La Doctora Alice Jourdain (Bruselas 1923- )
fue alumna y luego esposa de Dietrich von Hildebrand (1899-1977), uno de los
mayores pensadores católicos del siglo pasado, autor de textos fundamentales
como Ética cristiana, Santidad y eficacia en el mundo y El corazón (un análisis
de la afectividad humana y divina) y dos muy importantes sobre el modernismo:
El caballo de Troya en la Iglesia de Dios y la ya mencionada The Devastated
Vineyard -la viña devastada-, esta última nunca editada en castellano.
El matrimonio escribió juntamente varias
obras, entre ellas una admirable: El arte de vivir. Este reportaje fue
publicado en The Latin Mass Magazine (Verano de 2001) y reproducido en Marzo de
2007 por Christian Order.
THE LATIN MASS: Dra. Von Hildebrand, en la época en
que el Papa Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano Segundo, ¿usted ya percibía
la necesidad de una reforma en la Iglesia?
ALICE VON HILDERBRAND: La mayor
parte de las percepciones sobre esto fueron obtenidas por mi esposo. Él siempre
decía que los miembros de la Iglesia, debido a los efectos del pecado original
y del pecado actual, están siempre en necesidad de reforma. La enseñanza de la
Iglesia, sin embargo, viene de Dios. Ni una iota puede ser cambiada o
considerada en necesidad de reforma.
TLM: Con relación a la presente crisis,
¿cuándo comenzó Ud. a percibir que algo andaba mal en la Iglesia?
AVH. En Febrero de
1965 estábamos con mi marido en Florencia, aprovechando el año sabático.
Dietrich estaba leyendo un libro y de pronto lo escuché sollozar. Como tenía
problemas cardíacos, pensé que algo andaba mal y corrí para ver qué pasaba. Lo
encontré con los ojos llorosos y con una revista en la mano. Le pregunté que
pasaba y me dijo que acababa de leer un artículo que para él era prueba de que
el diablo había entrado en la Iglesia.
Debo decir que mi marido ya se había dado cuenta, muchos
años atrás, de que se estaba perdiendo el sentido de lo sobrenatural, pero que
la belleza y la sacralidad de la liturgia tridentina habían ocultado el
fenómeno, por lo menos hasta el Concilio. Además, tenía en claro que después de
la condenación de San Pío X, los modernistas habían pasado a la clandestinidad,
adoptando técnicas mucho más sutiles de infiltración. Sobre este asunto,
escribió The Devastated Vineyard, (La Viña devastada), señalando que el
Vaticano II había sido como un huracán para la Iglesia. Con la pérdida del
sentido de lo sobrenatural, también se perdió la necesidad del sacrificio. El
Vaticano II provocó que muchos obispos y sacerdotes dijeran que la Iglesia
tenía que adaptarse al mundo. Grandes Papas como San Pío X afirmaban
exactamente lo contrario: el mundo debía adaptarse a la Iglesia.
TLM: ¿Entonces Ud. cree que la acelerada
pérdida del sentido de lo sobrenatural no es un accidente en la historia?
AVH: De ninguna manera y mi marido opinaba
igual que yo: en la Iglesia se había verificado, durante la mayor parte del
siglo XX, una infiltración sistemática de los enemigos diabólicos. El era
optimista por naturaleza, pero durante los últimos años de su vida, a veces la
tristeza lo consumía: “Han destruido la Santa Esposa de Cristo”, solía repetir,
refiriéndose a “la abominación del lugar santo”, de que habla el profeta
Daniel.
TLM: El Papa Pío XII lo denominaba a su
marido como el Doctor de la Iglesia en el siglo XX. Con ese título ¿no podía
tener acceso al Papa Pablo VI para expresarle sus temores?
AVH: Fue lo que
hizo. Nunca olvidaré la audiencia privada que tuvimos con Pablo VI, el 21 de
junio de 1965, poco antes de que terminase el Concilio. El Papa nos recibió de
pie y en cuanto mi marido empezó a suplicarle que condenase las herejías que
desembozadamente se manifestaban, lo interrumpió bruscamente, diciéndole
“¡Escríbalo, escríbalo!”. Pocos momentos después, mi marido, por segunda vez,
le insistió sobre la gravedad de la situación, recibiendo la misma respuesta.
El Papa estaba sumamente incómodo y pocos minutos después hizo un gesto a su
secretario, el P. Capovilla, para que nos trajese rosarios y medallas, señal de
que la audiencia había finalizado. Cuando volvimos a Florencia, mi marido
escribió un largo documento -aún no publicado- que fue entregado a Pablo VI en
septiembre de 1965, el día anterior a la última sesión del Concilio.
Releyéndolo cuidadosamente, le dijo a su sobrino Dieter Settler, entonces
embajador alemán ante la Santa Sede, que el documento era “un poco duro”. Razón
no le faltaba: había pedido una clara y completa condenación de todas las
declaraciones conciliares heréticas.
TLM: Supongo que Ud.
se dará cuenta de que, al hablar de infiltración, muchos pondrán los ojos en
blanco, exasperados, diciendo ¡No queremos oír hablar de conspiraciones!
AVH: Yo solamente puedo hablarle de lo que conozco. Es de público conocimiento, por ejemplo, que Bella Dodd*, la ex comunista reconvertida al catolicismo, se refirió expresamente a la infiltración comunista en los Seminarios. Ella nos contó que cuando era miembro activo del Partido, tenía frecuentes contactos con no menos de cuatro cardenales que trabajaban para el comunismo. Muchas veces escuché decir en los EE.UU. que “los europeos olíamos conspiraciones en todas partes”. Pero desde el principio, el Maligno ha conspirado contra la Iglesia, tratando de destruir la Misa y de socavar la creencia en la Presencia Real de Nuestro Señor en la Eucaristía. Este es un hecho innegable y absolutamente real.
Por otra parte, como europea que soy, tentada estoy de
decir que muchos estadounidenses son ingenuos y como no saben mucho de
historia, suelen ser prisioneros de la ilusión. Rousseau tuvo mucha influencia
en este país. Cuando en la Última Cena Nuestro Señor les dijo a sus apóstoles
que uno de ellos lo traicionaría, se quedaron desconcertados. Judas había hecho
su juego tan arteramente que nadie sospechaba de él. Un conspirador astuto y
avezado sabe como ocultar sus propósitos, dando muestras exteriores de
ortodoxia.
* Bella Dodd (1904-1964), nacida en Italia, se
llamaba María Asunta Isabella Visono. Abogada, fue una de las principales
dirigentes del Partido Comunista de los EE.UU., del cual fue expulsada en 1949.
Se reconvirtió al catolicismo en 1951 y luego escribió “School of Darkness”.
TLM: Antes de que yo comenzase con mis
preguntas, Ud. me habló de dos libros muy importantes. ¿Esas obras tenían
documentación probatoria de la infiltración comunista en la Iglesia?
AVH: Los libros
que le mencioné aparecieron en 1998 y en 2000, y fueron escritos por el Padre
Luigi Villa, de la diócesis de Brescia, quien, por expreso pedido del Padre Pío
había dedicado muchos años de su vida a investigar la posible infiltración de
masones y comunistas en la Iglesia. Mi marido y yo lo conocimos al Padre Villa
en los años 60. Él insistía que ninguna afirmación suya carecía de fundamentos.
Cuando apareció “¿Pablo VI, Beato?” lo envió a cada uno de los obispos
italianos. Ninguno acusó recibo ni refutó nada de lo que se decía. Montini,
entonces Subsecretario de Estado, respecto a las directivas de Pío XII, que
tenía clara conciencia de la amenaza comunista y había prohibido que los
funcionarios del Vaticano anduviesen en tratos con Moscú. Para su
consternación, se enteró a través del Obispo de Upsala (Suecia) que sus órdenes
estrictas no habían sido acatadas. Al principio, se resistía a creerlo, hasta
que le llevaron pruebas concluyentes de que Montini mantenía frecuentes
contactos con los soviéticos.
Entretanto, Pío XII, siguiendo la conducta de Pío XI,
había enviado clandestinamente a sacerdotes para que reconfortasen a los
católicos que vivían tras la Cortina de Hierro. Esos sacerdotes fueron
sistemáticamente detenidos, torturados y asesinados. A otros los mandaron a los
gulags. Fortuitamente se descubrió que en el Vaticano había un topo: se trataba
del jesuita Alighiero Tondi, un estrecho consejero de Montini. Tondi era un
agente de Stalin y su misión era mantenerlo informado acerca de los sacerdotes
que eran enviados a la Unión Soviética.
Pero Ud. debe agregar a esto el trato que Pablo VI le
dispensó al Cardenal Mindszenty, quien no quería salir de Hungría, después de
la revuelta de 1956. El Papa le mandó abandonar Budapest, pero el Cardenal se
refugió en la embajada de los EE.UU. El Papa le había prometido solemnemente
que conservaría el Primado de Hungría hasta su muerte. Cuando el Cardenal, que
había sido torturado por los comunistas, llegó a Roma, Pablo VI lo abrazó
cálidamente, pero acto seguido lo hizo marchar a Viena. Al poco tiempo, el
Cardenal fue depuesto y se nombró en su lugar a otro, que contaba con el
beneplácito del Partido Comunista húngaro. Cuando el Cardenal murió ningún representante
de la Iglesia concurrió al funeral.
Más tarde, el Padre Villa recibió otra prueba de la
infiltración, suministrada por el entonces Arzobispo (luego Cardenal) Gagnon, a
quien Pablo VI le había encomendado una investigación sobre la infiltración dentro
de la Iglesia.
El Cardenal armó un voluminoso dossier, con muchos datos
preocupantes y pidió audiencia con el Pontífice para entregárselo en mano,
petición que le fue denegada. El Papa le hizo llegar un aviso de que el
documento estaría depositado en las oficinas de la Congregación para el Clero,
bajo doble llave. Pero al día siguiente la cerradura fue violada y el dossier
desapareció. El asunto se trató de tapar, pero la prensa se enteró del robo.
Monseñor Gagnon, que se había guardado una copia, solicitó una audiencia
privada con Pablo VI, pero no se la concedió. Entonces decidió volverse al
Canadá. Más tarde, Juan Pablo II lo hizo venir a Roma y le otorgó el capelo.
TLM: ¿Por qué el Padre Villa escribió esos
libros criticando a Pablo VI?
AVH: Debo decirle
que el Padre era reticente en cuanto a su publicación. Pero cuando varios
obispos impulsaron la beatificación de Pablo VI, se decidió a imprimirlos. En
definitiva, lo que hizo fue nada más que seguir las instrucciones de la Curia,
acerca de que cualquier hecho negativo respecto de los candidatos a la
beatificación debía ser entregado a la Congregación respectiva. Teniendo
en cuenta el tumultuoso pontificado de Pablo VI, y las confusas señales que
había dado, refiriéndose a que “el humo de Satanás había entrado en la
Iglesia”, pero negándose a condenar oficialmente las herejías; la encíclica
Humanae Vitae -honra de su pontificado – aunque eludió su proclamación ex
cátedra; la promulgación del Credo del Pueblo de Dios en 1968, pero sin ordenar
su carácter obligatorio para todos los católicos; su desobediencia a las
órdenes de Pío XII sobre no mantener contacto alguno con Moscú y su política de
apaciguamiento con el gobierno de Hungría, renegando de la solemne promesa
hecha al Cardenal Mindszenty; su desconsideración hacia la persona del bendito
Cardenal Slipyj, que había pasado 17 años en el gulag y finalmente su actitud
con el Cardenal Gagnon. En fin, todo esto hablaba contra la beatificación de
Pablo VI y el libro del Padre Villa finalmente apareció con el titulo de Paolo
Sesto, Mesto (Pablo Sexto, el amargo).
Pero el Padre pagó un precio muy duro por sus dos libros,
ocasionándole enormes aflicciones. Es que el común de los católicos tiene
veneración ilimitada por el Pontífice. Pero Nuestro Señor nunca prometió que
tendríamos Papas perfectos. Lo que sí prometió es que las puertas del infierno
no prevalecerían. No olvidemos que, a pesar de que hubo Papas malísimos, y
algunos muy mediocres, la Iglesia fue bendecida con grandes Pontífices. Ocho de
ellos fueron canonizados y varios beatificados, historia triunfal que no tiene
parangón con lo que sucedió en el plano secular.
TLM: ¿Entonces Ud. tiene un juicio negativo
sobre el pontificado de Pablo VI?
AVH: Sólo Dios
puede juzgar a Pablo VI. Pero no puede negarse que su pontificado fue
complicado y trágico. Bajo su gobierno fueron introducidos muchísimos más
cambios en quince años, que durante todos los siglos anteriores. Por cierto que
es sumamente intranquilizador leer los testimonios de ex comunistas como Bella
Dodd y estudiar los documentos masónicos del siglo XIX, y también por ejemplo,
conocer las actividades de personajes como el cura apóstata Paul Roca (1). Allí se puede apreciar en toda su amplitud cómo
se cumplieron los objetivos de las logias: el éxodo de sacerdotes y monjas
después del Vaticano II, la aparición de una corriente teológica con graves
errores nunca censurados, el feminismo, la presión para que se abandone el
celibato, la inmoralidad en los clérigos, las liturgias blasfemas.
TLM: Y desde luego están los tremendos y
radicales cambios hechos en la sacra liturgia, junto con un ecumenismo
absolutamente falaz.
AVH: Nadie más que
un ciego puede negar que los planes del Enemigo se cumplieran. Muchos se
sorprendieron por lo que hizo Hitler, aunque no mi marido, que había leído
concienzudamente “Mein Kampf”. Pero los dirigentes prefirieron no creer…
Pero por más grave que sea la situación, ningún católico
fiel debe olvidar que Nuestro Señor prometió permanecer junto con su Iglesia
hasta el fin de los tiempos. No viene mal una pequeña meditación sobre el
relato evangélico, cuando Cristo dormía, mientras la barca de los Apóstoles
zozobraba, en medio de una feroz tormenta. Aterrorizados los despertaron y Él
les reprochó: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?” e hizo que la tempestad
cesase de inmediato.
TLM: Me doy cuenta por sus referencias
sobre el ecumenismo que a Ud. no le cae nada bien la actitud de “convergencia”
con otras religiones. Antes la Iglesia tenía la misión de convertir…
AVH: Le cuento
algo que le causó enorme tristeza a mi marido. En 1946, enseñando en Fordham,
se presentó en una de sus clases, un estudiante judío que había servido en la
Armada durante la guerra. Al terminar la exposición lo abordó a Dietrich para
decirle que él había vivido una singular experiencia en el Pacífico,
contemplando una bellísima puesta de sol. Ese espectáculo lo llevó a
preguntarse sobre Dios. El muchacho venía de Columbia, donde no encontró la
respuesta a su inquietud. Pero un amigo le habló de Fordham y del profesor
Dietrich von Hildebrand, a cuyas clases empezó a concurrir regularmente. Al
finalizar una de ellas, salieron a caminar juntos y durante el paseo le contó a
Dietrich que muchos profesores, al enterarse de que era judío, le aseguraron
que no tratarían de convertirlo. Mi marido, estupefacto, detuvo la marcha y le
preguntó:” ¿Qué le dijeron?”. Al repetirle la anécdota, Dietrich le aseguró que
“iría hasta el fin del mundo, con tal de que Ud.se haga católico”. Al poco
tiempo, el estudiante judío se convirtió e ingresó a la Cartuja, ordenándose
luego de sacerdote.
TLM: Ud. pasó
muchos años enseñando en Hunter College.
AVH: Así es y le
podría hablar de las numerosas estudiantes que se convirtieron, atraídos por la
Verdad. Pero no fui yo quien lo hizo: simplemente recé para ser un instrumento
de Dios y para que Él me ayudase a vivir según el Evangelio. Eso únicamente se
obtiene con la gracia de Dios. Lamentablemente, algunos católicos que se dicen
tradicionalistas, creen que la Verdad es una posesión personal y no un don de
Dios. Semejante actitud los puede conducir al fanatismo. La Fe no es un juguete
intelectual ni tampoco una partida de ajedrez. Deberían procurar cambiar de
postura, sobre todo si defienden la Misa tradicional. Lo que todos debemos
intentar es tratar de ser santos.
TLM: Entonces,
¿Ud. cree que esa es la única solución para remediar la crisis de la Iglesia?
AVH: No olvidemos
que estamos luchando no sólo contra la sangre y la carne, sino también contra
“Potestades y Principados”. Esto debería servir para causarnos temor y hacernos
redoblar el esfuerzo para ser santos, y rezar para que la Esposa de Cristo
salga de esta crisis espantosa más radiante que nunca. La respuesta católica es
siempre la misma: fidelidad absoluta a las enseñanzas de las Iglesia y a la
Santa Sede, recepción frecuente de los Sacramentos, rezo del Rosario, lectura
espiritual diaria y agradecer el que hayamos recibido la plenitud de la
Revelación. “Gaudete, iterum dico vobis, Gaudete”.
TLM: No quiero terminar la entrevista sin
conocer su opinión sobre la Misa en latín. ¿Sería su restablecimiento una
solución para la crisis?
AVH: El diablo
odia la misa tradicional, y la odia porque es la más perfecta reformulación de
todas las enseñanzas de la Iglesia. Y sobre esto Dietrich me dio la clave.
Porque, mucho antes del Concilio, los sacerdotes que la rezaban ya habían
perdido el sentido de lo sobrenatural y trascendente. La recitaban rapidísimo,
casi murmurando y sin articular bien las palabras, señal de que intentaban
introducir en la Misa su propia secularización (2).
La
misa tradicional no permitía irreverencia alguna y por eso muchos malos
sacerdotes se alegraron cuando se la dejó de celebrar.
Notas:
1 – Paul Roca
(1830-1893). Nacido en Francia, se ordenó sacerdote en 1858 y comenzó a
vincularse con círculos gnósticos y esotéricos. Pese a la suspensión de Roma,
siguió presentándose como si aun fuese miembro de la Iglesia, anunciando el
advenimiento de una “divina sinarquía”, bajo la autoridad de un Papa convertido
al “cristianismo científico y socialista”. (Cfr. La masonería dentro de la
Iglesia, Cruz y Fierro Editores, Buenos Aires, 1968, pp.39-59. El prólogo es de
Julio Meinvielle).
2 – Dietrich von
Hildebrand ya había detectado ese espíritu de secularización, que lo llevó a
publicar en 1953 The New Tower of Babel, obra nunca traducida al castellano.
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