Celoso de imitar la
acción divina en el alma de los Santos, esfuérzase el demonio para ejercer él
también su imperio, o, mejor, su tiranía sobre los hombres. Ora asedia,
pudiéramos decir, al alma por defuera, moviendo horribles tentaciones; ora se
aposenta dentro del cuerpo, y le mueve a su antojo, como si fuera el dueño de
él, para poner turbación en el alma. El primer caso es la obsesión, y el
segundo la posesión.
Con respecto a la acción del demonio se han
de evitar dos extremos: hay quienes le inculpan todos los males que nos
acaecen, sin tener presente que hay en nosotros estados morbosos que no suponen
intervención alguna diabólica, las malas inclinaciones que provienen de la
triple concupiscencia, y que basta con las causas naturales para explicar
cumplidamente las tentaciones. Y hay otros, por el contrario, que no se
acuerdan de lo que los Libros Sagrados y la Tradición cuenta acerca de la
acción del demonio, y de ninguna manera quieren conceder que intervenga. Para
guardar el justo medio, se ha de seguir la regla de no recibir como fenómenos
diabólicos sino aquellos que, por su carácter extraordinario o por el conjunto
de circunstancias, indiquen claramente la acción del espíritu maligno.
Diremos
primero de la obsesión y luego de la posesión.
De
la obsesión.
Su naturaleza. La obsesión no es, en suma,
sino una serie de tentaciones más violentas y duraderas que las ordinarias. Es
externa, cuando obra en los sentidos exteriores por medio de apariciones;
interna, cuando provoca impresiones íntimas. Rara vez es solamente externa,
porque el demonio no obra en los sentidos exteriores sino para turbar más
fácilmente al alma. Sin embargo, hubo santos que, aun estando obsesos
exteriormente por toda clase de fantasmas, conservaron en el interior de su
alma una paz inalterable.
1) El demonio puede obrar en todos los
sentidos exteriores:
a)
En
la vista, apareciéndose bajo aspectos repugnantes, para asustar a las gentes y
apartarlas del ejercicio de las virtudes, como hizo con la V. M. Inés de
Langeac y con otras muchas; otras, bajo aspectos seductores, para arrastrarlas
al mal, como se apareció muchas veces a S. Alfonso Rodríguez.
b)
En el oído, haciendo oír palabras y cantares blasfemos u obscenos, como se lee
en la vida de Santa Margarita de Cortona, o moviendo estrépito para asustar,
como sucedió a veces a Santa Magdalena de Pazzis y al Santo Cura de Ars.
c)
En el tacto, de dos maneras, golpeando e hiriendo el cuerpo, como se lee en las
bulas de canonización de Santa Catalina de Siena, de S. Francisco Javier, y en
la vida de Santa Teresa; y otras veces con abrazos y caricias para incitar al
mal, como S. Alfonso Rodríguez cuenta de sí mismo.
Como advierte el P. Schram, hay casos en los
que esas apariciones son meras alucinaciones producidas por una sobrexcitación
nerviosa; pero aun entonces son tentaciones temibles.
2) Obra también el demonio en los sentidos
interiores:
La imaginación y la memoria, y en las pasiones, para excitarlas. Como el
alma, muy, a pesar suyo, se encuentra llena de imágenes importunas,
obsesionantes, que persisten a pesar de todo lo que hace para echarlas de sí,
siéntese empujada a arrebatos de ira, a desesperada angustia, a movimientos
instintivos de antipatía, o, por el contrario, a peligrosas ternuras, que no
tienen razón que las justifique. Cierto que es muy difícil a veces determinar
si hay verdadera obsesión; más cuando tales tentaciones son a la vez calladas,
violentas, persistentes y difíciles de explicar por una causa natural, puede
verse en ellas una acción especial del demonio.
En caso de duda será bueno consultar con un
médico cristiano capaz de examinar si los fenómenos son debidos a un estado
morboso que se pueda aliviar con una higiene racional.
Cómo
ha de obrar el director:
Ha de reunir la más entendida prudencia y
la bondad más paternal.
a) Nunca habrá de creer,
sin pruebas de peso, que haya verdadera obsesión. Pero, haya obsesión o no, ha
de tener mucha compasión de los penitentes acometidos de tentaciones violentas
y persistentes, y darles ánimos con sabios consejos.
b) Si, durante el período
fuerte de la tentación, se produjeren en el sujeto desórdenes algunos sin
consentimiento de la voluntad, le hará saber el director que no puede haber
pecado donde no hay consentimiento. En caso de duda juzgará no haber habido
falta, por lo menos grave, si se tratare de persona habitualmente bien
dispuesta.
c)
Cuando se tratare de personas fervorosas habrá de pensar el director si
tentaciones tan persistentes no formarán parte de las pruebas pasivas; y
entonces dará a los tales, consejos apropiados al estado de sus almas.
d) Cuando la obsesión diabólica es
moralmente cierta o muy probable, puédense aplicar privadamente los exorcismos
prescritos por el Ritual Romano, o fórmulas abreviadas; cuando llegare este
caso, es conveniente no avisar a aquel a quien se va a exorcizar, si se temiere
que el advertírselo le turbará y exaltará la imaginación; basta con decirle que
vamos a rezar por él una oración aprobada por la Iglesia.
Por
lo que toca a los exorcismos solemnes, no se pueden aplicar sino con permiso
del Ordinario, y con las precauciones de que diremos cuando hablemos de la
posesión.
COMPENDIO
DE
TEOLOGÍA ASCÉTICA Y
MÍSTICA
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