello, persuadámonos de que
el asistir a ella es de un gran honor y un gran provecho para el tiempo y para
la eternidad.
“LA
VIDA ETERNA Y LA PROFUNDIDAD DEL ALMA”
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