1. Cristo. Quien trata, hijo mío, de salirse de
la obediencia, se priva de la gracia, y quien busca lo particular, pierde lo
común.
Quien no quiere sujetarse voluntariamente y
con gusto al superior, da a entender que la carne no le obedece bien todavía, y
que a menudo murmura y se le rebela.
Si quieres, pues, subyugar tu propia carne,
aprende a obedecer prontamente al superior. Porque más fácilmente se triunfa
del enemigo exterior cuando el hombre interior no está debilitado por guerra
intestina.
No tiene tu alma peor enemigo ni más molesto
que tú mismo cuando no vives en buena armonía con el espíritu.
Es absolutamente necesario que concibas un
desprecio sincero de ti mismo, si deseas triunfar de la carne y de la sangre.
Como todavía te amas con amor desordenado y excesivo, temes abandonarte del
todo a la voluntad de otros.
2.
Pero ¿es mucho que tú,
polvo y nada, te sometas por Dios a los hombres, cuando yo, altísimo y
omnipotente, que lo hice todo de la nada, por ti me sometí humildemente a los
hombres?
Yo me humillé y anonadé más que ningún
hombre, para que tú vencieras con mi humildad tu soberbia.
Aprende a obedecer, polvo. Tierra y lodo,
aprende a humillarte y dejar que pasen todos sobre ti. Aprende a quebrantar tu
voluntad y sujetarte en, todo.
3.
Enójate contra ti, y no permitas que en ti viva la soberbia; antes muéstrate
tan pequeño y sumiso que puedan todos pasar sobre ti y hollarte como el lodo de
la calle.
¿De qué podrás quejarte, hombre vacío? ¿Qué
puedes responder, inmundo pecador, a los que te reprochan tus faltas; tú que
tantas veces ofendiste a Dios y mereciste el infierno?
Más te perdonó mi providencia porque era tu
alma preciosa a mis ojos, y para que reconocieras mi amor y vivieras
eternamente agradecido a mis beneficios; para que continuamente practicaras la
verdadera humildad y obediencia, y sufrieras los desprecios con paciencia.
“LA
IMITACIÓN DE CRISTO”
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