CAPÍTULO III.
Que esta habitación
pacifica de corazón se ha de edificar poco a poco.
Pondrás
todo el desvelo y cuidado posible, como se te ha dicho, en no dejar que se
turbe tu corazón, o se mezcle en cosa que lo inquiete; y así trabajarás siempre
en conservarlo pacífico y quieto; porque de esta suerte el Señor edificará en
tu alma una ciudad de paz, y tu corazón será verdaderamente una casa de
placeres y delicias. Solamente quiere y desea de tí, que cuando se altere o
turbe tu espíritu, procures calmarlo y pacificarte en todas tus operaciones y
pensamientos. Pero así como no se edifica en un solo día una ciudad, así no
pienses que en un solo día podrás adquirir esta paz interior: porque todo esto no es otra cosa que
edificar una casa al Señor, y un tabernáculo al Altísimo, haciéndole templo
suyo; y el mismo Señor es el que lo ha de edificar, pues de otra suerte seria
vano y sin fruto tu trabajo. (Salmo, CXXVI). Considera que el principal
fundamento de este ejercicio ha de ser la humildad.
CAPÍTULO IV.
Que el alma debe negarse a toda consolación y contento, porque
en esto consiste la verdadera humildad y pobreza de espíritu con que se
adquiere esta paz interior.
Si
deseas entrar por esta puerta de la humildad, que es la única que se halla, debes
trabajar con todo el esfuerzo y diligencia posible, principalmente en el
principio, en abrazar las tribulaciones y cosas adversas, como a tus más
queridas hermanas, deseando ser despreciado de todos, y que no haya alguno que
te favorezca o te consuele, sino solamente tu Dios. Procura
fijar y establecer en tu corazón esta máxima: Que sólo Dios es tu bien, tu
esperanza y tu único refugio, y que todas las demás cosas son para ti espinas
que si las acercas al corazón, no podrán dejar de herirte y lastimarte. Cuando
recibas alguna afrenta, súfrela con alegría, y gloríate en ella, teniendo por
cierto que entonces está Dios contigo. No desees o busques jamás otra honra que
padecer por su amor y por su gloria. Pon todo el
estudio posible en alegrarte cuando alguno te dijere palabras injuriosas, o te
reprendiere o te despreciare; porque es grande y muy precioso el tesoro que se
halla escondido en este polvo, y si lo tomas con gusto te hallarás rico en breve
tiempo, sin que lo advierta el mismo que te hace este presente.
No procures ni quieras jamás ser conocido y
estimado de alguno en esta vida, para que todos te dejen solo padecer con
Cristo crucificado, sin que alguno te lo impida.
Guárdate de tí mismo, como del mayor enemigo
que tienes en este mundo. No sigas tu voluntad, tu parecer o capricho, si no
quieres perderte. Por
esta causa necesitas precisamente de armas para defenderte de tí mismo; y así todas las veces que tu voluntad se inclinare a alguna cosa, aunque sea no
solamente licita, sino santa, la pondrás primeramente sola y desnuda delante de
Dios con profunda humildad, diciéndole que en ella se haga y cumpla, no tu voluntad,
sino la suya, y ejecutarás esto con fervientes y encendidos deseos, sin alguna
mezcla de amor propio, conociendo siempre que de tí nada tienes y nada puedes.
Guárdate de todas aquellas opiniones y sentimientos propios que llevan consigo
apariencia y especie de santidad y celo indiscreto, del cual dice el Señor:
Guardaos de los falsos profetas que vienen en traje de corderos, y son lobos voraces:
de sus frutos los conoceréis (Mateo, VII, 15,16): sus frutos son: dejar en el
alma ansia, inquietud y afán.
Todas las cosas que te distraen y apartan de
la humildad y de esta paz y quietud interior con cualquiera color o causa, son
los falsos profetas, que en figura de corderos, esto es, con color de celo, y
de ayudar al prójimo indiscretamente, son lobos voraces que te roban la
humildad, y aquella paz y quietud que es tan necesaria al que verdaderamente
desea aprovechar; y cuanto mayor apariencia de santidad tuviere la cosa, con
tanto mayor cuidado y diligencia deberás examinarla, y siempre con mucha paz y
quietud interior, como se ha dicho. Pero
si tal vez faltares en alguna de estas cosas, no te turbes, sino humíllate
delante del Señor, y reconoce tu flaqueza, y queda advertido y enseñado para lo
venidero; porque Dios por ventura lo permite, a fin de humillar alguna soberbia
que en tí se halla oculta, y tú no la conoces. Si en alguna ocasión sintieres herida
el alma de alguna aguda y venenosa espina, no por esto le turbes o inquietes;
mas vela con mayor atención y cuidado, para que no pase y penetre dentro; retira
y separa entonces con suavidad y dulzura tu corazón, y restitúyelo a su primera
calma, conservando tu alma pura y sin tacha a los ojos de Dios, al cual
hallarás siempre en el fondo de tu corazón por la rectitud de tu intención,
persuadiéndole que todo esto sucede para prueba y ejercicio tuyo, para que de
esta suerte te hagas capaz de tu bien, y merezcas la corona de justicia, que su
infinita misericordia te tiene preparada.
“COMBATE ESPIRITUAL”
POR EL V, P. D. LORENZO
ESCUPOLI,
DE LA ÓRDEN DE LOS PP. CLÉRIGOS REGULARES
DE SAN CAYETANO.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.