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Ciertamente, al
hacernos cargo de una empresa de tal envergadura y al intentar sacarla adelante
Nos proporciona, Venerables Hermanos, una extra ordinaria alegría el hecho de
tener la certeza de que todos vosotros seréis unos esforzados aliados para
llevarla a cabo. Pues si lo dudáramos os calificaríamos de ignorantes, cosa que
ciertamente no sois, o de negligentes ante este funesto ataque que ahora en
todo el mundo se promueve y se fomenta contra Dios; puesto que verdaderamente
contra su Autor se han amotinado las gentes y traman las naciones planes vanos
(Ps 2,1); parece que de todas partes se eleva la voz de quienes atacan a Dios:
Apártate de nos otros (Job 21,14). Por eso, en la mayoría se ha extinguido el
temor al Dios eterno y no se tiene en cuenta la ley de su poder supremo en las
costumbres ni en público ni en privado: aún más, se lucha con denodado esfuerzo
y con todo tipo de maquinaciones para arrancar de raíz incluso el mismo
recuerdo y noción de Dios.
V
Es indudable que quien considere todo esto
tendrá que admitir de plano que esta perversión de las almas es como una
muestra, como el prólogo de los males que debemos esperar en el fin de los
tiempos; o incluso pensara que ya habita en este mundo el hijo de la perdición
(2Th 2,3) de quien habla el Apóstol. En verdad, con semejante osadía, con este
desafuero de la virtud de la religión, se cuartea por doquier la piedad, los
documentos de la fe revelada son impugnados y se pretende directa y
obstinadamente apartar, destruir cualquier relación que medie entre Dios y el
hombre. Por el contrario –esta
es la señal propia del Anticristo según el mismo Apóstol–, el hombre mismo con
temeridad extrema ha invadido el campo de Dios, exaltándose por encima de todo
aquello que recibe el nombre de Dios; hasta tal punto que –aunque no es capaz
de borrar dentro de sí la noción que de Dios tiene–, tras el rechazo de Su
majestad, se ha consagrado a si mismo este mundo visible como si fuera su
templo, para que todos lo adoren. Se sentara en el templo de Dios, mostrándose
como si fuera Dios (2Th 2,4).
VI
Efectivamente, nadie en su sano juicio puede
dudar de cuál es la batalla que está librando la humanidad contra Dios. Se
permite ciertamente el hombre, en abuso de su libertad, violar el derecho y el
poder del Creador; sin embargo, la victoria siempre está de la parte de Dios;
incluso tanto más inminente es la derrota, cuanto Con mayor osadía se alza el
hombre esperando el triunfo. Estas advertencias nos hace el mismo Dios en las
Escrituras Santas. Pasa por alto, en efecto, los pecados de los hombres
(Sabiduría 11,24), como olvidado de su poder y majestad: pero luego, tras
simulada indiferencia, irritado como un borracho lleno de fuerza (Ps 77,65),
romperá la cabeza a sus enemigos (Ps 67,22) para que todos reconozcan que el
rey de toda la tierra es Dios (Ps 46,7) y sepan las gentes que no son más que
hombres (Ps 9,20).
VII
Todo esto, Venerables Hermanos, lo
mantenemos y lo esperamos con fe cierta Lo cual, sin embargo, no es impedimento
para que, cada uno por su parte, también procure hacer madurar la obra de Dios:
y eso, no solo pidiendo Con asiduidad: Álzate, Señor , no prevalezca al hombre
(Ps 9,19), sino –lo que es más importante– con hechos y palabras, abiertamente
a la luz del día, afirmando y reivindicando para Dios el supremo dominio sobre
los hombres y las demás criaturas, de modo que Su derecho a gobernar y su poder
reciba culto y sea fielmente observado por todos.
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