viernes, 25 de abril de 2025

Carta del asesino de “Santa María Goretti” – Alessandro Serenelli.


 

   

   Ahora que tengo casi 80 años, y estoy a las puertas del fin de mis días. Mirando mi pasado, reconozco que en mi juventud seguí un mal camino, un camino que me llevó a la ruina.

 

   A través de revistas, espectáculos inmorales, malos ejemplos, y una mala prensa. Veo hoy a la mayoría de los jóvenes seguir el mal camino que yo seguí, los jóvenes lo siguen sin pensarlo dos veces,   despreocupados, cómo yo mimos lo hice.

 

   Había cristianos fieles y verdaderamente practicantes a mí alrededor, más no le daba importancia. Yo estaba ciego un impulso, propio de brutos, un impulso bestial que me empujó hacia un estilo de vida equivocado.

 

   A los 20 años cometí un crimen llevado por una pasión irracional, cuyo recuerdo todavía hoy me horroriza. María Goretti, hoy santa, fue el ángel bueno que Dios puso en mi camino para salvarme. Sus palabras, tanto de reproche como de perdón, todavía están impresas en mi corazón hoy. Ella rezo por mí, intercedió por su asesino.

 

   Me condenaron a casi 30 años de prisión. Si no hubiera sido menor de edad, según la legislación italiana me habría condenado a cadena perpetua. Sin embargo, acepté el castigo como algo que merecía.

 

   Resignado, expié mi pecado. La pequeña María fue verdaderamente mi luz, mi protección. Con su ayuda pude cumplir bien esos años de prisión. Cuando la sociedad me aceptó nuevamente entre sus miembros, busqué vivir honestamente. Con caridad angelical, los hijos de San Francisco, los Frailes Menores Capuchinos, me acogieron entre ellos, no como a un siervo,  sino como a un hermano. He vivido con ellos durante 24 años. Ahora espero con serenidad el día en que podré ser admitido a la visión de Dios, para abrazar nuevamente a mis seres queridos y estar cerca de mi ángel de la guarda, María Goretti, y de su querida madre, Assunta Goretti.

 

   Que todos los que lean esta carta deseen seguir la santa enseñanza de hacer el bien y evitar el mal. Que todos crean, con la fe de los pequeños, que la religión y sus preceptos no son algo de lo que se pueda prescindir. Al contrario, es el verdadero consuelo y el único camino seguro en todas las circunstancias de la vida, incluso las más dolorosas.

 

“PAZ Y BIEN”

 

Alessandro Serenelli. Macerata, Italia 5 de mayo de 1961.

lunes, 21 de abril de 2025

VALE LA PENA MORIR LUCHANDO. Por Nicky Pío.

 



   Ya todos conocen aquel saludable, pero incomprendido pensamiento: uno no está obligado a ganar; pero todos están obligados a luchar (por Dios, la Patria y la Familia).

 

   Pero también es saludable recordar esto: Si tomas el arado de Cristo, prepárate para luchar solo, en medio del hambre, la enfermedad, la pobreza, la incomprensión, la calumnia, y el abandono de los amigos.

 

   Lucharas sólo, en el frío de tu trinchera inhóspita. Sin esperanzas en ganar, pero sin desesperación por obtener la victoria.

 

   ¡Es cosa admirable luchar contra lo que parece un invencible, – es admirable ver luchar a hombres que ya están derrotados, pero no se sienten vencidos – dejando sus cuerpos en el campo de batalla, y sus almas en el cielo eterno!

 

   En esta lucha, en esta defensa, por Cristo y María,  no se cosechan bienes materiales, ni laureles; no hay aplausos, ni gritos de victoria en cambio, se acumulan tristezas y lágrimas, que los ángeles del cielo lo recogen  como perlas preciosas, para el día de tu juicio.

 

   Más, cuando se reflexiona, cuando Dios envía esa luz en medio de tantas pruebas, uno lo comprende: “Vale la pena morir luchando” por un premio, que no está en lo terreno, sino en la eternidad…

 

  

 

  

 

 

 

jueves, 17 de abril de 2025

RELOJ DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO – Jueves y Viernes Santo.

 







   “¡Que diferentes voces eran: quita, quita, crucifícale y bendito sea el que viene en el nombre del Señor, hosanna en las alturas! ¡Que diferentes voces son llamarle ahora Rey de Israel, y de ahí a pocos días decir: no tenemos más rey que al Cesar! ¡Que diferentes son los ramos verdes y la cruz, las flores y las espinas! A quien antes tendían por alfombra los vestidos propios, de allí a poco le desnudan de los suyos y echan suertes sobre ellos.” San Bernardo Sermón sobre el Domingo de Ramos.

 

Reloj de la Pasión de Jesús.

 

JUEVES SANTO.

 

– SEIS DE LA TARDE: Jesús se ciñe con un lienzo, y echando agua en una bacía, lava los pies a sus discípulos, los enjuga y besa. ¡Qué humildad!

 

– A LAS SIETE: Instituye el Santísimo Sacramento, dando a los sacerdotes el pasmoso poder de convertir el pan y vino en su Cuerpo y Sangre preciosísima. ¡Qué amor!

 

– A LAS OCHO: Va al huerto de Getsemaní; y a pesar de la tristeza y sudor de sangre, ¡cuán fervorosa y constante es su oración.

 

– A LAS NUEVE: Es entregado por Judas, preso, cargado de cadenas y abandonado de sus discípulos: ¿y no le has entregado tú también alguna vez?

 

– A LAS DIEZ: Le llevan a casa de Anás: ¡cuán diferente entrada hace hoy en Jerusalén de la que hizo el día de Ramos! ¡Qué terrible bofetada le dan!

 

VIERNES SANTO.

 

A LAS CUATRO DE LA MAÑANA.

 

   Ha sufrido esta noche infinitos escarnios en casa de Caifás: Pedro le ha negado tres veces, y ahora gritan todos que es blasfemo y digno de muerte. ¡Qué ingratitud!

 

– A LA CINCO: Le conducen ante Pilatos ¡Qué de insultos, conducido  por las calles! ¡Con que furor lo acusan!

 

– A LAS SEIS: Es presentado a Herodes; le visten una ropa blanca y escarnecen como a loco; ¡y es la Sabiduría infinita!

 

 

– A LAS SIETE: Pilatos le compara con Barrabás y ¡ay!, es pospuesto a tan vil asesino.

 

– A LAS OCHO: Mírale atado a la columna, y despedazado con más de cinco mil azotes.

 

– A LAS NUEVE: Le hincan en la cabeza una corona de setenta y dos espinas. ¡Qué tormento!

 

– A LAS DIEZ: Dice Pilatos: Ecce homo, mostrándole al pueblo, y éste pide feroz que sea crucificado. Cede el cobarde juez y le condena a muerte.

 

– A LAS ONCE: Sale ya con la Cruz a cuestas. ¡Qué caídas tan dolorosas! ¡Qué amargura, cuando encuentra a su Madre! ¡Qué palabras tan tiernas dirige a las mujeres que le siguen!

 

– A LAS DOCE: Le desnudan y clavan en la cruz: ¡qué ignominia! ¡Qué tormento!

 

– A LAS UNA: Ruega por sus verdugos, abre el paraíso al ladrón; y nos da por Madre a su propia Madre: ¡qué bondad!

 

– A LAS DOS: A las dos, se queja amorosamente con su Padre: tiene sed, ¡y le dan a beber hiel y vinagre!... Ya todo se ha consumado.

 

– A LAS TRES: Entrega su Espíritu al Padre Eterno, y muere por mi amor. (Reza cinco Padrenuestros).

 

– A LAS CUATRO: Le bajan de la cruz; ¡qué escena aquella tan tierna! ¡Qué lágrimas! ¡Qué coloquios!

 

– A LAS CINCO: Mira a Jesús en los brazos de su Madre, y, viendo sepultado a su Hijo, toma parte en su dolor.

 








 

 

 

 

 


miércoles, 9 de abril de 2025

Las Últimas Palabra del Evangelio de San Mateo – Por Hugo Wast.


 


“Estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”.

 

   Cuando veo a un sacerdote que va camino de la sacristía, para revestirse y decir misa, pienso tantas cosas.

 

   Aunque sea de traza muy pobre, lo imagino rodeado de ángeles, que lo atienden con una reverencia conmovedora.

 

   No sirven los cortesanos más fieles a su rey, con el amor y el respeto con que los ángeles al sacerdote que celebra. Cuando luego sale revestido de los sagrados ornamentos y asciende al altar, lo hallo transfigurado, me parece que su rostro es luminoso y que sus manos son puras y omnipotentes como las manos de Cristo.

 

   Porque ese hombre, que allí hace las veces de Cristo, ejecutará dentro de pocos minutos el milagro de la ultima Cena.

 

   Con unas cuantas palabras dictadas por el Maestro, convertirá el pan y el vino en el Cuerpo vivo del Redentor y, gracias a ese humilde sacerdote, se cumplirá la promesa con que se cierra el Evangelio de San Mateo: “Estaré con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos”.

 

   De tal manera que si él no quisiera pronunciar esas palabras, y ninguno otro como él las dijese, no podría cumplirse un hecho anunciado por Cristo. Y como eso no puede ser, tendría que venir Él mismo en persona a celebrar misa.

 

   De aquí, pues, la enorme dignidad de ese hombre sencillo, que se encamina a la sacristía para disponerse a realizar ese prodigio de la misa, por el cual se cumple la más consoladora de las promesas del Señor.

 

Revista Bíblica de Monseñor. Dr. Juan Straubinger, año XII (1951), pag. 125.


martes, 8 de abril de 2025

CARTA DE ESCLAVITUD A MARÍA SANTÍSIMA EN SUS DOLORES.


 



CARTA DE ESCLAVITUD

A MARÍA SANTÍSIMA EN SUS DOLORES

 

   O dolorosísima y piadosísima Virgen María, Madre de Dios, y abogada de los pecadores: Yo…(N)…aunque indignísimo por mis graves, y muchas culpas, de parecer en vuestro acatamiento, y contarme en el número de vuestros esclavos; pero alentado con la recomendación que de mí os hizo vuestro precioso Hijo, estando en la Cruz en lo más vivo de sus penas, y fiado en vuestra clementísima piedad, con que inclináis a favorecer a los más desvalidos, e indignos cómo yo, y deseoso de agradaros, y serviros delante de Vuestro Santísimo Hijo, y de toda la Corte Celestial, os quiero y elijo por especial Señora mía, para siempre y por Abogada y Madre, que espero lo habéis de ser; y propongo firmemente de serviros cómo Esclavo, y amaros cómo hijo, y procurar, que los demás hagan lo mismo, en cuanto estuviere de mi parte. Suplícoos, Señora mía, por la Sangre de Jesucristo vuestro Hijo y por los dolores agudísimos que tuviste al pie de la Cruz, me admitáis, y contéis en el número de vuestros esclavos, e hijos recomendado de Jesús mi Redentor, y que me asistáis, en todas mis palabras, obras, y pensamientos, y rijáis y gobernéis todos mis sentidos y potencias, cómo cosa ya vuestra: que me deis esa Espada de Dolor, que atravesó vuestro Corazón, para que hiera íntimamente mi Alma de sentimiento, y dolor por haber ofendido a mi Dios, y Señor, y que no permitáis, que yo sepa, ni ame otra cosa, sino a vuestro Crucificado Jesús, mi Señor, y a vos dulcísima María, cómo a mi Señora, Abogada, y Madre. No permitáis Señora mía, que mi tibieza o mis muchas culpas deshagan este contrato, que quiero sea firme, y constante para siempre; que espero, que mediante vuestra piedad, y misericordia, y gracia de vuestro precioso Hijo, enmendarme de todas mis culpas, y no ofender más a quien por tantos título me hallo tan obligado.

 

Compuesta por M. R. P. Juan Manuel Romero. S. J.

Bogotá. Año 1855.

lunes, 7 de abril de 2025

Las Tres Avemarías: Una devoción simple, sencilla, y muy eficaz.



   Difunde esta devoción, porque «quien salva un alma, tiene su alma salvada» (San Agustín). San Alfonso María de Ligorio: “Un siervo devoto de María no perecerá jamás”.

 

Las tres Avemarías.

 

   Mientras Santa Matilde suplicaba a la Santísima Virgen que la asistiera en la hora de su muerte, escuchó a la benignísima Señora decirle: «Sí, lo haré; pero quiero que reces por mí tres Avemarías cada día.

 

   La primera Avemaría, pidiendo que así como Dios Padre me elevara a un trono de gloria incomparable, haciéndome la más poderosa en el cielo y en la tierra, así también te asista en la tierra para fortalecerte y alejar de ti todo poder enemigo.

 

   La segunda Avemaría, pidiendo que así como el Hijo de Dios me concedió sabiduría, hasta tal punto que tengo más conocimiento de la Santísima Trinidad que todos los santos, así también te asista en el paso de la muerte para llenar tu alma con la luz de la fe y la verdadera sabiduría, para que las tinieblas del error y la ignorancia no la oscurezcan.

 

   La tercera Avemaría, pidiendo que así como el Espíritu Santo me ha concedido la dulzura de su amor y me ha hecho tan amable que después de Dios soy la más dulce y misericordiosa, así también te asista en la muerte, llenando tu alma con tal dulzura de amor divino, que todo el dolor y amargura de la muerte te sea trocado en delicias.

 

   La práctica de esta devoción consiste en rezar tres Avemarías cada día, agradeciendo a la Santísima Trinidad los dones de Poder, Sabiduría y Amor que otorgó a la Virgen Inmaculada, y pidiéndole que los utilice para ayudarnos.

 

Cómo practicar esta devoción:

 

Todos los días, reza lo siguiente:

 

María, mi Madre; ¡Sálvame de caer en pecado mortal!

 

   1– Por el Poder que os ha concedido el Padre Eterno. Rezar un Ave María.

 

   2– Por la Sabiduría que el Hijo te concedió. Rezar un Ave María.

 

   3– Por el Amor que te dio el Espíritu Santo. Rezar un Ave María.

 

   Santa Matilde de Hackeborn (1241-1298), tuvo muchas apariciones de Jesús y María. A pesar una como monja benedictina, alma consagrada y penitente, temió en la hora de la muerte. Por eso rezó a Nuestra Señora para que la ayudara en ese trance final. La Virgen María se le apareció entonces en 1285 y la consoló diciéndole:

 

   «Sí, haré lo que me pides, hija mía, pero te pido que reces tres Avemarías diariamente: la primera, para agradecer al Padre Eterno por haberme hecho omnipotente en el cielo y en la tierra; la segunda, para honrar al Hijo de Dios, por haberme dado tal conocimiento y sabiduría, que supera la de todos los santos y todos los ángeles, y por haberme dotado de tal esplendor, para poder iluminar, como brilla el sol, todo el Paraíso; la tercera, para honrar al Espíritu Santo, por haber encendido en  mi corazón las llamas más ardientes de su amor y por haberme hecho bondadosa y benigna, para ser, DESPUÉS DE DIOS, la más dulce y misericordiosa».

 

   La Virgen María le dice a la Santa: «En la hora de la muerte yo:

 

   – estaré presente para consolarte y alejar de ti toda fuerza diabólica;

 

   – infundiré en ti la luz de la fe y del conocimiento, para que tu fe no sea dañada por la ignorancia;

 

   – estaré presente, en la hora de tu muerte, infundiendo en tu alma la dulzura del Amor Divino, para que prevalezca en ti para cambiar todo el dolor y la amargura de la muerte en gran dulzura».

 

 Muchos santos propagaron la devoción a las tres Avemarías... Entre ellos estaban el Padre Pío y Don Bosco.

 

REZA LAS TRES AVEMARÍAS,

TODOS LOS DÍA TU VIDA,

Y TU  PREMIO SERÁ EL CIELO.

 

sábado, 5 de abril de 2025

LA PENITENCIA DEL ATAÚD DE LA AZUCENA DE QUITO.


 


   Para no desmayar en la penitencia y conquistar la corona de la perseverancia, se valió de un medio poderoso: la meditación en la muerte.

 

   Como si hubiese  encontrado un tesoro exclamaba gozosa:

 

   – Juzgaré desde hoy que cada penitencia es la última de mi vida; que me restan ya pocos años; que en cada día, en cada hora, en cada instante puedo exhalar mi último aliento. Me consideraré muerta ya, y pensaré que con la muerte tuvo fin la amargura de la penitencia, o al menos me creeré siempre como quien está para morir; y ni los rigores de la penitencia me arredrarán, ni su duración será capaz de producir en mí otra cosa que nuevo ardimiento para proseguir como si estuviera siempre al principio –

 

   Como lo ideó lo ejecutó. En la primera pieza de su habitación puso un “féretro o  ataúd”, y dentro de él un madero figurando un cuerpo muerto, y le cubrió con un tosco sayal de S. Francisco a manera de mortaja. Por cabeza colocó una calavera, en el pecho un crucifijo, y al extremo donde correspondían los pies unos zapatos; de suerte que aquella figura tenía el aspecto de un cadáver verdadero. Tan horroroso huésped (a la vista mundana) decía Mariana que era su retrato al vivo (es decir ella se consideraba el cadáver), y que le tenía prestado aquel hábito que habia de pedirle a su tiempo para bajar a la tumba.

 

   Una señora llevada de la curiosidad propia de su sexo, se valió del confesor de Mariana para conseguir de esta que le dejase ver el interior de su habitación. La heroica niña inclinó la cabeza humildemente a la orden de su confesor; pero la curiosidad costó caro a la señora. A los pocos pasos de la entrada, vió de repente aquel espectro, y fué tal el susto que experimentó, que cayó en tierra desmayada, sin tener valor despues para llevar adelante su examen.

 

   En este pasaje se vé la protección de Dios en favor de Mariana, la cual le habia pedido no permitiese a nadie ser testigo de Sus mortificaciones, viendo tantos y tan penosos instrumentos que estaban repartidos por las paredes; y el mismo suministra un dato para formarnos una idea de la austeridad de vida de la Azucena de Quito.

 

   Postrada delante de ese féretro con luces a cada lado, se entregaba todas las noches a la meditación profunda de la muerte; y viendo en ella la inconstancia de la vida y la vanidad del mundo, se repetía a sí misma:

 

– “En eso has de parar, Mariana, y aquí recogerás lo que en vida sembráres.  ¡Desdichada de tí si no vives como en la muerte quisieras haber vivido! De nada pueden servirte gala, deleites y hermosura, sino de lazos para perderte. Tu cuerpo será tu compañero en la gloria, si ahora le tratas como a enemigo. Dichosos en la muerte los miembros que en vida no tuvieron descanso; Muere, pues, muere a tí misma, y vive toda y sola para Dios.” –

 

   Con esta meditación conseguía siempre tener mayor despego a todo lo criado y nuevas ansias de hacer penitencia. De noche y de día, afirmó uno de sus confesores, tenía fija en su pensamiento la imagen de la muerte.

 

DE LA VIDA DE

“MARIANA DE JESÚS PAREDES Y FLÓREZ”

LA AZUCENA DE QUITO.

(AÑO 1877)

miércoles, 2 de abril de 2025

LA CRUZ PINTADA – Por el Apostolado de la Buena Prensa – Año 1894.




   Esperaba la hora de comer el Cura de un pueblo pequeño, después de haber predicado en una Misa mayor un sermón sobre aquellas palabras de Jesús que se leen en el Evangelio de San Mateo: «El que no tome su cruz y me siga, no es digno de mí.» Entró al propio tiempo en casa del párroco un pobre peón de albañil, muy amigacho suyo, hombre de buenas costumbres y de sano corazón, pero algo turbio de entendimiento, y no muy contento con su suerte ni satisfecho de su condición. El Cura y el buen albañil tenían grandes discusiones, en las que el buen Sacerdote procuraba  resolver las dudas que en aquel espeso cerebro se anidaban.

 

   — ¿Has estado hoy en el sermón? — preguntó el Cura.

   — Sí, señor — contestó Roque; — y aunque no lo hubiese oído no me hacía falta; no, señor, no me hacía falta.

   — ¡Hombre, hombre—repuso el Cura explícame eso, que no lo entiendo bien!

   — Pues es claro; Ud. Ha predicado que dijo nuestro Señor: «El que no tome su cruz y me siga, no es digno de mí» Pues yo no necesito tomar ninguna cruz; hace tiempo que la llevo encima, y ¡flojilla que es mi cruz!

   — ¿Y cuál es, Roque, esa cruz grande que tú tienes?, porque, a decir verdad, yo no la veo. Tú eres joven, sano, soltero, robusto; trabajas la mayor parte del año, no tienes achaques, ni enfermedades, ni enemigos...

   —Y no tengo un cuarto, y no tengo dinero; y el no tener dinero es la cruz más grande que puede haber; es la cruz más pesada de cuantas cruces pueden llevarse; y la llevo siempre a cuestas, siempre conmigo, y no me la puedo quitar de encima, y me pesa, me repesa, y me contrapesa, y...

   — Y eres un asno—añadió el Cura riéndose.

   — ¿Conque el no tener dinero es una cruz? Vamos, no te creía tan tonto y tan mal cristiano, y, sobre todo, tan endeble que no pudieses llevar una cruz tan pequeña e insignificante como el no tener dinero, teniendo, como tienes, salud que te sobra y robustez para trabajar, y trabajo continuo.

   — Salud y robustez sin dinero... morirse, morirse.

   — Hombre, no exageres — repuso el Cura; — y para que veas cuan ligera es tu cruz; para que veas cuan cobarde eres, voy a decirte que es más ligera, más llevadera, más fácil de llevar que una cruz que yo te pintaré con yeso en la espalda de tu chaqueta.

   — Vamos, señor Cura, que no estoy para bromas.

   — No, no es broma ni burla lo que te digo. Hablo seriamente. Dime ¿cuánto ganas el día que trabajas?

   — Seis reales.

   — Pues yo te daré dos pesetas cada día, y no trabajarás, no tendrás más que hacer que pasear por las calles, por la plaza, por todo el pueblo, con las manos on los bolsillos del pantalón, pero con una cruz que yo te pintaré en la espalda de la chaqueta, y que — óyelo bien — no has de permitir que te la borren. Y ya verás, mi buen Roque, como al poco tiempo me dices: «Señor Cura, esta cruz pintada me pesa más, mucho más que el no tener un cuarto.

   — ¿Cuándo me la pinta Ud.? — dijo Roque, que ya se le hacía la boca agua al pensar en las dos pesetas diarias sin trabajar.

   — Mañana, que es domingo — dijo el Cura.

   — ¿Y mañana me dará Ud. las dos pesetas ya?

   — Sí, hombre.

   — Pues hasta mañana.

 

   En efecto, al día siguiente, antes de Misa mayor, fué Roque a casa del señor Cura, con su chaqueta negra; el Párroco le hizo con yeso blanco una cruz, que le cogía toda la espalda, de rayas gruesas bien visibles, mientras el buen Roque se reía...

 

   — No te rías — dijo el Cura; — ya te pesará esa cruz mucho más que el no tener dinero.

 

   Y se marchó a Misa nuestro Roque en compañía del Cura, que entró en la sacristía, mientras que el cruzado entraba en la iglesia por la puerta mayor. Tomó agua bendita, se arrodilló, y en esto le dice un amigo que estaba detrás:

 

   — Roque, llevas una cruz pintada en la chaqueta.

   — Ya lo sé —contestó Roque.

 

   Se encogió de hombros el amigo, y comenzó la Misa.

   Un poco después de alzar a Dios, una vieja que estaba arrodillada detrás de Roque, le dice tocándole en el hombro:

 

   — Roque, llevas dos rayas de yeso en la espalda.

   — Bueno —respondió Roque — déjelas Ud.

 

   Acabóse la Misa, y al salir de la iglesia, una vecina le dice:,

 

   — Chico, ¿y esa cruz que llevas ahí pintada?

   — A Ud. no lo importa — contestó Roque, ya un poco amostazado.

   — ¡Oh!—dijo la vieja. — yo creía hacerte un favor.

   — Pues señor, ¿es posible — murmuró Roque — que se han de meter en si llevo rayas o cruz en la chaqueta? Ya me voy cargando.

   — Chico — le dice un amigo — ¡qué guapo vas con esa cruz en la espalda! ¿Quién te la ha pintado?

   — Quien a mí me ha dado la gana — saltó Roque ya montado en cólera.

   — Hombre, no te incomodes; tú eres dueño de llevar una cruz pintada; y por mí, si quieres pintarte la cara, píntatela.

 

   Y se separó el amigo muy serio.

   Ya no estaba Roque muy conforme con: aquellas rayas, y ya se le iba subiendo la mosca a la nariz; pero aunque muy vivo de genio, el recuerdo de las dos pesetas lo hizo encogerse de hombros y seguir su camino.

 

   Llegó a la plaza al mismo tiempo que unos cuantos amigos.

 

   — Roque —dijo uno de ellos: — ¿qué llevas ahí on la chaqueta? Chico, chico, una cruz; ¿es para que no te lleve el diablo? Espera que yo te la borraré.

 

   Y sacó el pañuelo para sacudirla.

 

   — No, no—gritó Roque; — déjala, no la borres, no la toques.

   — Pero hombre — dijeron los demás- ¿te has vuelto loco?

   — No; pero no quiero que me la borréis.

   — Ea, pues ahí te quedas; vamos, este hombre está tonto.

 

   Y se marcharon sin mirarle, quedándose él de muy mal talante.

   Y aquellos amigos fueron publicando que el pobre Roque tenía una cruz pintada en la chaqueta, y que no quería que se la borrasen; y fueron reuniéndose otros y otros, y señalando con el dedo al pobre Roque; y riéndose de él, de modo que se iba hartando de rayas, y pesándole ya bastante aquella pintada y ligera cruz.

 

   Al volver una esquina encuentra a un compañero suyo, que le dice mofándose:

 

   — Vaya Ud. con Dios, señor Don. Roque.

   — Yo no tengo don — repuso con mal gesto el cruzado.

   — Es que como Ud. es caballero de la gran cruz de yeso.

   — Yo soy caballero de la cruz de la gran...

 

   Y Roque, con gesto amenazador, soltó una puerca barbaridad.

 

   — ¡Hola, el de la cruz — decía uno.

   — Aquí está el de las rayas blancas.

   — El de la chaqueta negra y cruz de yeso.

   — ¿Quieres un cepillo para borrarla? — decía otro.

   — No necesitarás Cirineo para que te ayude.

   — ¿Es para que no te lleve el diablo?

 

   Y efectivamente, a Roque se lo llevaban tres mil millones de demonios, y ya sudaba la gota gorda con el peso leve de la cruz pintada.

   Otro amigo se lo acerca, y con la mano comienza a sacudirle.

 

   — ¡Estáte quieto! — gritó Roque hecho un energúmeno.

   — Pues señor, no hay duda, este hombro está rematadamente loco. —

 

   Y se apartó de él y fué publicando que el pobre Roque se había vuelto loco; y él veía que todos le señalaban con el dedo, unos con lástima, otros con burla, otros riéndose; y se le iba acabando la paciencia; y en esto un muchacho grito: «¡Al tio de la cruz» y otro y otros le hicieron coro: «¡Al tio loco de la cruz!» Y Roque corrió tras ellos echando fuego por los ojos, y tirando blasfemias por aquella boca; y los chicos corren más, y él, jadeando, corría y sudaba, y un zagal cogió una piedra, y —toma, al tio loco; — y esto fué como la señal de la batalla; y otro cogió otra piedra, y otros otras, y cayó un diluvio de piedras sobre el pobre Roque, nuevo San Esteban, pero sin sus méritos; y los chicos «¡al loco, al loco!» gritaban como demonios; y el infeliz se acordó de la maldición del gitano: en manos de chicos te veas. Y las piedras llovían. y no podía guarecerse de tantas como le tiraban; y el infeliz ya no perseguía a los muchachos, sino que éstos le perseguían a él, y corría delante de ellos, tropezando, con la lengua fuera, sudando a mares y sin ver el terreno que pisaba; y aquí caigo, aquí me levanto, le alcanzaron algunas chinas, se le escapó el sombrero, una piedra le hirió en la cabeza, el pobre so tocó y miró sangre, y ya no pudo sufrir más, y maldijo las rayas blancas que le pesaban como una losa de plomo, y le entró una mortal congoja; y los chicos seguían «¡al loco, al loco!» y piedras sin parar, y miró al cielo con angustia y bendijo su antes para él pesada cruz, y se maldijo a sí mismo, y fué su suerte que se encontró a la puerta del Cura, y entró y cerró la puerta, a la que alcanzaron algunas pedradas de los pequeños perseguidores, y se dejó caer medio muerto en un banco, a tiempo que el Cura salió de su habitación a los gritos de la turba infantil y al atronador estrépito de la pedrea...«¡Señor Cura!—rugió el dolorido Roque, en cuanto le apercibió; —no quiero cruz pintada, no quiero dos pesetas, ni dos duros, ni diez millones: me pesa esta cruz, me pesa haber salido esta mañana con estas dos rayas, me pesa más que todo esta cruz, en la que en poco me crucifican esos demonios de chiquillos, después de haberme rascado el alma hombres y mujeres con tanto preguntar por qué la llevaba pintada en la chaqueta. Bórremela Ud., por todos los Santos Apóstoles, si no, va a ser hoy el último día de mi vida.»

 

   — Vamos, sosiégate — dícele cariñosamente el Cura. —¿No te decía yo que esta cruz pintada te pesaría mucho? Siento mucho las pedradas: lávate esa herida, que por fortuna es muy leve: pero, por lo demás, me alegro que te convenzas de que muchas veces creemos tener una pesada cruz y quisiéramos dejarla, y querríamos tener otra que nos parece menos pesada, y resulta que la que Dios nos ha dado es mil veces más ligera. No murmures de la cruz que Dios te ha dado; confórmate con ella; confórmate con no tener mucho dinero, como tú dices que no tienes, que ya ves que es harto más ligera que esa pintada, de la que te reías cuando te la pinté.

 

   — Es verdad — dijo Roque, dando un resoplido como una ballena; —bórreme Y esa cruz de la chaqueta; bórremela,  que yo no la vea; y le prometo de aquí en adelante conformarme con la cruz que el Señor tenga a bien enviarme, y que la llevaré sin murmurar; y si no con alegría, porque no soy Santo, a lo menos con cristiana resignación.

 

   — Amén — dijo el Cura — y acuérdate que todo no consiste en prometer, sino en cumplir.

 

JOAQUÍN MARTÍNEZ LOZANO.