domingo, 25 de febrero de 2018

DEMONIOS – Por Cornelio Á Lápide. (Parte IX)





El demonio es el dios del Siglo.


   El dios de este siglo, dice San Pablo, ha cegado el entendimiento de los incrédulos: (II. Cor. IV. 4).

   El dios de este siglo es el demonio, qne es el dios de los que viven según la corrupción del siglo. Es el dios de este siglo, no por derecho de creación, sino por su perversidad, sus escándalos, sus sugestiones, su imperio y su tiranía...

   Lo propio del orgullo, dice el elocuente Obispo de Meax, es atribuirlo todo a sí mismo; y por esto los soberbios se consideran los dioses de ellos mismos, sacudiendo el yugo de la autoridad soberana. Por esta razón, habiéndose henchido el demonio con una arrogancia extraordinaria, las Escrituras han dicho que había aspirado a la divinidad. Escalaré el cielo, dijo, colocaré mi trono encima de los astros, y seré semejante al Altísimo. (Isai XIV. 13-14). Arrojado del cielo, y precipitado en el abismo, y reunidos con él todos los compañeros de su insolente empresa, conspiró con ellos para sublevar contra Dios a todas las criaturas. Pero, no contento con sublevarlas, concibió entonces el insolente designio de someterlo todo en el mundo a su tiranía: atacó a Adán, y le hizo su esclavo: enorgullecido con este éxito feliz, y no olvidando su primer designio de igualarse a la naturaleza divina, se declaró abiertamente rival de Dios; y tratando de revestirse de la majestad divina, como no tiene poder de hacer nuevas criaturas para oponerlas a su dueño, ¿qué hizo? Por lo menos adulteró todas las obras de Dios, dice el grave  Tertuliano: enseñó a los hombres el modo de corromper su uso; y  los astros, y los elementos, y las plantas, y los animales, todo lo hizo servir de idolatría; abolió el conocimiento de Dios, y por toda la redondez de la tierra se hizo adorar en lugar suyo, según lo que dijo el Salmista: Los dioses de las naciones son los demonios: (XCV. 5). Por esto el Hijo de Dios lo llama el príncipe del mundo: (Juan. XIV. 30). Y el Apóstol el dios de este siglo: (II. Cor. IV. 4).

   ¿Y con qué insolencia se ha portado este rival de Dios? ¡Siempre ha tratado de hacer lo que Dios hacía, afectando la misma pompa. Dios tiene sus vírgenes que le están consagradas ¿No ha tenido el diablo sus vestales? ¿No ha tenido sus altares y sus templos, sus misterios y sus sacrificios, y ministros de sus impuras ceremonias que hizo tan semejantes como pudo a las de Dios, porque tiene envidia de Dios, y en todo quiere parecer su igual?

   Cuando Jesucristo vino a la tierra, añade Bossuet (Hist. universal), todo era dios menos el mismo Dios, y el universo no era más que un vasto templo de ídolos.

   Como las pasiones y el pecado son hijos del demonio, este padre hace también adorar a sus hijos, o más bien se hace adorar en las pasiones y en el pecado. Asi es que el avaro adora el oro, el borracho a Baco; el impúdico adora a Cupido y a Venus, etc. He aquí pues a todos los hombres amantes de sus depravadas pasiones adoradores de los demonios; son idólatras: y he aquí al demonio adorado en las pasiones, en los crímenes y en los escándalos...

El demonio no se cansa nunca es muy perseverante en perseguirnos.


   El Evangelio nos dice que el demonio, acabadas todas estas tentaciones, se retiró de él, pero sólo por algún tiempo (Luc. IV. 13). Como el demonio persevera en la afección al pecado, nada descuida, después de haber hecho caer al hombre, para impedirle que se vuelva a levantar, o para hacerlo caer de nuevo si se levanta...

   El demonio estaba todo el día maquinando engaños, dice el Salmista: (XXXVII. 13). Este antiguo enemigo de todo lo que existe, no deja de tender por todas partes las redas de la decepción...

   La gran aplicación con la que el demonio reúne todas sus fuerzas, todos sus recursos, todos sus instantes con el designio de causar nuestra ruina, es lo que le hace tan terrible. Todos los espíritus angélicos, dice Santo Tomás, son muy decididos y determinados en sus empresas: la resolución de perdernos que ha hecho el demonio; es fija, decidida e invariable. Es un enemigo que jamás duerme, jamás deja su odiosa malicia. (De Peccat).

   Los demonios, dice San Martin, tienden lazos a los que no están alerta: se apoderan de los que no saben resistirles, y devoran a los que han cogido; y jamás están satisfechos.

   Aun cuando derribéis al demonio, dice Tertuliano, no abatiréis su audacia; inflamaréis, al contrario, su ira. Cuando parece que su furor está del todo apagado, entonces es cuando se enciende con mayor fuerza. Esto dice Jesucristo en el Evangelio. Cuando el espíritu inmundo ha salido de algún hombre, anda errante por lugares desiertos buscando dónde hacer asiento, sin que lo consiga. Y dice: Volveré a mi casa, de la que he salido. Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrando, habitan allí; conque viene a ser el postrer estado de aquel hombre más lastimoso que el primero: (Mateo. XII. 13 44-45). Siempre activo, no reposa ni se cansa nunca Tres veces atacó a Jesucristo; tres veces fué rechazado: y estaba todavía decidido a volver a empezar. Aguarda la hora favorable, y jamás pierde la esperanza de vencernos rechazadle mil veces, y mil veces volverá a la carga. Escupidle en el rostro, despreciadle, maldecidle; y se burlará de ello, pues no tiene vergüenza: su único fin es seducirnos, poseernos, perdernos. No hay entre los hombres, por malos que sean, un odio comparable al de los demonios. Los hombres que tienen odio se alejan de aquel a quien aborrecen, le huyen, no quieren verle ni hablarle: el demonio, al contrario, a pesar de su odio implacable, no se aleja, no huye; quiere siempre ver y adular al hombre a quien aborrece En fin hace temblar, hasta cuando se consigue contra él una victoria, porque entonces se pone furioso...

El demonio persigue más a los justos que a los pecadores.


   Los buques que nada llevan, dice San Crisóstomo, no temen a los piratas; los que los temen, son los que van cargados de oro, de plata y de piedras preciosas: he aquí por qué el demonio no se decide fácilmente a perseguir al pecador, sino antes bien al justo, que posee grandes riquezas, es decir, muchas virtudes y méritos.

   El ladrón no ataca al mendigo, sino al rico. El demonio, que es el ladrón de los ladrones, deja, por decirlo así, descansar al pecador, porque todo lo ha saqueado en él, el cuerpo y el alma, el espíritu y el corazón, el tiempo y la eternidad; pero trata de robar y de asesinar al hombre cargado con el tesoro de las virtudes.

   El justo es una presa que el demonio mira como muy deliciosa. Alimentándose constantemente de pecadores, Satanás encuentra soso su alimento que es siempre el mismo; le repugna, lo desprecia y lo arroja. Pero codicia al justo, que no le pertenece, y del cual no ha podido alimentarse todavía; lo devora con el deseo, y le persigue tenazmente.



“Tesoros de Cornelio Á Lápide”






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