CAPÍTULO I.
Cuál sea la naturaleza
del corazón humano, y cómo debe ser gobernado.
El corazón del hombre ha sido criado únicamente
para ser amado y poseído de Dios, su Criador. Siendo, pues, tan alto y tan excelente
el fin de su creación, se debe considerar como la principal y la más noble de todas
sus obras. De su gobierno depende la
vida o la muerte espiritual. El arte de gobernarlo no es difícil; porque siendo
propiedad suya hacer todas las cosas por
amor, y nada por fuerza, basta que veles dulcemente y sin violencia sobre sus
movimientos, para que hagas de él cuanto quisieres.
Por esta causa debes primeramente fundar y
establecer de manera la intención de tu corazón, que de lo interior proceda lo exterior;
porque si bien las penitencias corporales, y lodos los ejercicios con que se
castiga y aflige la carne, no dejan de ser loables, cuando son moderados, con discreción,
y como conviene a la persona que los hace: no obstante, no adquirirás jamás por
solo su medio alguna virtud, sino ilusión y viento de vanagloria, con que
pierdas enteramente tu trabajo, si de lo interior no fueren animados y reglados
semejantes ejercicios.
La vida
del hombre no es otra cosa que guerra y tentación continúa. Por esta causa has de velar siempre sobre
ti misma, y guardar tu corazón, para que se conserve siempre pacífico y
quieto; y cuando advirtieres que en tu alma se levanta algún movimiento de
inquietud sensual, procurarás con toda diligencia reprimirlo luego, pacificando
tu corazón, y no permitiéndole que se desvíe o tuerza a alguna de las cosas que
lo perturban. Esto ejecutarás todas las
veces que sintieres alguna inquietud, ya sea en la oración, ya en cualquiera
otro tiempo; pero advierte, que todo esto se ha de hacer con suavidad y
dulzura, y sin alguna fuerza o violencia. En suma, el principal y continuo
ejercicio de tu vida ha de ser pacificar tu corazón, cuando se hallare inquieto
y turbado; porque en este estado no podrás orar bien, si primero no lo sosiegas
y restituyes a su primera tranquilidad.
CAPÍTULO II.
Del cuidado que debe tener el alma de pacificarse y
adquirir una perfecta tranquilidad.
Esta atención o centinela de paz sobre tu
corazón te llevará a cosas grandes sin alguna dificultad o trabajo; porque con ella
velarás de tal suerte sobre ti mismo, que te acostumbres a orar, a obedecer, a humillarte
y a sufrir sin inquietud las injurias y menosprecios.
No es dudable que, antes que llegues a
conseguir esta paz interior, padecerás mucha pena y trabajo, por no estar ejercitado;
pero quedará siempre tu alma muy consolada en cualquiera contradicción que la
suceda; y de día en día aprenderás mejor este ejercicio de sosegar y pacificar
tu espíritu: y si tal vez te hallares tan atribulado y tan inquieto, que te parezca
imposible recobrar la paz interior, recurre luego a la oración y persevera en
ella, a imitación de Cristo nuestro Señor, que oró tres veces en el huerto (
Mateo, XXVI) , para enseñarte con su ejemplo, que nuestro único recurso y
refugio ha de ser la oración; y que aunque te sientas muy contristado y
pusilánime, no debes dejarla, sino continuarla con perseverancia , hasta que
reconozcas que tu voluntad se halle enteramente conforme con la de Dios, y por
consiguiente devota y pacífica, y juntamente fuerte, generosa y atrevida para
recibir y abrazar con gusto lo mismo que antes temía y aborrecía, como hizo nuestro
Redentor: Levantaos, y vamos: que llega el que me ha de entregar. (Mateo,
ibid.)
“COMBATE ESPIRITUAL”
POR EL V, P. D. LORENZO ESCUPOLI,
DE LA ORDEN DE LOS PP. CLÉRIGOS REGULARES
DE SAN CAYETANO.
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