Difunde esta devoción,
porque «quien salva un alma, tiene su alma salvada» (San Agustín). San Alfonso
María de Ligorio: “Un siervo devoto de María no perecerá jamás”.
Las tres Avemarías.
Mientras Santa Matilde suplicaba a la
Santísima Virgen que la asistiera en la hora de su muerte, escuchó a la
benignísima Señora decirle: «Sí, lo haré; pero quiero que reces por mí tres
Avemarías cada día.
La primera Avemaría, pidiendo que así como
Dios Padre me elevara a un trono de gloria incomparable, haciéndome la más
poderosa en el cielo y en la tierra, así también te asista en la tierra para
fortalecerte y alejar de ti todo poder enemigo.
La segunda Avemaría, pidiendo que así como
el Hijo de Dios me concedió sabiduría, hasta tal punto que tengo más
conocimiento de la Santísima Trinidad que todos los santos, así también te
asista en el paso de la muerte para llenar tu alma con la luz de la fe y la
verdadera sabiduría, para que las tinieblas del error y la ignorancia no la
oscurezcan.
La tercera Avemaría, pidiendo que así como
el Espíritu Santo me ha concedido la dulzura de su amor y me ha hecho tan
amable que después de Dios soy la más dulce y misericordiosa, así también te
asista en la muerte, llenando tu alma con tal dulzura de amor divino, que todo
el dolor y amargura de la muerte te sea trocado en delicias.
La práctica de esta devoción consiste en
rezar tres Avemarías cada día, agradeciendo a la Santísima Trinidad los dones
de Poder, Sabiduría y Amor que otorgó a la Virgen Inmaculada, y pidiéndole que
los utilice para ayudarnos.
Cómo practicar esta
devoción:
Todos los días, reza lo
siguiente:
María, mi Madre;
¡Sálvame de caer en pecado mortal!
1– Por el Poder que os ha concedido el Padre
Eterno. Rezar un Ave María.
2– Por la Sabiduría que el Hijo te concedió.
Rezar un Ave María.
3– Por el Amor que te dio el Espíritu Santo.
Rezar un Ave María.
Santa
Matilde de Hackeborn (1241-1298), tuvo muchas apariciones de Jesús y María. A
pesar una como monja benedictina, alma consagrada y penitente, temió en la hora
de la muerte. Por eso rezó a Nuestra Señora para que la ayudara en ese trance final.
La Virgen María se le apareció entonces en 1285 y la consoló diciéndole:
«Sí, haré lo que me pides, hija mía, pero te
pido que reces tres Avemarías diariamente: la primera, para agradecer al Padre
Eterno por haberme hecho omnipotente en el cielo y en la tierra; la segunda,
para honrar al Hijo de Dios, por haberme dado tal conocimiento y sabiduría, que
supera la de todos los santos y todos los ángeles, y por haberme dotado de tal
esplendor, para poder iluminar, como brilla el sol, todo el Paraíso; la
tercera, para honrar al Espíritu Santo, por haber encendido en mi corazón las llamas más ardientes de su amor
y por haberme hecho bondadosa y benigna, para ser, DESPUÉS DE DIOS, la más
dulce y misericordiosa».
La Virgen María le dice a la Santa: «En la
hora de la muerte yo:
– estaré presente para consolarte y alejar
de ti toda fuerza diabólica;
– infundiré en ti la luz de la fe y del
conocimiento, para que tu fe no sea dañada por la ignorancia;
– estaré presente, en la hora de tu muerte,
infundiendo en tu alma la dulzura del Amor Divino, para que prevalezca en ti
para cambiar todo el dolor y la amargura de la muerte en gran dulzura».
Muchos santos propagaron la devoción a las
tres Avemarías... Entre ellos estaban el Padre Pío y Don Bosco.
REZA LAS TRES AVEMARÍAS,
TODOS LOS DÍA TU VIDA,
Y TU PREMIO SERÁ EL CIELO.
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