miércoles, 14 de febrero de 2018

DEMONIOS – Por Cornelio Á Lápide. (Parte VIII)






Crueldad y furor del Demonio contra los hombres


   El demonio, como león rugiente, anda girando alrededor de vosotros en busca de presa que devorar, dice el apóstol San Pedro, (1Pedro V, 8)… No dice el Apóstol que el demonio trata de morder, sino que traía de devorar...

   ¡Ay de la tierra y del mar! dice el Apocalípsis, porque el diablo bajó a vosotros arrojado del cielo y está lleno de furor, sabiendo que le queda poco tiempo (Apoc. XII. 12).

   Simón, Simón, dijo Jesucristo a Pedro, mira que Satanás va tras de vosotros para zarandearos como el trigo cuando se criba:
Simón, Simón. (Luc. XXIL 31).

   El dragón, dice el Apocalípsis, se irritó, y marchóse a guerrear: ( Apoc XII. 17).

   La crueldad y la rabia del demonio, dice el Salmista, le llevan a perseguirme, A apoderarse de mí, y a hundir en el polvo mi gloria. (Salmo VII. 6). Mis enemigos, añade, me tienen cercado por todas partes; tienen puestas sus miras para dar conmigo en tierra; están acechándome como el león preparado a arrojarse sobre su presa, o como el leoncillo qne en lugares escondidos está en espera: levántate, o Dios mío; prevén el golpe, y arrójalos por el suelo, libra mi alma de las garras del impío. (Salmo. XVI. 11-13). El jabalí del bosque todo lo ha destruido, y se apacentó en ella esa fiera singular o solitaria: (Salmo LXXIX. 14).

   Serviréis á dioses extraños, que no os darán descanso ni de día ni de noche, dice el profeta Jeremías (XVI. 13). Estos pretendidos dioses, que son tan crueles, son los demonios...

   Cada vez que pecamos, dice San Jerónimo, caemos bajo el imperio del demonio, que jamás nos da descanso, pues nos impele siempre a añadir un crimen a otro crimen hasta hacer de ellos una montaña.

Devastaciones producidas por los demonios


   ¿Qué más depravado, que más pérfido y más malo que nuestro adversario? dice San Agustín. Introdujo la guerra en el cielo, la seducción y el pecado en el paraíso terrenal, el odio en la vivienda de los dos primeros hermanos; siembra la cizaña en todas nuestras obras. En el alimento oculta el anzuelo de la gula; en la generación el de la lujuria: en el trabajo el de la pereza; en la conversación el de la envidia; en la administración el de la avaricia; en la corrección el de la ira; en la autoridad el del orgullo. Despierta en el corazon los malos pensamientos; coloca en los labios la mentira, la maledicencia, el falso testimonio, la blasfemia; emplea los miembros para cometer actos de iniquidad; si estamos despiertos, nos induce a obrar mal; si dormimos, suscita sueños vergonzosos. Lleva a la disolución a los que tienen un carácter alegre, y a la desesperación a los tristes. En fin, para abreviar todos los males del mundo, vienen de su infernal depravación. (Sermones).

   ¿No habéis sembrado buena simiente en vuestro campo? ¿Cómo tiene cizaña? dicen los criados al amo. Algún enemigo mío, responde el dueño, la habrá sombrado. (Mateo. XIII. 27-58).

   En todas partes y en todo tiempo siembra cizaña el demonio: la siembra en el cielo, en la tierra, en el corazón del hombre, en el seno de la familia y de la sociedad, y la sembrará eternamente en el infierno...

   ¡Hasta cuándo, o espíritus del desorden, exclama el Rey Profeta, estaréis acometiendo al hombre para acabar con ellos todos juntos, y derrocarle como a una pared desnivelada, o como a una tapia ruinosa! No Tratáis más que de precipitarle de su elevación; le aduláis con la punta de los labios para perderle, y le maldecís en secreto.

   O Dios, los gentiles han entrado en tu heredad, han profanado tu santo templo. (Salmo. LXXVIII. 1). Los enemigos del hombre vienen a ser sus dominadores, le oprimen y le hacen sufrir la humillación de su tiránico poder. (Salmo. CV. 42).

   Los guardias que recorren la ciudad, me han encontrado, dice la Esposa de los Cantares; me han golpeado y me han herido. (Cantar de los cantares V. 7).

   Ved las devastaciones que produce el demonio en nuestros primeros padres y al rededor suyo: tienen la desgracia de escucharle, y al momento vienen la desnudez, la vergüenza, el temor, la excusa, la concupiscencia, la esclavitud, los sufrimientos, la maldición, su expulsión del jardín de delicias, la esterilidad de la tierra, el trabajo, la tristeza, el remordimiento, las lágrimas, la penitencia, la muerte temporal y espiritual, el cielo cerrado, y el infierno abierto. Y estas desgracias recaen a la vez, no sólo sobre Adán y Eva, sino también sobre toda su posteridad...

   Después de haber sumergido a nuestros primeros padres en este abismo, desaparece Satanás. Ya no les dice: Sereís como dioses. Los ha hecho semejantes A él (el demonio); ya están cumplidos sus crueles deseos...

   Es natural que la serpiente derrame su veneno y dé la muerte...

   Fiándose en la serpiente, Adán se volvió terrestre, carnal; se embruteció, y no pensó más que en la materia. La misma suerte aguarda a aquellos de su raza que escuchen a Satanás.

   El demonio, dice San Gregorio, coge y oprime; seduce a fuerza de asechanzas asusta con amenazas, persuade con lisonjas, abate con la desesperación, y engaña artificiosamente con promesas (Sermones).

   San Bernardo hace también una descripción de los demonios y de su carro: su malicia, dice, tiene un carro de cuatro ruedas, que son la crueldad, la ira, la audacia y la impudencia. Este carro se precipita a la efusión de la sangre; no se detiene ante la inocencia; no disminuye su velocidad con la paciencia, ni le arredran el temor ni el pudor. Le arrastran dos caballos fogosos y sin freno, prontos a llevar a todas partes la desolación y la muerte: son el poder y el lujo; dos cocheros, el orgullo y la envidia le dirigen.

   El demonio, dice Orígenes, quita al hombre la virtud del alma; le priva de la libertad y de muchas de las ventajas del cuerpo; le arrebató los bienes espirituales y temporales; le aleja del temor de Dios, le entrega a las pasiones, le precipita a las miserias de esta vida y a los suplicios de la eternidad. (Homil.).

   El pescador coge el pez con el anzuelo; el cazador se apodera de las bestias salvajes con auxilio de los lazos, y de los pájaros por medio de la liga y de la red: el demonio hace inauditos esfuerzos para sujetar y coger el cuerpo y el alma por medio de diversos dolores, grandes cuidados, pesares, dificultades, escrúpulos, querellas, malas inclinaciones, etc., a fin de que no se le escapen y sean su presa en la tierra, y sobre todo en el infierno.

   Ved, dice San Basilio, con qué malicia y perfidia obra el demonio en lo que nos concierne: nos priva de las virtudes que le hemos dado, y nos da los vicios que no queríamos. Le sacrificamos nuestras virtudes, a él que es rico en malicia y en vicios, y esto para nuestro inmenso y visible detrimento; porque, cuanto más le damos, más heridas trata de hacernos. (En Deuteronomio. XV).

   ¡Hombre infeliz, exclama San Bernardo, a quién sirves, a quién sigues¡ No ves a Satanás, precipitado al abismo eterno, que cae del cielo con la velocidad del rayo? (Serm. XXXIX. En Cant.).

   Cuando Dios inspira saludables pensamientos de penitencia, de limosna o de piedad, llega el demonio para disiparlos o corromperlos, a fin de que no los ejecuten, o si los realizan, los hagan con mal fin, de mal modo, o valiéndose de medios perversos, o al menos haciéndolo indiscretamente, es decir, con demasiada o con poca aplicación...

   ¿Cómo ha quedado solitaria la ciudad antes tan populosa? Dice Jeremías en sus lamentaciones… Ha sido tomada por sus perseguidores en medio de angustias. Sus enemigos se han enseñoreado de ella; sus pequeñuelos han sido arrastrados al cautiverio, arrancándolos el opresor. Ya ha desaparecido toda su hermosura; sus príncipes han venido a ser como carneros descarriados, qne no hallan pastos, y han marchado desfallecidos delante del perseguidor qne los conduce.  Los enemigos vieron a Sion, y mofáronse de sus solemnidades. Hasta a sus pies llegan sus inmundicias: ella no se acordó de su fin; está profundamente abatida sin que haya quién la consuele. El enemigo echó su mano a todas las cosas que Jerusalén tenía de más apreciable. Ha tendido una red a mis pies, y me ha hecho caer hacia atrás: me ha llenado de desolación, y durante todo el día consumida de tristeza. Ha venido a ser para mí como un oso en acecho, como un león en lugar oculto. Él ha destruido mis senderos, y me ha destrozado. Me ha llenado de amargura, y me ha embriagado de ajenjo. Ha quebrado todos mis dientes, dándome pan lleno de arena: ceniza me ha dado a comer. Y la paz ha huido de mi alma; no sé ya lo que es felicidad.

   Tal es el cuadro que el Profeta hace de las devastaciones que los enemigos han causado a Jerusalén. Todos estos estragos, todas estas desgracias no son más que una débil imagen de los estragos y de las desgracias que causa el demonio cuando reina en un alma y la domina.

   No habiendo el demonio podido vencer a Dios cuando le atacó en el cielo, lo ataca en la tierra, y no pudiendo alcanzar a Dios, todo lo corrompe, hasta los elementos: como nada puede crear, emplea sus fuerzas para destruirlo todo Es un viejo adúltero, dice San Agustín, que no trata más que de seducir.

   Ved cómo trata a Job. Roba sus rebaños y degüella los pastores; hace caer fuego del cielo sobre sus ovejas y sobre sus criados, y los consume. Roba sus camellos; y mata a sus guardas. Envía un huracán violento que derriba la casa en donde se hallaban en la mesa los hijos de Job, y quedan todos muertos. Llena al mismo Job, desde el extremo de los pies a lo alto de la cabeza, de una lepra horrible.

   Y con los restos del vaso de arcilla roto, aquel patriarca, sentado en un estercolero, quita la podredumbre de las úlceras que le cubren... El demonio hubiera ido aún mucho más lejos si Dios se lo hubiese permitido...

   Ved cómo trata el demonio a los poseídos. Citemos un sólo ejemplo tomado del Evangelio: Un hombre del pueblo dijo a Jesús: Maestro, yo he traído a ti un hijo mío poseído de cierto espíritu maligno que le hace quedar mudo, el cual, donde quiera que lo tome, le tira contra el suelo, y le hace echar espuma por la boca y crujir los dientes, y se vuelve enteramente seco. Traédmelo, contestó Jesús. Trajéronsele; y apenas vió á Jesús, cuando el espíritu empezó a agitarse con violencia; y tirándose contra el suelo, se revolcaba echando espumarajos. Y Jesús preguntó a su padre: ¿Desde cuánto tiempo le sucede esto? Desde la niñez, respondió. Y muchas veces le ha precipitado el demonio en el fuego y en el agua, a fin de acabar con él. (Marcos. IX).

   Si ei demonio causa tantos estragos en el cuerpo, juzgad qué estragos causará en el alma del pecador cuando la posea  y reine en ella como tirano. ¡Juzgad qué tormentos debe imponer a los réprobos en el infierno!

   Todo es bueno para el demonio mientras pueda derribar y destruir… Toda la ocupación de los demonios, dice Tertuliano, es hacer caer al hombre.

   Esta rabia y estos estragos de Satanás se nos pintan por el profeta Ezequiel bajo el nombre y figura de Faraón Rey de Egipto. ¡Espectáculo espantoso! Al rededor suyo están los muertos a quienes dió crueles heridas. Allí yace Asur, dice el Profeta, con toda su muchedumbre; allí ha caído Elam y lodo el pueblo que lo seguía; allí Mosoch y Tuval, y sus príncipes, y sus capitanes, y todos los otros que están nombrados; número indecible, tropel infinito, multitud inmensa: están al rededor suyo derribados por el suelo y nadando en su sangre. Faraón está en medio saciando su vista con una carnicería tan terrible, y consolándose con su pérdida y la ruina de los suyos: Faraón con su ejército, y Satanás con sus ángeles. (Bossuet, sobre los demonios).

   Pero, si el demonio causa tantas desgracias en la tierra !Qué horribles tormentos no hará sufrir a los réprobos en el infierno! ¡Oh Dios, no permitáis que jamás caigamos entre las manos de este enemigo feroz...


“Tesoros de Cornelio Á Lápide”





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