viernes, 31 de enero de 2025

“UN ROSARIO POR CINCO CÉNTIMOS” – Una historia real, sencilla y bellísima en verdad.

 




   Es la historia de una pobrecita. Cada día, a eso de las ocho, con toda exactitud llega cojeando.

 

   Se sienta al borde de un camino por donde pasan los veraneantes, y espera, con el rostro lleno de paz que se le dé una limosna.

 

   De sus dos ojos, de sus dos brazos, de sus dos piernas no tiene más que uno; le falta un ojo y tiene paralizados un brazo y una pierna. Con todo, cuenta con fuerzas suficientes para llevar un cestito que deja a su lado, en donde están todas sus provisiones, y además, UN ROSARIO.

 

   — Pasaba por allá casi cada día — refiere el que esto relata — le daba regiamente... cinco céntimos.

 

   Como se ve, esta realeza es poco ruinosa.

 

   Cierto día; después de haber dado a la pobrecita la moneda tradicional, sobrevino una ligera maniobra, que ya había observado varias veces: tomó una piedra y la colocó en su cestita. Ya los años anteriores, me había sorprendido semejante maniobra; no la hacía siempre pero sí con bastante frecuencia.

 

   Trabando conversación con ella, le pregunté la razón de aquella.

 

   — Es para los rosarios, señor.

 

   — ¿Para los rosarios?

 

   — Sí.

 

   — ¿Cómo?

 

   — Cada vez que me dan algo rezo un rosario. Es muy justo ¿no es verdad? Pero sucede a veces que no puedo rezarlos todos de una vez, especialmente cuando la estación es buena y los bañistas son caritativos, entonces con las piedras de mi cestito llevo cuenta de los que he de rezar por la noche, y a veces aún en invierno.

 

   — ¿En invierno?

 

   — En invierno, sí, claro está, entonces naturalmente me quedo en casa. Por aquí no pasa ni un alma. Mire, el año pasado, me quedaron más de cien rosarios por rezar para el tiempo de las nieves. Los he rezado todos sin faltar uno.

 

   ¡Un rosario por cinco céntimos! ¡Oh! compremos por cinco céntimos, compremos las Avemarías. No demos jamás una limosna sin decir a quien la recibe: Ruegue por mí.

 

   Puede olvidarse el pobre de rogar por nosotros, mas no lo olvidará ciertamente el Ángel de la Guarda.

 

“El Faro de la Costa” Año 1931.

 

 

 


lunes, 27 de enero de 2025

“¡Señor sálvanos que estamos pereciendo!” – Por el Abad Armand Jean Bouthillier de Rancé (1625-1700).


 



“Y he aquí se levantó en el mar tal tempestad, que la barca fue cubierta por las olas; y estaba durmiendo. Sus discípulos se acercaron a él y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que estamos pereciendo!” (Mateo, capítulo VIII, versículos 24-25).

 

   Reflexión sobre las violentas Tormentas de aflicciones y tentaciones que surgen en las almas cristianas y que de algún modo perturban su Fe: “¡Señor, sálvanos, que estamos pereciendo!”

 

   Reflexión en las violentas tormentas de las tentaciones “¡Señor, sálvanos, que estamos pereciendo!  del Abad de Rancé:

 

   1) Esta ocasión de tormenta, Señor, nos revela muchas cosas a la vez. La primera es que por importantes que sean los asuntos que nos ocupan en el mundo, debemos realizarlos, sin ceder a aquellas ansiedades que perturban toda la paz de nuestro corazón y nos causan continuas agitaciones.

   Esto es lo que Tú nos muestras claramente con tu ejemplo. Como se os ha confiado el asunto más grande que jamás haya existido, que es la reconciliación del mundo con Dios vuestro Padre, no hay momento en vuestra vida que no esté destinado a él. Esta obra está llena de accidentes y acontecimientos desafortunados. No encuentras allí más que contradicciones. Estás constantemente expuesto a los malvados designios de tus enemigos; Sin embargo, en medio de una infinidad de dificultades y dificultades, os encontráis en una situación tan pacífica, en un descanso tan profundo, que los movimientos de una violenta tormenta no son capaces de perturbarlo.

   Esta es una gran instrucción, Señor, para todos aquellos que son devorados por las preocupaciones de la impaciencia, y que en las cosas más pequeñas se dejan llevar por su avaricia, desgarrados por sus pasiones, como si la salvación eterna del alma, se tratara de la conservación del cuerpo. Es un vicio y un desorden al que vemos sucumbir a la mayoría de los hombres.

 

   2) También quisiste probar y confirmar la fe de tus Apóstoles. Dejaste que se formara una tormenta durante el tiempo de tu sueño, tus Discípulos deben saber que nada te era desconocido, que tus ojos están siempre abiertos para ver lo que sucede en el mundo, que Tú velas sin descanso por todas sus necesidades, y particularmente los de tus siervos, y los del pueblo que te pertenece.

   Si su confianza hubiera sido la que debía ser, en lugar de perturbar vuestro descanso y abandonarse al miedo como lo hicieron, habrían esperado en paz el fin de esta tormenta, y pronto habrían visto cómo las olas del mar se calmará bajo tu poder, según estas palabras de tu Profeta: Tú dominas el poder del mar y calmas el movimiento de sus olas.

   En verdad, Señor, se encontraron en disposiciones muy contrarias: porque, alarmados al ver un peligro que no los amenazaba, recurrieron a ti clamando: Señor, sálvanos, que estamos pereciendo.

   Los reprendiste en el mismo momento, les reprochaste su falta de fe y ordenaste a los vientos que se calmaran. No debe haber duda de que estas palabras conmovieron a los Apóstoles y les dieron intrepidez y confianza inquebrantable para el futuro.

 

   3) Tú nos muestras, Señor, con este ejemplo lo que muchas veces sucede en el corazón de quienes te sirven y viven en exacta piedad; casi no hay en quien Tú no permitas que se formen tentaciones, que son como tormentas que se levantan en el alma; y que de algún modo perturba su serenidad. Sin embargo, es lo que preserva la Virtud, es lo que la fortalece, es lo que la aumenta.

   La tentación que es prueba de la Fe, como dice vuestro Apóstol, produce Paciencia, la paciencia da perfección a la obra, por eso es por ella que podemos adquirir un estado de excelencia e integridad, que no sufre falta ni imperfección.

   La conducta, Señor, que debemos seguir en este tipo de ocasiones es apoyarnos en la firmeza de nuestra Fe, dirigirnos a Ti con oraciones ardientes, expresarte lo que estamos sufriendo, diciéndote estas palabras de tu Escritura: Oh Señor, misericordioso, espero en perfecta tranquilidad los efectos de tu misericordia.

   Tú eres fiel, Señor, y como nos declaras a través de tu Apóstol, no permites que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas; pero Tú aseguras que podamos resistir las tentaciones y que salgamos de ellas con ventaja.

   Finalmente, Señor, estas palabras que dices a tus Apóstoles: ¿Por qué sois tan tímidos, hombres de poca fe? Lo dices a todos los que se encuentran en aflicciones, en tentaciones que les apremian; y cuando recurren a Ti con esta confianza, a la que Tú no les niegas nada, experimentan lo que puede contigo, y la orden que Tú das a los vientos que agitan sus almas, para que se calmen, las pone o las mantiene en perfecto estado tranquilidad. Entonces se levantó y mandó que se calmaran los vientos y el mar, y hubo una gran calma.

 

   4) Tú quisiste, Señor, dar señales del poder absoluto que tienes sobre todas las cosas aquí abajo. No para vuestra propia gloria, sino para establecer la de vuestro Padre, contra la cual se había levantado todo el Universo. Esto es lo que, después de una declaración tan precisa, ya no hay lugar a dudas: hacéis con esto un bien infinito, porque tan pronto como vuestro poder universalmente reconocido, todas vuestras palabras atraerán la credibilidad de todos aquellos de vosotros que son escuchados, penetrarán y someterán vuestros corazones. Todos los Reyes y Pueblos de la tierra reconocerán a Dios vuestro Padre, y le rendirán la obediencia que le corresponde según la expresión de vuestro Profeta: Todos los reyes de la tierra le adorarán, y todas las naciones le estarán sujetas. Entonces veremos el cumplimiento de la predicción que hizo, cuando dijo que tus alabanzas resonarían de un extremo al otro del mundo, desde la salida del sol hasta su puesta.

   Porque este regreso, esta conversión, esta santificación tan general llenará a los hombres de santa alegría, no tendrán suficiente voz ni suficiente corazón, hagan lo que hagan, para testimoniar lo que deben a tu misericordia, y su consuelo será celebrar tu Santa Nombre con cantos de alegría, con himnos, con cánticos hasta el fin de los siglos.

 

   Finalmente veremos el imperio del Demonio completamente destruido, cuando habiéndolo vencido y arrebatándole de las manos a tus siervos, a quienes consideraba como una presa que le estaba asegurada, tu Padre te llamará triunfante para hacerte sentar en su derecho, corona tus trabajos y pon a tus enemigos debajo de tus pies para siempre. Que así sea.

 

Abad Armand Jean Bouthillier de Rancé (1625-1700)  “Reflexiones morales sobre los cuatro Evangelios”

 

 

 


martes, 14 de enero de 2025

LA ENVIDIA – Por Fray Antonio de Monterosso. O.F.M. CAP.


 



ENVIDIA.

 

(Vitium Caini - Vicio de Caín).

 

Invidia diáboli mors introivit in mundum (Sofon. 2:24).

 

I. Vicio diabólico.

 

    — Por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo.

 

   Como vemos por el texto citado, el Espíritu Santo recuerda que la causa de la ruina del mundo ha sido la envidia. Vemos que la envidia se apega a los grandes y a los pequeños; ella es la causa de tantos males, de murmuraciones, calumnias, delaciones y también de horribles delitos. Especialmente quita la paz del alma que ve erróneamente su gloria en la humillación de los demás o en la gloria de los demás su propia humillación.

 

   Veremos brevemente: Lo que es la envidia; Daños que produce la envidia; Remedios contra la envidia.

 

II. ¿Qué es la envidia?

 

   — No es envidia el desear el bien que posee otra persona; aun si este bien es espiritual; dice San Pablo al respecto (I Cor. 12.81): “Desead mejores carismas, aemulámini carísmata meliora”, excitando a los cristianos a una santa emulación.

 

   No es envidia el entristecerse de un bien del prójimo porque puede perjudicar a su alma.

 

   La envidia consiste en entristecerse del bien de los demás, considerándolo como mal propio, y en el gozar de los males de los demás considerándolos como un bien propio. San Agustín la llama la enemiga de la caridad y de la paz cuando dice: “Mientras la caridad une, la envidia divide”.

 

III. Daños de la envidia:

 

   — Guárdate de la envidia que puede procurarte males gravísimos. La envidia consentida hace al hombre mezquino y despreciable; porque sin aprovechamiento propio, más aún, con daño, lo hace gozar del mal de los demás y sufrir del bien del prójimo.

 

   Movido por la envidia, Caín mató a Abel; los hermanos de José, por envidia, maquinaron su muerte y lo vendieron luego como esclavo; por envidia (Mt. 27:18), los sacerdotes de los hebreos entregaron a Jesús a Pilatos.

 

   Vemos aun hoy día personas eminentes que, afectadas de este vicio, hacen verdaderas injusticias, aun cuando éstas vayan a veces hipócritamente cubiertas por el manto del celo o de la justicia.

 

IV. Remedios contra la  envidia.

 

   — Procura conocer la fealdad de este vicio y oponte, por lo tanto, a sus estímulos con actos internos y externos de generosidad; esforzándote en gozar del bien y en sufrir del mal de los otros. Haciendo lo que indica San Pablo (Rom. 12:15): “Gaudere cum gaudéntibus, flere cum fléntibus”. Gozar con quien goza y llorar con quien llora.

 

   Alaba a la persona de quien sientes envidia y habla bien de ella con los demás; esto no es hipocresía, es caridad y, a veces, heroísmo.

 

   Dado que la envidia es enemiga de la caridad, busca el amar mucho a Dios y al prójimo en Dios y por Dios y entonces gozarás de su bien y sufrirás de su mal. Haciendo así alejarás de ti este vicio mezquino y deletéreo.

 

V. Examínate.

 

   — Examínate, y no superficialmente, si este vicio está en ti o procura adueñarse de tú alma. ¿Te entristeces si ves a otra, especialmente a tu émula, favorecida, estimada, alabada? ¿Te alegras si la sabes humillada, despreciada o puesta en un rincón? ¿Gozas de verla sufrir?

 

   Este vicio puede entrar en ti como entró en el diablo, en Caín y entra en otras personas que te circundan. ¡Es tan fácil, especialmente en un alma soberbia y sin caridad, el llegar a gozar de la humillación del prójimo! Ten cuidado; San Gregorio Nazianceno dice que la envidia “non solum multos sed óptimos tangit” Se adueña de muchos y también de los óptimos; hay peligro que se adueñe de ti también.

 

VI. Proponte.

 

   — Quiero extinguir en mí o alejar de mí el nefasto pecado capital de la envidia, pues es contrario a las máximas de Jesús el gozar del mal y el sufrir del bien de mi prójimo.

 

   No quiero hablar nunca mal de aquel hacia quien —aun contra mi voluntad— siento envidia. Viendo que alguno tiene más inteligencia, habilidad o dotes que yo, procuraré no sufrir por ello, más aún, gozar de su bien. Que si algunos tuvieran envidia de mí, procuraré no devolver mal por mal, sino que los compadeceré y los amaré,

 

VII. Escucha y ruega.

 

   — Esposa de Jesús, recuerda que la envidia se opone al gran precepto de la caridad. ¿Cómo podrías afirmar que amas a tu prójimo si te contristas de su bien, y te alegras de su mal? Recuerda la oración que hizo Jesús en la última cena por ti que estás entre los que habrían creído en Él (Jo. 20:21) : “Que sean unum” una sola cosa; como Tú estás en Mí, oh Padre y Yo en Ti; que sean también ellos una sola cosa en Nosotros”. ¿Cómo puedes formar una sola cosa con tu prójimo si te dejas dominar por la envidia? Huye de la envidia que divide; ama la caridad que une.

 

   Jesús mío, Dios de amor y de caridad, reconozco que la envidia procura echar sus maléficas raíces en mi alma. Siento los impulsos, siento que sin tu ayuda me dominaría y sería una miserable. Mi bien, no quiero ser envidiosa. Quiero gozar del bien de mis hermanas; quiero verlas felices. No quiero gozar del mal de mí prójimo, aun cuando fuese mi enemigo, aun cuando me hubiese hecho mucho mal. Si sufre, quiero sufrir de su dolor o por lo menos aliviarle las penas, y todo por amor Tuyo, oh buen Jesús, que nos. has hermanado en la tierra y nos quieres hermanos por toda la eternidad.

 

Ejemplo:

 

   — Santa Isabel, Reina de Portugal, tenía en la corte un joven muy piadoso y recto; se servía de él para hacer secretas limosnas. Un colega suyo, movido por la envidia y celoso del favor de que gozaba su compañero, pensó arruinarlo acusándolo al rey como si abusase de la confianza que la reina le demostraba. El rey creyó la calumnia y pensó quitar la vida al reo presunto. Dijo al jefe de su calera que le mandaría un paje que le preguntaría “si había cumplido sus órdenes”. Le dijo que, al oír esto, lo tomase y lo echase en la calera porque merecía la muerte.

 

   En el día fijado, el buen paje fue enviado a la calera. Pasando delante de una iglesia entró para saludar a Jesús y escuchó devotamente dos misas. Entretanto, el rey, impaciente por saber lo que habia sucedido envió a la calera al paje calumniador para informarse “si había cumplido las órdenes del rey”. El jefe de la calera, creyendo que éste fuese el paje que le enviaba el rey, lo tomó y lo echó al fuego que lo consumió. Poco después llegó el paje de la reina, el que preguntó al jefe de la calera si las órdenes del rey ¡habían sido ejecutadas. —“Sí, sí”— respondió mostrando la calera—, “todo ha sido cumplido al pie de la letra”. El buen paje volvió de prisa a llevar la respuesta al rey, que quedó azorado ya que creía al buen paje quemado.

 

   Cuando supo todos los pormenores, exclamó: —“Oh Dios, justos son Tus juicios”— y desde entonces respetó siempre la virtud del paje.

 

   La caridad es de Dios, la envidia es del demonio. Evitaré la envidia.

 

“LA RELIGIOSA” AUDI, SPONSA CHRISTI.

AÑO 1963.


lunes, 13 de enero de 2025

LA CAPITANA DE LA BARCA – Por Nicky Pio.

 



A las madres y esposas, que por voluntad divina, tomaron el timón de la familia.

 

   Desde hace tiempo que soy la capitana de esta barca llamada “familia”, – ¿y el capitán? – ¡Oh!, el capitán de mi barca se ha muerto – y doy gracias a Dios que así fuera, y no cómo el capitán, de otra barca vecina, que abandonando el timón, corriendo locamente, como hechizado por el canto de sirenas, a tripular otro extraño navío, llamado “adulterio”.

 

   No, no crean que  vengo a suplantar al Capitán, pero una barca sin timón que lo dirija termina estrellado contra las rocas de la vida. No es fácil lo confieso, a veces quiero tirarme a llorar a solas en mi camarote, y olvidarme del mundo, pero no puedo, ¿qué sería de mi tripulación? ¡Mi familia!

 

   Navego entre las más bravas tormentas con rumbo incierto, sin brújula ni astrolabio, ni estrellas ni firmamento. Pero en las borrascas más duras me afirmo al timón, y firme me mantengo, las olas golpean mi barca, y no hay capitán más recio, ni avezado, que igualarme pueda, cuando lucho contra los vientos, que zozobrar amenazan mi débil barca.

 

   Pero cuando amaina el peligro, y en aguas tranquilas me encuentro, miro con dulzura mi pobre, y querida tripulación, que en paz descansa sobre la cubierta, más yo no duermo.

 

   En esas noches levanto mis ojos al cielo, y una calma invade mi alma, busco con afanosa vista en el firmamento, y la veo, la Estrella del Norte, la estrella que guía mi incierto derrotero.

 

   Entre dolores y oscuros pensamientos, me permito una breve licencia. De mis ojos cansados una lágrima contenida aflora, y a solas lloro de puro desahogo y agradecimiento, mi alma se apena, más el timón mis ateridas manos no afloja, y de mis trémulos labios una plegaria como incienso vuela,  y en  el infinito cielo resuena, que cómo el trueno retumba, e implora: 

   “Stella Maris, ayúdame a llevar esta barca a buen puerto”. Amén.


domingo, 12 de enero de 2025

LAS MARAVILLAS DEL SANTO NOMBRE – Por el Rvdo. Paul O’Sullivan, O.P. (E. D. M.). ÚLTIMO CAPÍTULO.



Capítulo X.

 

EL DEMONIO Y EL NOMBRE DE JESÚS.

 

   El peor mal, el más grave peligro que nos amenaza a cada uno de nosotros todos los días y todas las noches de nuestras vidas es el diablo.

 

   San Pedro y San Pablo nos avisan en el más fuerte lenguaje, que debemos tener cuidado con el diablo, está usando toda su tremenda voluntad,  y su gran inteligencia, para arruinamos y hacemos daño en todas las formas posibles. No hay peligro más grande después del mundo y la carne. Si bien no es bueno temer al demonio si estamos en gracia de Dios, es un “perro atado” cómo dice San Agustín, del cual es mejor no acercarse, pues la  cadena que lo ata, cómo dice San Juan Bosco, por disposición de Dios puede alargase y mucho.

 

   Él no puede atacar a Dios, así que vuelve todo su implacable odio y malicia contra nosotros. Nosotros estamos destinados a ocupar los tronos que él y los otros malos ángeles perdieron, y ese pensamiento alimenta su furor. Muchos tontos e ignorantes católicos nunca piensan en el diablo, aunque  les provoque infinitos daños y les cause indecibles sufrimientos.

 

   Nuestro mejor, y más sencillo remedio es el Nombre de Jesús. Echa al demonio, espantándolo de de nuestro lado y nos salva de innumerables males.  Oh, queridos lectores, decid constantemente este Poderoso Nombre y el demonio no podrá haceros daño.

 

   Decidlo en todos los peligros, en todas las tentaciones. Despertad, si habéis estado durmiendo. Abrid los ojos al terrible enemigo que está siempre acechando vuestra ruina.

 

   Sacerdotes deberían de predicar en este importante asunto. Tendrían que avisar a sus penitentes en el confesionario en contra del diablo.  Aconsejen a la gente como evitar malas compañías, que puedan encaminarles a llevar malas vidas. Más contra la influencia del demonio, poco o nada se aconseja, y es incomparablemente más peligrosa aún,  que cualquier mala compañía.

 

   Maestros, catequistas y madres, deberían constantemente poner en guardia a sus niños en contra del diablo. Y aconsejar este remedio del Santo  Nombre de Jesús. Así los esfuerzos del demonio por perdernos, serán  debilitados.

 

“LAS MARAVILLAS DEL SANTO NOMBRE”

 

 

RECOMENDACIÓN DE ESTE LIBRO.

 

   Las Mara illas del Santo Nombre bien puede ser el más valioso de todos los libros populares y estimulantes del Padre O’Sullivan porque nos enseña el secreto más sencillo para lograr la santidad y la Felicidad. Ni siquiera uno de cada mil Católicos habrá oído del maravilloso poder del Santo Nombre de Jesús como está explicado por este autor. Él toma testimonios y citas de la Sagrada Escritura, la historia de las vidas de los Santos, demostrando la increíble eficacia de este Sagrado Nombre y animándonos a invocarlo con frecuencia docenas de veces, y aún cientos de veces al día.

 

   El autor explica que se pueden resumir muchas oraciones en una palabra, “Jesús”. Enseña como la práctica habitual de esta sencilla devoción nos protege de la tentación y nos conduce por el sendero de la santidad. Dice que la repetición con reverencia del Santo Nombre da gloria a Dios, pide su ayuda, paga nuestros deberes espirituales, socorre a las Almas del Purgatorio, nos trae muchas gracias de Dios, nos protege del diablo, nos obtiene la gracia de una muerte feliz, evita los desastres y aún nos procura la salud.

 

   Las Maravillas del Santo Nombre enseña m tremendo secreto hoy en día casi desconocido, al difundir este secreto, el Padre O’Sullivan nos revela un aspecto de la santidad infinita que existe en el corazón de nuestra Fe Católica.

 

“JESÚS, JESÚS, JESÚS”

 

 

 

 

 

sábado, 11 de enero de 2025

LAS MARAVILLAS DEL SANTO NOMBRE – Por el Rvdo. Paul O’Sullivan, O.P. (E. D. M.).


 


Capítulo IX.

 

PODEMOS PEDIRLO TODO EN EL NOMBRE DE JESÚS.

 

 

   Los ángeles son nuestros más queridos y mejores amigos y son los que están más preparados y pueden ayudamos en toda dificultad y peligro. Es una pena que muchos católicos no conocen, ni aman, ni piden la ayuda de los ángeles. La manera más fácil de hacerlo es decir el Nombre de Jesús en su honor. Esto les da gran alegría y ellos, como respuesta, nos ayudarán en todos nuestros problemas y nos salvarán de muchos peligros.

 

   Digamos el Nombre de Jesús en honor de todos los ángeles, pero especialmente en honor de nuestro querido ángel de la guarda, que tanto nos quiere.

 

   Nuestro Dulce Salvador está presente en millones de Hostias consagradas en innumerables iglesias católicas del mundo. Durante muchas horas del día y durante las largas horas de la noche, Él es olvidado y dejado sólo. Podemos hacer mucho para consolarle y confortarle diciendo: “Jesús te quiero, te adoro en todas las Hostias consagradas del mundo, y te doy gracias con todo mi corazón por haberte quedado en todos los altares del mundo por amor nuestro”.  Entonces di veinte, cincuenta veces o aún más el Nombre de Jesús con esta intención.

 

   Podemos hacer la más perfecta penitencia por nuestros pecados ofreciendo la Pasión y Sangre de Jesús muchas veces al día con esta intención. La Preciosa Sangre purifica nuestras almas y nos eleva a un alto grado de santidad. ¡Es todo tan fácil! Tenemos solamente que repetir amorosa, alegremente y con reverencia “Jesús, Jesús, Jesús”.

 

   Si estamos tristes o deprimidos, si estamos preocupados con miedos y dudas, este Divino Nombre nos dará una deliciosa paz. Si somos débiles e indecisos nos dará nueva fuerza y energía.

 

   Cuando Jesús estaba en la tierra, ¿no fue a consolar y confortar a todos aquellos que eran infelices? Aún lo hace todos los días por aquellos que lo piden. Si estamos sufriendo por problemas de salud y tenemos dolores, si alguna enfermedad está afectando a nuestros pobres cuerpos, Él puede curamos. ¿Acaso Él no curó a los enfermos, los cojos, los ciegos, los leprosos? No nos dijo: “Venid a mi vosotros los que estáis cansados, y abrumados que yo os aliviaré”. Muchos podrían tener buena salud si solamente pidieran a Jesús por ella. No obstante, consulta a los médicos, usa los remedios que te den pero por encima de todo ¡pídele a Jesús!

viernes, 10 de enero de 2025

LAS MARAVILLAS DEL SANTO NOMBRE – Por el Rvdo. Paul O’Sullivan, O.P. (E. D. M.).

 



Capítulo VIII.

 

LA DOCTRINA DEL SANTO NOMBRE.

 

   Explicaremos ahora la doctrina del Santo Nombre—el Capítulo más importante de este librito—para mostrar a nuestros lectores de donde viene el poder y el divino valor de este Nombre y como los santos obraron sus maravillas por Él y como nosotros podemos obtener por su eficacia todas las bendiciones y gracias.

 

   Puedes preguntar, querido lector, ¿Cómo puede ser que una sola palabra pueda obrar tales prodigios? Contestó que con una palabra Dios hizo el mundo. Con su palabra, Él hizo de la nada el sol, la luna, las estrellas, las altas montañas, y los vastos océanos. Por su palabra sostiene la existencia del universo. ¿No hace el sacerdote también, en la Santa Misa, el prodigio de prodigios? ¿No transforma la pequeña hostia blanca en el Dios del Cielo y de la tierra con las palabras de la Consagración? Y aunque Dios solamente puede perdonar los pecados, ¿no lo hace el sacerdote también en el confesionario perdonando los más negros pecados y los más espantosos crímenes? ¿Cómo? Porque Dios da a sus palabras infinito poder.

 

   Así, también Dios, en su inmensa bondad da a cada uno de nosotros una palabra todopoderosa con la cual podemos hacer maravillas por Él, para nosotros mismos y para el mundo. Esa palabra es “Jesús”. Recuerda lo que San Pablo nos dice: “Este es el nombre por encima de todo nombre”, y que “... al Nombre de Jesús doblan la rodilla todas las criaturas del cielo, tierra e infierno”.

 

   Pero, ¿Por qué? Porque “Jesús” significa Dios hecho hombre. Por ejemplo, en la Encamación cuando el Hijo de Dios se hace hombre, es llamado Jesús así que cuando decimos “Jesús” ofrecemos al Eterno Padre el infinito amor y los méritos de Jesucristo. En una palabra, Le ofrecemos Su Santísimo Hijo Divino, Le ofrecemos el gran Misterio de la Encamación. Jesús es la Encamación. ¡Qué pocos son los cristianos que tienen una idea adecuada de este misterio sublime y sin embargo es mayor prueba que Dios nos ha dado, o pudiera damos, de Su amor personal para nosotros! Esto lo es para nosotros.

LA ENCARNACIÓN.

 

   Dios se hizo hombre por amor a nosotros, pero ¿de qué nos sirve si no entendemos éste amor? Dios, el Infinito, el Inmenso, Eterno, el Dios Todopoderoso, el Creador Omnipotente, el Dios que llena el Cielo con su majestad, Su Grandeza y se hace un niñito para ser como nosotros y así ganar nuestro amor.

 

   El entró en el vientre puro de la Virgen María y allí se echó escondido por nueve meses enteros. Entonces nació en un establo entre dos animales. Era pobre y humilde. Pasó 33 años trabajando, sufriendo, rezando, enseñando su hermosa Religión, obrando milagros, haciendo bien a todos. El hizo todo esto para probar su amor por cada uno de nosotros y así nos obliga a amarle.

 

   Este estupendo acto de amor ha sido tan grande que incluso ni los más altos ángeles del cielo pudieron concebir que esto fuera posible si Dios no se los hubiera revelado. Fue tan grande que los judíos, el pueblo escogido por Dios, que estaban esperando a un Salvador se escandalizaron al pensar que Dios pudiera hacerse tan humilde. Los filósofos gentiles, a pesar de su supuesta sabiduría, dijeron que era una locura el pensar que Dios Omnipotente pudiera hacer tanto por amor a los hombres.

 

   San Pablo dice que Dios gastó todo su poder, sabiduría y bondad haciéndose hombre por nosotros: “Él se desgastó”. Nuestro señor confirma estas palabras del Apóstol cuando dice: ¿Qué más pude hacer? Todo esto lo hizo Dios no por todos los hombres en general sino por cada uno de nosotros en particular. Piensa, piensa en esto.

 

   Lo crees, lo entiendes, querido lector, que Dios te quiere tanto, tan íntimamente, tan personalmente. ¡Qué alegría, qué consolación! si realmente supieras y sintieras que este Gran Dios te quiere —a ti— tan sinceramente! Nuestro Señor ha hecho aún más, nos ha dado todos sus méritos infinitos para que así podamos ofrecerlos al Eterno Padre tan a menudo como queramos, cientos o miles de veces al día. Y eso es lo que podemos hacer cada vez que decimos “Jesús” si solamente recordamos lo que estamos diciendo.

 

   Estarás, quizás, sorprendido de esta maravillosa doctrina. ¿Nunca lo has oído antes? Pero ahora por lo menos ya sabes las infinitas maravillas del Nombre de “Jesús”. Di este Santo Nombre constantemente. Dilo devotamente. Y en el futuro, cuando digas “Jesús”, recuerda que estás ofreciendo a Dios todo el infinito amor y los méritos de Su Hijo. Tú estás ofreciéndole Su Divino Hijo. No puedes ofrecer nada más santo, nada mejor, nada que más le agrade, nada más meritorio para ti.

 

   Que desagradecidos son aquellos que nunca dan gracias a Dios por todo lo que Él ha hecho por ellos. Hombres y mujeres que viven 30, 50, 70 años y nunca piensan en agradecer a Dios por Su maravilloso amor. Cuando dices el Nombre de Jesús recuerda también agradecer a nuestro Dulce Salvador por Su Encamación.

 

   Cuando estaba en la tierra, curó diez leprosos de su odiosa enfermedad. Estaban tan contentos que se marcharon llenos de alegría y felicidad, pero ¡solamente uno volvió para darle las gracias! Jesús estaba dolido y dijo: “¿Dónde están los otros nueve?” No tendría que sentir tristeza y dolor con mucha más razón, que le agradecemos tan poco por todo lo que Él ha hecho por nosotros en la Encamación y en Su pasión.

 

   Santa Gertrudis solía agradecer a Dios a menudo con una pequeña jaculatoria, por su bondad, en haberse hecho hombre por ella. Nuestro Señor se le apareció un día y le dijo: “Mi querida niña, cada vez que tu honras mi encamación con esa pequeña plegaria, vuelvo a mi Eterno Padre y le ofrezco todos los méritos de la Encamación por ti y por todos los que hacen como tú”. ¿No tendríamos que tratar de decir “Jesús, Jesús, Jesús” a menudo? Seguramente recibiríamos esta maravillosa gracia.

miércoles, 8 de enero de 2025

LAS MARAVILLAS DEL SANTO NOMBRE – Por el Rvdo. Paul O’Sullivan, O.P. (E. D. M.).


 


Capítulo VII.


LOS SANTOS Y EL SANTO NOMBRE.

 

   Todos los Santos tienen un inmenso amor y confianza en el Nombre de Jesús. Ellos vieron en este Nombre con una clara visión, todo el amor de Nuestro Señor, todo su poder, todas las cosas bellas que dijo e hizo en la tierra.

 

   Hicieron todas sus obras maravillosas en el Nombre de Jesús. Obraron milagros, echaron demonios, curaron enfermos y confortaron a todos usando y recomendándoles que se acostumbraran a invocar al Santo Nombre. San Pedro y los Apóstoles convirtieron al mundo con este Nombre Todopoderoso.

 

   El Príncipe de los Apóstoles empezó su gloriosa carrera predicando el Amor de Jesús a los judíos en las calles, en el Templo, en sus sinagogas. Su primer gran milagro ocurrió el primer Domingo de Pentecostés cuando iba a entrar en el Templo con San Juan. Un hombre cojo, bien conocido por los judíos que frecuentaba el Templo, estrechaba sus manos esperando recibir limosna. San Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro; pero te doy lo que tengo: En el Nombre de Jesucristo nazareno, levántate y anda”. (Hechos 3-6). Instantáneamente, el cojo se levantó y brincó de júbilo. Los judíos estaban atónitos, pero el gran apóstol les dijo: “¿Por qué os maravilláis de esto…como si por nuestro propio poder o piedad hubiésemos hecho andar? El Nombre de Jesús, por la fe en él, ha devuelto las fuerzas a este hombre”.

   Innumerables veces desde esos días de los Apóstoles el Nombre de Jesús ha sido glorificado. Citaremos algunos de los incontables ejemplos que nos muestran como los Santos derivan toda su fuerza y consolación en el Nombre de Jesús.

 

SAN PABLO.

 

   San Pablo era de una manera muy especial el predicador y el doctor del Santo Nombre. Al principio fue un furioso perseguidor de la Iglesia, movido por un falso celo y odio hacia Cristo. Nuestro Señor se le apareció en el camino de Damasco y le convirtió, haciendo de él el gran apóstol de los gentiles y dándole su gloriosa misión, que era predicar y hacer conocer Su Santo Nombre a príncipes y reyes, a judíos y gentiles, a todas las gentes y naciones.

 

   San Pablo, lleno con ardiente amor por Nuestro Señor empezó su gran misión — desarraigando el paganismo, derribando falsos ídolos, confundiendo a filósofos de Grecia y Roma, no temiendo a enemigos y conquistando todas las dificultades — todo en el Nombre de Jesús.

 

   Santo Tomás de Aquino dice de él: “San Pablo llevó el Nombre de Jesús en su frente porque se gloriaba en proclamarlo a todos los hombres. El no llevaba en sus labios porque adoraba invocarlo, en sus manos ya que le encantaba escribirlo en sus Epístolas; en su corazón, porque su corazón ardía por su amor. Él mismo nos dice: “Yo no vivo, es Cristo quien vive en mí”.

 

   San Pablo nos dice en su propia y bella manera las dos grandes verdades acerca del Nombre de Jesús. Primero que todo, nos dice el infinito poder de Su Nombre. “Al Nombre de Jesús doblan la rodilla todas las criaturas del cielo, tierra e infierno”. Todas las veces que decimos “Jesús”, damos una infinita alegría a Dios, a todo el Cielo, a la Bendita Madre de Dios y a los Ángeles y a los Santos.

 

   En segundo lugar, nos dice cómo usarlo. “Lo que sea que hagas, cuando hablas o trabajas, hazlo todo en el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo”, y añade: si comes o bebes o cualquier cosa que hagas, hazlo todo en el Nombre de Jesús.

 

   Este consejo lo siguieron todos los Santos, así que todos sus actos fueron hechos por amor a Jesús y por esto todos sus actos y pensamientos ganaban o les hacían ganar gracias y méritos. Era por este Nombre que ellos se hacían santos. Si seguimos este mismo consejo del Apóstol, nosotros también podemos alcanzar un grado muy alto de santidad.

 

   ¿Cómo lo haremos todo en el Nombre de Jesús? Acostumbrándonos, como ya hemos dicho, a repetir el Nombre de Jesús frecuentemente durante el día. Esto no presenta dificultad, solamente se necesita buena voluntad.

 

   San Augustin, el gran Doctor de la Iglesia, encontró sus delicias en repetir el Santo Nombre. El mismo nos dice que encontraba mucho placer en los libros que hacían mención frecuente de este Nombre todo-consolador.

 

   Santo Bernardo sentía un maravilloso gozo y consolación en repetir el Nombre de Jesús. Lo sentía, dice, como miel en su boca y una deliciosa paz en su corazón. Nosotros también sentiremos paz aún, en nuestras almas si imitamos a San Bernardo y repetimos frecuentemente el Santo Nombre.

 

   Santo Domingo pasó sus días predicando y discutiendo con herejes. Él siempre fue a pié de sitio en sitio, tanto en los opresivos calores del verano como en el frío y la lluvia del invierno. Los herejes Albigenses, a quienes él trataba de convertir, eran más cómo demonios salidos del infierno que hombres mortales. Su doctrina era infame y sus crímenes innumerables. Aun así, como otro San Pablo, convirtió cien mil de estos hombres malvados, así que muchos de ellos, se hicieron destacados por su santidad. Cansado por la noche con sus trabajo, él pidió solamente un premio que era pasar la noche delante del Santísimo Sacramento derramando su alma en amor de Jesús. Cuando su pobre cuerpo no pudo resistir más, apoyó la cabeza en el altar y descansó un poco, después, empezó una vez más su íntima conversación con Jesús. A la mañana siguiente, celebró Misa con el ardor de un serafín así que a veces su cuerpo se levantaba del suelo en un éxtasis de amor. El Nombre de Jesús llenaba su alma de gozo y deleite.