sábado, 3 de febrero de 2018

El arte de aprovechar nuestras faltas – Primera parte: Capítulo II - IV





IV

   1. La falsa humildad turba el espíritu y no le deja luces para ningún bien. —

   Para combatir más eficazmente esta turbación tan funesta, San Francisco de Sales se aplica a descubrir la causa ordinaria, por no decir única, de ella: el amor propio, el buscarse a sí mismo.

   Santa Teresa lo había ya dicho: “Con la humildad verdadera el alma se reconoce por ruin, y de ello se apena; esta pena no va acompañada de turbación ni de inquietud; no causa ni ofuscación en el espíritu ni aridez; al contrario, consuela. El alma entonces se aflige de lo que ha ofendido a Dios, y por otra parte se dilata, esperando su misericordia. Tiene luces para confundirse a sí misma y para alabar a Dios, que la ha soportado. Pero en la falsa humildad, que da el demonio, no hay luces para ningún bien. Parece que Dios lo pone todo a sangre y fuego; esta es una invención del demonio de las más funestas, sutiles y disimuladas que de él conozco” “Vida” autobiografía de la santa.

   Y he aquí por qué la turbación después del pecado es un mal tan común.

   “Humillarse de sus miserias—dice un santo sacerdote—es una cosa buena que pocas personas comprenden; inquietarse y despecharse es una cosa que todo el mundo conoce y que es mala, porque en esta especie de inquietud y de despecho, el amor propio tiene siempre la mayor parte.”

      Federico Ozanam añade, finalmente: “Hay dos clases de orgullo: el que está contento de sí, y es el más común y menos peligroso, y el que está descontento de sí, porque espera mucho de sí mismo y que se engaña en su esperanza. Esta segunda especie es mucho más refinada y peligrosa.”

   2. — La inquietud y la turbación provienen, sobre todo, del amor, propio. —

   Nuestro buen Santo persigue en todas sus astucias a este amor propio disfrazado con la máscara de la humildad. Los apresuramientos de su alma, no tanto para curarse, sino para saber que está curada; esos secretos despechos por los que no se quiere jamás hacer las paces con su conciencia, y en los que se encuentra más cómodo abandonarla como incorregible; esas melancolías en que se sume, esa incesante y exclusiva contemplación de sus faltas y de sí mismo; esa necesidad de gemir más aún delante de los hombres que delante de Dios, con un imperceptible deseo de ser compadecido y acariciado, todo eso lo toca el sabio Doctor, y muestra que todo ese disgusto de todas las cosas ha sido ordenado por cierto padre espiritual que se llama amor propio.

   “Uno de los buenos usos que deberíamos hacer de la dulzura es aquel que tiene por objeto a nosotros mismos, y consiste en no enfadarnos contra nosotros ni con nuestras imperfecciones. Porque aunque la razón exige que cuando cometemos alguna falta debemos estar por ello disgustados y pesarosos, no pretende que nos empeñemos en tener una disciplina agria y enfadosa, despechada y colérica.”

   “Con esto cometen una gran falta muchos que, habiendo montado en cólera, se enfurecen por haberse enfurecido y se enfadan por haberse enfadado, pues con ese sistema tienen el corazón inundado de cólera, y aunque parece que la segunda cólera destruye a la primera, es lo cierto, sin embargo, que abre el paso a otra nueva cólera a la primera ocasión que se presente para ello. Esto, aparte de que semejantes cólera, enfados y acritudes que se tienen contra sí mismo tienden al orgullo, y su origen es únicamente el amor propio, que se turba y se inquieta al vernos imperfectos” (Introducción a la vida devota).


EL ARTE DE APROVECHAR NUESTRAS FALTAS. SEGÚN SAN FRANCISCO DE SALES. POR EL M. R. P. JOSÉ TISSOT. OBRA DEL SIGLO XIX.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.