1. La estimación exagerada de nosotros mismos produce
impaciencia y turbación. —No hay que confundirse tristemente y con inquietud; el amor
propio es el que produce esas confusiones, porque estamos pesarosos de no ser
más perfectos, no tanto por amor a Dios, sino por amor a nosotros mismos. ¡Nos causa tanto bien llorar por nuestros
defectos, y esto contenta tanto al amor propio!
Nada hay como el
demasiado cuidado de nosotros mismos que nos haga perder la tranquilidad de
nuestro espíritu, llevándonos a rarezas y desigualdades de carácter. Porque
cuando sufrimos algunas contradicciones, con sólo advertir algún vestigio de
nuestra inmortificación, o cuando incurrimos en algún leve defecto por pequeño
que sea, nos parece que todo está perdido.
Nuestro primer mal es la estimación que
tenemos de nosotros mismos; si incurrimos en algún pecado o imperfección, henos
ya asombrados, turbados, impacientes, porque creemos ser alguna cosa buena, resuelta,
sólida, y, por tanto, al ver que no es así, y que hemos caído de bruces en tierra,
nos turbamos enfadados y descontentos por habernos engañado en nuestros
cálculos.
Tened gran cuidado de no turbaros cuando cometáis
alguna falta, ni dejaros llevar de dulces enternecimientos respecto de vosotros
mismos, pues todo esto no procede más que del orgullo.
2. Después de una
caída, corrijamos nuestro corazón con dulzura y compasivamente.
— Tal es la línea de conducta que nuestro dulce Santo opone a las agitaciones y
solicitudes estériles engendradas por el amor propio. Parece haber tomado partido
a favor del corazón que ha claudicado, y tanta conmiseración siente hacia él,
que en lugar de recriminarle y turbarle más, he aquí cómo quiere que se le
trate:
No atormentéis
vuestro corazón, aun cuando se haya extraviado algo; tomadlo con suavidad y
conducidle nuevamente a su camino.
Querida hija mía, cuando incurrimos en defectos,
examinemos nuestro corazón inmediatamente y preguntémosle si conserva siempre
viva y entera la resolución de servir a Dios; espero que nos responderá que sí,
y que antes sufriría mil muertes que separarse de esta resolución.
Preguntémosle de nuevo: — ¿Por qué, pues, tropiezas ahora? ¿Por qué eres tan
cobarde? —Responderá: —He sido sorprendido, no sé cómo; pero estoy de ello
pesaroso ahora. — ¡Ay! querida hija, Es necesario perdonar: no ha faltado por infidelidad,
sino por enfermedad. Hay que corregirle suavemente, tranquilamente, y no
encolerizarle y turbarle más”
“Preparad vuestra alma a la tranquilidad desde
la mañana; tened gran cuidado durante el día de recordárselo y de tomarla en
vuestra mano. Si sentís algún movimiento de disgusto, no os espantéis por ello;
pero al reconocerlo, humillaos suavemente delante de Dios y procurad dominar
vuestro espíritu en actitud de suavidad. Decid a vuestra alma: Nada, ¡adelante!,
hemos dado un paso en falso; marchemos ahora gallardamente y tengamos cuidado
de nosotros. Y todas y cuantas veces cayereis, haced lo mismo.”
EL
ARTE DE APROVECHAR NUESTRAS FALTAS. SEGÚN SAN FRANCISCO DE SALES. POR EL M. R.
P. JOSÉ TISSOT. OBRA DEL SIGLO XIX.
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