Es muy difícil escapar de los demonios.
Los
demonios, dice Salvio, tienden al hombre tantos lazos seductores en la tierra, que
es casi imposible escaparse de ellos; evitando muchos de estos lazos, solemos
acabar casi siempre por ser cogidos en alguna parte: (Lib. VI. de Provid.).
Se
dice en el Evangelio que Jesucristo ahuyentaba una multitud de espíritus
infernales del cuerpo de los poseídos. Y habiendo preguntado a un demonio que
se había apoderado de un desgraciado, cómo se llamaba: Me llamo Legión, contestó, porque somos
muchos: (Marc. V. 9).
De
modo que, cuando un demonio no puede vencer solo, reúne un gran número; se
reúnen todos, si es preciso, para coger y a exterminar a un alma; la atacan por
todas partes...
Alegría de los demonios cuando pueden vencer y asesinar un alma.
El demonio, dice Isaías, habita los sepulcros
y los templos de los ídolos, come la carne del cerdo, y echa en sus tazas un
caldo profano o prohibido. (LXV. 4). Esto significa que el demonio se alegra de
la muerte de los hombres, y que desea habitar entre aquellos que ha privado de
la vida y de la gracia...
El demonio se ríe de su presa, y la devora
con alegría...
Todos
mis enemigos, dice el profeta Jeremías, han sabido mis desastres, y se han
regocijado: (Lament. 1 -21). Se gozan en el mal que han hecho, dicen los
Proverbios, y hacen gala de su maldad: (II. 14).
Su maligna alegría se manifiesta cuando
consigue destruir el reino de Jesucristo su placer es tener cómplices en la
tierra y en los infiernos Habiéndose perdido sin esperanza, y hundido sin
recurso, dice Bossuet, no son ya capaces
sino de aquella negra y maligna alegría que sienten los malos en tener
cómplices, los envidiosos en tener compañeros, los iracundos abatidos en
arrastrar en pos de si a los demás. No seremos los
únicos miserables, dicen.
Han querido igualarnos a los hombres, y
helos finalmente que ya son nuestros iguales en el pecado y en los tormentos.
Esta igualdad les gusta No les queda más que el placer oscuro, maligno y cruel
de hacer víctimas, después de haber perdido para siempre la felicidad suprema.
Los demonios son los ejecutores de la justicia de Dios.
El demonio, dice Orígenes, es un
tirano a quien Dios entrega los hombres para atormentarlos y castigarlos cuando
se rebelan contra admirable majestad, a fin de que humillados, afligidos
y abatidos, a vuelvan a él y se sujeten a su divino yugo: (Homil.). Y si no se
corrigen, los demonios serán los ejecutores de las venganzas de Dios durante la
eternidad...
Los demonios, dice el Eclesiástico,
son espíritus creados para ministros de la venganza divina;
los cuales con su furor hacen sufrir continuamente sus castigos, y
aplacaran la cólera de aquel Señor que
les crio: (XXXIX. 33-34). Han sido creados para la venganza, es decir,
destinados a cumplir la venganza divina. Dios ha hecho de los demonios los
perseguidores y los verdugos de los impíos; son los ministros de su ira, y
castigan los crímenes de los pecadores obstinados: habiéndose estos sujetado
voluntariamente A los demonios con sus pecados, les estarán también sujetos, a
pesar suyo, para sufrir la pena de sus extravíos.
Después de su caída los demonios han
conservado su poder y la fuerza de voluntad. Si se dice que la fuerza de la
voluntad de los ángeles rebeldes provenía, antes de su caída, de la conformidad
de esta voluntad con la de Dios, conformidad que han perdido, no se piensa en
que Dios quiere hacerlos servir de ministros de su justicia, y que asi la
voluntad de los demonios se halla conforme con la de Dios: satisfaciendo su
voluntad depravada, ejecutan lo que Dios ha decidido por una voluntad que es
siempre buena.
Castigo de los demonios.
El juicio de los demonios, que hace tiempo que les amenaza, va viniendo a
grandes pasos, dice San Pedro: (II. II. 3). Están encadenados, atormentados y
tenidos como en reserva hasta el día del juicio: (id. II. II. 4).
Orgulloso Satanás, dice Isaías, has
sido precipitado al infierno: (XIV. 15). Condenados a un suplicio eterno y
sufriendo la terrible maldición de Dios, los demonios están en la más honda
mazmorra del infierno, debajo de todos los réprobos.
De qué modo se triunfa de los demonios.
Fortaleceos en el Señor y en su virtud
omnipotente, dice San Pablo: (Ephes. VI. 10).
Para poder contrarrestar a las asechanzas
del diablo, revestíos de toda la armadura de Dios: (Ibid. VI. 11).
Emplead sobre todo el escudo de la fe para
poder apagar todos los dardos inflamados del espíritu maligno: (Ibid. VI. 16). San Pedro indica
el mismo medio: Resistid al demonio firmes en la fe, dice: (I. V. 9).
La tentación de nuestro enemigo el demonio
es terrible, dice San Bernardo; pero nuestra oración es todavía más temible
para él. Su malignidad y su doblez tratan de dañarnos; pero nuestra sencillez y
nuestra caridad le oponen una victoriosa resistencia, y constituyen su
tormento. No puede sostener nuestra humildad; nuestro amor hacia Dios le
abrasa; nuestra mansedumbre y nuestra obediencia le atormentan: (Serm, in
Cant.).
Cuando pisoteamos los pecados, nos
sobreponemos al poder del demonio, dice San Crisóstomo; si nos irritamos contra él, se irritará inútilmente
contra nosotros; y por el contrario, si nos manifestamos débiles con él, será
cruel con nosotros: (Homil. XXII).
No perdáis jamás de vista la mirada de
vuestro adversario, que inmóvil os contempla, dice San Basilio: (In
Epist. S. Petri).
El que
quiere arrojar al demonio, debe empezar por hacerse dueño de las inclinaciones
de su corazon...
La resistencia detiene al demonio, la
energía le subyuga, la fe estrella su poder. Fortificada con la esperanza,
inflamada con la caridad, y armada con la oración, la fe queda victoriosa de
Satanás...
Los príncipes de las tinieblas, dice San Bernardo,
se espantan de la luz de las buenas obras; porque las tinieblas no pueden
resistir la luz: (Serm, in Cant.).
Sed sobrios y estad alerta, dice el apóstol San Pedro: (I.
V. 8).
Resistid al demonio, dice el apóstol Santiago, y
huirá lejos de vosotros.
A fin de quedar victorioso, el soldado de
Jesucristo debe prepararse, ceñirse, armarse y proveerse de todo lo necesario
en el combate que debe presentar al demonio.
Por lo demás, desde que Jesucristo ha
destruido con su muerte el imperio del demonio, el poder de este espíritu se ha
debilitado mucho, sobre todo respecto del cristiano consagrado a Dios por el
bautismo, y salvado asi de las potencias tenebrosas Libertándonos de nuestros
pecados, que nos tenían bajo el yugo de los espíritus malignos, Jesucristo con
su preciosa sangre, dice Clemente de Alejandría, nos ha emancipado de los amos
crueles a quienes estábamos sujetos.
San Agustín nos enseña que, cuando la Escritura nos exhorta a
resistir al demonio y a combatir contra él, entiende que debemos resistir a
nuestras pasiones y a nuestros desarreglados apetitos; porque por medio de
ellos nos subyuga el demonio.
La confesion, la
sagrada comunion, el temor de Dios, el pensamiento de su presencia y la señal
de la cruz son armas que nos hacen invencibles y abaten siempre al demonio.
“Tesoros
de Cornelio Á Lápide”
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