martes, 30 de marzo de 2021

EL JARDÍN DE GETSEMANÍ. — LA GRUTA DE LA AGONÍA – Por el R. P. BERTHE. De la Congregación del Santísimo Redentor

 




El recinto en que Jesús acababa de penetrar se llamaba Getsemaní, nombre que significa lagar del aceite, porque era el lugar en donde se aprensaban las aceitunas que se cosechaban con abundancia en aquel monte de los olivos. Allí era donde Dios esperaba al nuevo Adán para exprimirle en el lagar de la eterna justicia. Al verle entrar en el jardín de Getsemaní, el Padre no miró en él más que al representante de la humanidad decaída, degradada por todos los vicios y manchada con todos los crímenes.

 

   Y Jesús, el leproso voluntario, consintió en ser sólo el hombre de dolores. Dejó eclipsarse su divinidad y que la humanidad con sus flaquezas, debilidades y desolaciones, entrase sola, en lucha con el sufrimiento. Para no someter a sus apóstoles a tan dura prueba, ordenóles que le aguardaran a la entrada del huerto: “Sentaos aquí, les dijo, mientras yo me retiro para Orar.” Tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, los mismos que habían sido testigos de su gloriosa transfiguración en el Tabor. Sólo ellos, fortificados por aquel gran recuerdo, eran capaces de asistir al espectáculo de su agonía sin olvidar que era el Hijo de Dios.

 

   Apenas estuvo solo, cuando cayó en el más completo abatimiento. Habiendo suspendido su influencia la divinidad, la humanidad del Cristo se encontró en presencia de la visión pavorosa del martirio que debía sufrir. Un profundo tedio, junto con espantoso temor y amarga tristeza, se apoderó de su espíritu, hasta el punto de hacerle lanzar este gemido de suprema angustia: “¡Mi alma está triste hasta la muerte!” Sin un milagro de lo alto, la humanidad hubiera sucumbido bajo el peso del dolor. Los tres discípulos, conmovidos y aterrados, le miraban con ternura sin atreverse a pronunciar palabra. “Quedaos aquí y velad, díjoles con trémula voz, mientras yo voy a ponerme en oración.”

 

   Alejóse con dificultad a la distancia de un tiro de piedra hasta la gruta que desde entonces se llamó la gruta de la Agonía, pero siguiéndole siempre la terrible visión a aquella sombría caverna. Apenas hubo llegado allí, vió pasar delante de sus ojos toda clase de instrumentos de suplicio, cuerdas, azotes, clavos, espinas, cruz; verdugos profiriendo burlas y blasfemias; un populacho delirante hartándole de injurias sin número. Por; un momento, retrocedió horrorizado; pero cayendo de rodillas, con la frente pegada al polvo, exclamó: “Padre mío, si es posible, que se aparte de mí este cáliz; sin embargo, cúmplase tu voluntad y no la mía.”

 

   Dios quería que bebiera hasta la hez el cáliz de amargura. Tembloroso, cubierto de sudor, levantóse y se arrastró penosamente hacia los tres apóstoles para buscar en ellos algún consuelo, pero la tristeza los había acongojado y adormecido. Sumergidos en una especie de letargo, apenas reconocieron a su Maestro. Quejóse Jesús de este abandono y dirigiéndose especialmente a Pedro que acababa de hacer tan magníficas promesas: “¿Duermes Simón? le dijo. ¡Cómo! ¿No has podido velar ni siquiera una hora conmigo? ¡Ah! velad y orad para que no sucumbáis en el momento de la prueba. El espíritu está pronto para prometer, pero la carne es flaca.”

 

   Habiendo alentado así a los apóstoles, volvió por segunda vez a la gruta. La visión reapareció más espantosa aún. El, el santo de los santos, se vió cargado con una montaña de pecados: todas las abominaciones y todos los crímenes, desde la prevaricación de Adán hasta la última maldad cometida por el último de los hombres, se presentaron a sus ojos y se le adhirieron como si de ellos hubiera sido culpable. Y una voz le decía: Mira todas estas iniquidades; a ti cumple expiarlas por sufrimientos proporcionados a su número y malicia. Prosternado en el polvo, desgarrado el corazón, casi muerto de dolor al aspecto del pecado, tuvo todavía fuerza bastante para repetir con sublime resignación: “¡Padre mío, si es necesario que yo beba este cáliz, que se cumpla tu santa voluntad!” Fuése de nuevo hacia sus apóstoles en busca del aliento que necesitaba su desolado espíritu; pero estos se hallaban a tal punto abatidos y agobiados por la tristeza, que no acertaron a decirle una palabra.

 

   Por tercera vez, entró en la gruta para sufrir allí una agonía mortal. Cubierto con todos los pecados de los hombres, sufriendo tormentos inauditos en su cuerpo y en su alma, vió millones y millones de pecadores rescatados al precio de su sangre, que le perseguirían con sus desprecios y odio encarnizado por toda la duración de los siglos. Viólos haciendo guerra a su Iglesia, pisoteando la Hostia santa, despedezando su cruz, blasfemando contra su divinidad, degollando a sus hijos y trabajando con todas sus fuerzas en precipitar al infierno a aquellos mismos por quienes él iba a inmolar su vida. En presencia de tan horrenda ingratitud, cayó como anonadado. Su cuerpo estaba empapado en sudor, en sudor de sangre; copiosas gotas brotaban de todos los poros y corrían por sus mejillas y por todo el cuerpo hasta regar la tierra. Con todo, no cesaba de orar, repitiendo a su Padre con voz moribunda, que estaba resuelto a apurar hasta el fondo el cáliz del dolor.

 

   A aquella dolorosa agonía iba sin duda a seguir la muerte, cuando he aquí que un ángel bajó del cielo para consolarle y fortificarle. Al instante mismo recobró su calma y tranquilidad, y acercándose a sus apóstoles, díjoles con su ordinaria indulgencia: “Ahora, dormid y reposad tranquilos; no tenéis ya necesidad de velar conmigo.” Pero, apenas habían cerrado los ojos, cuando exclamó: “Levantaos y marchemos: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre será entregado en manos de los pecadores. El que me ha de entregar está cerca de aquí.” Y a la luz de las antorchas que iluminaban el valle, vieron un grupo de gente armada que se dirigía al jardín de Getsemaní: era Judas a la cabeza de los soldados que debían apoderarse de Jesús.

 

“JESUCRISTO”

SU VIDA, SU PASIÓN, SU TRIUNFO

(AÑO 1910)

 


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