Ya
todos conocen aquel saludable, pero incomprendido pensamiento: uno no está
obligado a ganar; pero todos están obligados a luchar (por Dios, la Patria y la
Familia).
Pero también es saludable recordar esto: Si
tomas el arado de Cristo, prepárate para luchar solo, en medio del hambre, la
enfermedad, la pobreza, la incomprensión, la calumnia, y el abandono de los
amigos.
Lucharas sólo, en el frío de tu trinchera
inhóspita. Sin esperanzas en ganar, pero sin desesperación por obtener la victoria.
¡Es cosa admirable luchar contra lo que
parece un invencible, – es admirable ver luchar a hombres que ya están
derrotados, pero no se sienten vencidos – dejando sus cuerpos en el campo de
batalla, y sus almas en el cielo eterno!
En esta lucha, en esta defensa, por Cristo y
María, no se cosechan bienes materiales,
ni laureles; no hay aplausos, ni gritos de victoria en cambio, se acumulan
tristezas y lágrimas, que los ángeles del cielo lo recogen como perlas preciosas, para el día de tu
juicio.
Más, cuando se reflexiona, cuando Dios envía
esa luz en medio de tantas pruebas, uno lo comprende: “Vale la pena morir luchando”
por un premio, que no está en lo terreno, sino en la eternidad…
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