martes, 7 de mayo de 2019

DE LA PAZ INTERIOR Y VERDADERA SENDA DEL PARAÍSO – Por El V.P.D. Lorenzo Escupoli – De la Orden los Clérigos Regulares de San Cayetano. (Cap. VII y VIII.)





CAPÍTULO VII.

Cuán desnuda de amor propio debe presentarse el alma delante de Dios.
   Debes, hijo mío, empezar poco a poco y con suavidad, confiando enteramente en el Señor que te llama y dice: Venid a mí todos los que estáis trabajados, y yo os recrearé. Todos h s que tenéis sed, venid a la fuente. (Mateo, XI, 28. — Isaías, LV, 1). Deberás seguir siempre este movimiento y vocación divina, esperando con ella el impulso del Espíritu Santo, para que resueltamente puedas arrojarte en el mar de la Providencia divina y del eterno beneplácito, pidiendo que este se haga y cumpla enteramente en tí; pues de esta suerte serás llevado de las poderosas ondas de la divina misericordia, sin que tú puedas resistirlas, al puerto de tu particular perfección y salud. Ejecutado este acto que procurarás repetir muchas veces al día, has de trabajar con cuanta seguridad te fuere posible, así interior como exteriormente, en llegarte con todas las potencias de tu alma a las cosas que te excitan y mueven, y hacen a Dios loable, amable y deseable. Pero todos estos actos se han de hacer sin alguna fuerza o violencia de tu corazón: porque si fuesen importunos é indiscretos podrían debilitarlo, y por ventura endurecerlo, dejándolo inhábil para otros ejercicios.

   Toma el consejo de los que son prácticos y experimentados, y procura acostumbrar dulcemente tu espíritu a que no piense en otra cosa que en la bondad, amor y beneficios de Dios con sus criaturas, y a que se sustente y recree con el delicioso maná que la frecuencia de esta meditación hará llover en tu alma con dulzuras inefables. Guárdate de procurar por fuerza las lágrimas y sentimientos de devoción, y sea tu principal cuidado estar tranquilo en esta soledad interior, esperando que en tí se cumpla la voluntad de Dios; pues cuando su divina Majestad te concediere estas lágrimas, entonces serán dulces, humildes, amorosas y tranquilas, sin alguna industria o diligencia tuya; y conociendo tú por estas señales el origen de donde nacen, las recibirás como rocío del cielo con suavidad y serenidad, y sobre todo con reverencia y profundísima humildad.

   La llave con que se abren los más secretos tesoros espirituales, es saber negarle a tí mismo en todos tiempos y en todas las cosas; y con esta misma llave se cierra la puerta al desabrimiento y sequedad del alma, cuando procede de culpa nuestra; porque cuando procede de Dios, se junta con los demás tesoros del alma. Deléitale siempre de estar con María santísima a los pies de Jesucristo, y escucha con atención lo que el Señor te dice. Procura que tus enemigos, de los cuales tú eres el mayor y más peligroso, no te impidan en este santo silencio, y advierte que cuando buscas a Dios con tu entendimiento para descansar y reposar en él como en tu centro, no debes formar término ni comparación con tu débil y corta imaginativa, porque sin alguna comparación es infinito, y en todas partes se halla, y todas las cosas están en él. Tú mismo lo hallarás dentro de tu alma todas las veces que lo busques en verdad; esto es, todas las veces que lo busques para hallarlo, más no para hallarte a tí mismo; porque sus delicias son estar y morar con los hijos de los hombres (Prov, VIII) para hacerlos dignos de sí, bien que no tenga alguna necesidad de nosotros.

   En las meditaciones no te ciñas ni le ates jamás a algunos puntos, de manera que no quieras meditar otros fuera de los que te has propuesto: mas donde hallares quietud y reposo, procura detenerte y goza del Señor en cualquiera paso en que quiera comunicarse a tu alma; y aunque omitas y dejes lo que tenías premeditado y te habías propuesto, no formes algún escrúpulo; porque todo el fin de estos ejercicios es gustar y gozar del Señor, bien que con intención de no buscar como fin principal esta fruición o gusto sino solamente de enamorarnos mejor de sus obras con propósito de imitarlo en lo que fuere posible a nuestra cortedad ; y una vez que lleguemos a conseguir el fin , no debemos cuidar de los medios que se ordenan al mismo fin.


   Uno de los impedimentos de la verdadera paz y quietud, es el afán y demasiada solicitud que ponemos en semejantes operaciones, porque queremos fijar precisamente nuestro espíritu en esta o en aquella cosa, y obligar de esta suerte a Dios a que lo lleve y guie por donde queremos, procurando en esto sin advertirlo hacer más bien nuestra voluntad, que la del Señor; lo cual no es otra cosa que buscar a Dios huyendo de Dios, y querer contentarle y agradarle sin hacer su voluntad. Si quieres, pues, hijo mío, hacer progresos en este camino y llegar al deseado término, no has de tener otra intención o deseo que de hallar a Dios; y cuando se te manifestare, deja y abandona todas las cosas, y no pases adelante mientras no se te diere licencia, olvidándote entonces de todo lo criado, y reposando en el seno de tu Señor; y cuando su divina Majestad gustare de retirarse no manifestándose más en aquel modo, entonces podrás volver de nuevo a buscarlo continuando tus ejercicios, y siempre con la misma intención y deseo de hallar con ellos tu amor, y cuando le hayas hallado, de hacer lo mismo que queda dicho, dejando todas las demás cosas, y conociendo que entonces se ha cumplido el deseo del Señor. Este documento es de suma importancia y digno de muy particular reflexión; porque muchas personas espirituales pierden el fruto y la quietud interior por la fatiga y solicitud que ponen en sus ejercicios, pareciéndoles que nada hacen si no los acaban todos, poniendo en esto toda la perfección, haciéndose propietarios de su voluntad: por cuya causa viven siempre afligidos, como quien se fatiga y trabaja sin mas fin que el de acabar alguna obra, sin adelante mientras no se te diere licencia, olvidándote entonces de todo lo criado, y reposando en el seno de tu Señor; y cuando su divina Majestad gustare de retirarse no manifestándose más en aquel modo, entonces podrás volver de nuevo a buscarlo continuando tus ejercicios, y siempre con la misma intención y deseo de hallar con ellos tu amor, y cuando le hayas hallado, de hacer lo mismo que queda dicho, dejando todas las demás cosas, y conociendo que entonces se ha cumplido el deseo del Señor. Este documento es de suma importancia y digno de muy particular reflexión; porque muchas personas espirituales pierden el fruto y la quietud interior por la fatiga y solicitud que ponen en sus ejercicios, pareciéndoles que nada hacen si no los acaban todos, poniendo en esto toda la perfección, haciéndose propietarios de su voluntad: por cuya causa viven siempre afligidos, como quien se fatiga y trabaja sin mas fin que el de acabar alguna obra, sin llegar jamás al verdadero reposo y quietud interior, donde verdaderamente habita y reposa el Señor.

CAPÍTULO VIII.

De la fe que se debe tener en el santísimo Sacramento del altar, y del modo con que debemos ofrecernos al Señor.

   Procura aumentar cada día en tu alma la fe del santísimo Sacramento, y no ceses de admirarte de tan incomprensible misterio, y de alegrarle y complacerte, considerando como se muestra Dios debajo de aquellas humildes y puras especies para hacerle más digno. No desees que se te muestre en esta vida debajo de otra apariencia, acordándole que el mismo Señor ha dicho, que son los bienaventurados los que no le ven y le creen. (Juan, XX, 29).

   Procura que tu voluntad se encienda y se inflame en su amor; y que seas cada día más pronto en hacer en todas las cosas su santísima voluntad. Cuando te ofrezcas a Dios en este Sacramento, has de estar dispuesto y aparejado a padecer por su amor todas las aflicciones, penas, injurias y trabajos que pueden sucederte, como también todas las flaquezas, disgustos, tibiezas y sequedades, así en la oración como fuera de ella, persuadiéndole a que las has de padecer muchas veces, y que te conviene aceptarlas por buenas, y trabajar en no ser tú mismo la causa de ellas. Y así toda tu alegría y contento ha de ser sufrir y padecer con tu amable Jesús por su amor.

   No seas inconstante en lo que empiezas, queriendo hoy una cosa y mañana otra. Persevera invariable y firme en tus ejercicios, y en los medios de purificar tu alma con la suavidad y quietud que se ha dicho. Mientras no dejares estos medios, puedes estar cierto y seguro de que no te faltará la gracia de la perseverancia. Es imposible que un alma que ha empezado a gustar este espiritual reposo, pueda volver a la manera de vivir del mundo. Esto le seria verdaderamente una pena y tormento intolerable.

“COMBATE ESPIRITUAL”
POR  EL V, P. D. LORENZO ESCUPOLI,
DE LA ÓRDEN DE LOS PP. CLERIGOS REGULARES
DE SAN CAYETANO.





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