I.
No nos lisonjeemos de ganar el cielo sin que ello nos cueste mucho trabajo. El
reino de los cielos sufre violencia; únicamente los animosos pueden
conquistarlo. Esta vida no es lugar de descanso; es campo de batalla.
Jesucristo nos ha señalado el camino del cielo con las huellas de su sangre;
los santos lo han regado con sus sudores, sus lágrimas y su propia sangre. ¡Qué
cobardes que somos! ¿Quisiéramos tener sin trabajo lo que tanto ha costado a
nuestros antepasados en la fe?
II.
Todo lo que hacemos, todo lo que sufrimos es poco, si lo comparamos con lo que
Dios pide, con lo que vale el cielo y con lo que Jesucristo ha hecho para
abrirnos su puerta. Sufro yo un momento para librarme de una eternidad de
dolores, para gozar una gloria infinita y eterna. Vuestros
sufrimientos duran sólo un momento; la gloria que esperáis es eterna (San
Pedro Damián).
III.
El mundo exige de sus partidarios servicios mucho más penosos de los que pide
Jesucristo a sus servidores. Mira lo que hace un soldado para alcanzar gloria,
un comerciante para enriquecerse, un cortesano para agradar a su príncipe. ¿Qué
no haces tú mismo para contentar tu vanidad o tus placeres? ¿Cuándo, pues,
trabajarás tanto por Dios cuanto trabajaste para el mundo? ¿Cuándo harás por tu
alma tanto cuanto hiciste por tu cuerpo?
Trabajad
por vuestra salvación cuidando vuestra alma.
Orad
por los que están en pecado mortal.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.