martes, 13 de agosto de 2019

EXAMEN DE CONCIENCIA Y PROPÓSITO DE ENMIENDA – Por Tomás de Kempis.

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Habla el Amado.

   Sobre todo, con humildad profunda de corazón, con suma reverencia, con fe firme y recta intención de honrar a Dios debe el sacerdote del Altísimo acercarse a celebrar, tocar y recibir este sacramento adorable.

   Atentamente examina tu conciencia, y en lo posible purifícala de toda mancha con la contrición verdadera y humilde confesión, de modo que no tengas o no sientas nada grave que te remuerda e impida que tranquilo te acerques.

   Detesta todos tus pecados en general, y en particular duélete y llora las faltas de cada día, y, si el tiempo lo permite, en el secreto de tu corazón confiésale a Dios todas las miserias de tus pasiones.

   Duélete y llora de ser todavía tan carnal y mundano, de pasiones tan inmortificadas, y tan agitado por las rebeliones de la concupiscencia; de guardar tan mal los sentidos externos, de tener la mente ocupada tan a menudo en varias y frívolas imaginaciones; de ser tan inclinado a las cosas exteriores, y tan indiferente para las interiores; tan blando para la risa y la disipación, y tan duro para las lágrimas y la compunción; tan pronto a seguir lo más laxo y cómodo para el cuerpo, y tan tardo para el fervor y el rigor; tan curioso para oír novedades y admirar bellezas, y tan renuente para abrazar la humildad y la pobreza; tan codicioso de abundancia, tan parco para dar, y tan tenaz para retener; tan imprudente para hablar, y tan fácil para romper el silencio; tan desordenado en las costumbres, y tan importuno en las acciones; tan inmoderado en la comida, y tan sordo a la palabra de Dios; tan pronto para descansar, y tan lento para ir a trabajar; tan despierto para la charla, y tan soñoliento para las vigilias santas; tan impaciente por acabar, y tan distraído para orar; tan descuidado en el rezo del oficio, tan tibio para celebrar, y tan árido al comulgar; tan fácilmente disipado, y tan pocas veces bien recogido; tan pronto para irritarte, y tan fácil para disgustar al otro; tan inclinado a juzgar, y tan duro para reprender; tan alegre en la prosperidad, y tan decaído en la adversidad; tan proponedor de mucho y bueno, y tan cumplidor de poca cosa.

   Confesadas y lloradas estas y otras parecidas faltas con gran dolor y arrepentimiento de tu fragilidad, haz firme propósito de perseverar en la enmienda de tu vida y en el progreso en la virtud.

   Ofrécete después en holocausto eterno sobre el altar de tu corazón con plena renuncia y voluntad sincera, para gloria mía, entregándome fielmente tu alma y tu cuerpo, para que así te hagas digno de acercarte a ofrecer a Dios el santo sacrificio y recibir mi cuerpo para tu eterna salvación.

   Porque no hay sacrificio más meritorio, ni satisfacción más cumplida para borrar los pecados que el sacrificio sincero y entero de sí mismo ofrecido a Dios en la misa y en la comunión juntamente con el cuerpo de Cristo.

   Si el hombre hiciere lo que está en su mano y de veras se arrepiente, “vivo yo, que siempre que a pedir perdón y clemencia se me acercare, todos sus pecados le perdonaré, y no más los recordaré” (Ez 33, 2).


“LA IMITACIÓN DE CRISTO”

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