«Permitidme
que transcriba aquí lo que en mi libro CUERNAVACA Y EL PROGRESISMO RELIGIOSO EN
MEXICO, escribí hace dos años:
«No es un secreto para nadie que uno de
los objetivos más antiguos y más perseguidos por la mafia judía y por los
organismos internacionales, que ella ha fundado y dirige: la masonería, el
comunismo, la Internacional Financiera y la Internacional Política, es el
establecimiento de un Gobierno Mundial, que englobaría en un sincretismo
socialista, a todas las instituciones económicas, sociales, políticas y
religiosas de las diversas naciones.
«La ofensiva, que actualmente se
desencadena contra la Iglesia Católica, es tan sólo una fase de esa ambiciosa
maniobra, encaminada a infiltrar a la Iglesia de Cristo, a destruirla por
dentro, a asociarla, en las altas esferas, con los enemigos que la combaten.
«El abate Roca (1830-1893), salido de la
Escuela de los Carmelitas y ordenado sacerdote en 1858, fue nombrado canónigo
honorario de Perpignan en 1869... Es un apóstata de la peor especie; miembro de
las sociedades secretas más importantes y elemento conscientemente dispuesto a
la destrucción de la Iglesia. Nos parece oportuno citar algunos de sus
escritos, que parecen anunciarnos la crisis espantosa, que estamos viviendo. En
una carta al judío Oswald Wirth, del 23 de agosto de 1891, le dice:
«Un cristianismo nuevo, sublime, amplio,
profundo, realmente universalista, absolutamente enciclopédico, el cual
terminará por hacer descender sobre la tierra todo el cielo, como ha dicho
Víctor Hugo; por suprimir fronteras, los sectarismos, las iglesias locales,
étnicas y celosas; los templos divisionarios, los alvéolos que retienen,
prisioneras del Papa, a las moléculas doloridas del gran cuerpo social de
Cristo». (GLORIOSO CENTENARIO, pág. 123).
«Lo que la cristiandad quiere edificar no
es una pagoda, sino un culto universal, que englobará a todos los cultos».
(Ibid. pág. 77).
¿No es éste el «ecumenismo» que comentamos
en la liturgia del Cardenal Lercaro del día anterior?
«La humanidad, a mis ojos, se confunde con
Cristo, de un modo mucho más real de lo que los místicos habían creído hasta
ahora. Si Cristo-Hombre, como Verbo Encarnado, es Hijo único de Dios, es
también, en consecuencia, el universo entero y, especialmente, toda la
humanidad o, mejor dicho, la innumerable serie de las humanidades viajeras».
(Ibid, pág. 188).
Aquí tenemos los orígenes del Cristo
cósmico teilhardiano. En los antros de la judeo-masonería, por mucho que los
iniciados quieran negarlo, fue confeccionada esta concepción, en la que el
progresismo se asocia y se funde con todas las religiones, en el dios inmanente
del panteísmo.
«Encarnación de la Razón increada en la
razón creada, manifestación de lo absoluto en lo relativo, Cristo en persona es
un símbolo central, una especie de jeroglífico de carne y hueso, hablando y
obrando de un modo siempre típico. Es el Hombre-Libro, citado conjuntamente por
la Kábala y el Apocalipsis».
«Lo que es la Evolución, en lenguaje de
los sabios; es redención, desencarnación, muerte y ascensión en el lenguaje de
los sacerdotes ilustrados». (GLORIOSO CENTENARIO, pág. 237).
El canónigo Roca, en el Congreso
Espiritualista Internacional celebrado del 9 al 16 de septiembre de 1889, en el
Gran Oriente de Francia, bajo la presidencia de honor de la Duquesa de Pomar,
dijo:
«MI CRISTO NO ES EL CRISTO DEL VATICANO»
«Con el mundo y porque es el mundo, Cristo evoluciona y se transforma.
Nadie detendrá el torbellino de Cristo; nadie frenará el tren de la evolución,
que Cristo conduce por los mundos y que lo arrastrará todo, los dogmas
evolucionan con él, ya que son algo viviente, como el mundo, como el hombre,
como todo ser orgánico. Ecos de la conciencia colectiva, siguen, como ella, LA
MARCHA DE LA HISTORIA».
He aquí la evolución integral de Teilhard;
he aquí también la evolución dogmática, según el pensamiento «progresistas». He
aquí la base del «aggiornamento» que considera a la Iglesia en función del
mundo, evolucionando con el mundo, acomodada a las características del mundo
histórico que vivimos. Los dogmas deben evolucionar con el mundo; no son
verdades inmutables; son «ecos de la conciencia colectiva».
En su libro EL FINAL DEL MUNDO ANTIGUO
(pág. 327), Roca anuncia la presente crisis de la Iglesia:
«Lo que se prepara en la Iglesia
Universal. No es una reforma; es, no me atrevo a decir, una revolución, ya que
el vocablo sonaría exacto, sino una evolución».
Yo recuerdo haber escuchado de los labios
del Cardenal Ottaviani esta expresión pavorosa: «Lo que estamos viendo es una
espantosa revolución». ¿No es la misma idea la que expresó Paulo VI cuando dijo
que la actual crisis de la Iglesia parecía una «autodestrucción» del
catolicismo? Y, en un reportaje de la AP de Ciudad Vaticana, 28 de octubre
1970, leemos:
El Papa Paulo VI advirtió hoy contra las
«catastróficas consecuencias», que surgirían, de aceptar todos los cambios
radicales como medio de progreso.
«La gente se pregunta: ¿acaso están
cambiando las verdades y dogmas religiosos?, dijo Paulo VI, durante su
audiencia semanal en la Basílica de San Pedro. Y ¿acaso no existe ya nada
permanente?
Se debe encontrar una respuesta, dijo
Paulo VI, «aun cuando sea para evitar las catastróficas consecuencias, que
surgirán al admitir que ninguna norma, ninguna doctrina puede permanecer para
siempre, y que todos los cambios, aun cuando sean radicales, pueden adaptarse
como método de progreso de controversia o de revolución».
«Si no deseamos que la civilización
termine en caos y que la religión cristiana pierda toda justificación en el
mundo moderno, todos debemos expresar con claridad que “algo” permanece y debe
permanecer al pasar del tiempo».
La base y el fundamento inconmovible de
nuestra fe católica no es la conveniencia personal o colectiva –el evitar las
catastróficas consecuencias de un cambio constante de nuestras ideas– sino la
autoridad de Dios, que nos ha revelado las verdades que creemos. No es “algo”
lo que permanece y debe permanecer, sino “todo” lo que Dios nos ha enseñado:
todos nuestros dogmas, porque si un solo dogma cae, todos los demás lógicamente
tienen que seguir el mismo derrumbe. Lo que el Paulo VI deplora no es sino la
consecuencia inevitable de haber dejado caer la piqueta demoledora sobre lo que
el Magisterio de la Iglesia una vez enseñó como verdad de fe católica.
“REVISTA CLAVES”
Febrero de 1993.