P. ¿Por qué nos signamos tantas veces?
R. Porque en todo lugar nos combaten y
persiguen nuestros enemigos.
Nuestros
enemigos nunca duermen, nunca se cansan, nunca dejan de perseguirnos. Nos
tientan en todos tiempos y en todas partes; en el día y en la noche, en la
compañía y en la soledad, en casa y en la calle, y tal vez hasta en el templo,
porque nada respetan. Para defendernos, pues, de estos continuos, empeñados e
incansables enemigos, necesitamos usar tantas veces de la señal de la Cruz.
Estos enemigos son el demonio, el mundo y la
carne. El primero es un ángel de la
primera jerarquía, que habiéndose rebelado contra Dios en el cielo, fue arrojado
de él y sepultado en el infierno con una multitud de ángeles que le acompañaron
en su rebelión. Todos estos ángeles rebeldes que llamamos demonios, presididos
por aquel gran rebelde, son nuestros enemigos, y se comprenden en el primero de
nuestra alma. El
segundo es él mundo; pero no este
globo que nos sostiene y esos cielos que nos cubren, sino los hombres mundanos
que nos rodean. La sociedad se compone de hombres buenos y hombres malos: los
primeros son los que guardan la ley de Dios; y los segundos los que la
quebrantan y dan mal ejemplo. Esta segunda clase de hombres que escandalizan y
provocan a pecar, son los que llamamos mundo, y este es el segundo enemigo del
alma. El tercero es la carne, no precisamente la que llamamos cuerpo
humano, sino las máximas y apetitos desordenados. Criado el hombre en el orden más
perfecto, perdió, por el pecado original, este maravilloso orden. Antes del
pecado, el alma estaba gustosamente sumisa a Dios, el cuerpo sujeto al alma, la
carne al espíritu, las pasiones a la razón, y los apetitos a la voluntad; pero
en el momento que el hombre, pecando, se rebeló contra Dios, todo se rebeló
contra el hombre. El cuerpo desconoció el dominio del alma, la carne resistió
al espíritu, las pasiones a la razón, y los apetitos a la voluntad. Pues este
cuerpo, esta carne rebelde, a la que llama San Pablo aguijón de Satanás; esta
voluntad indócil, esta razón soberbia y falsa, esta imaginación inquieta, estas
pasiones desordenadas, estos apetitos antojadizos e impetuosos, forman el
tercer enemigo del alma.
“CATECISMO
EXPLICADO DE LA DOCTRINA CATÓLICA”
PADRE
RIPALDA – AÑO 1852
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.