En Toscana, gran región
de Italia, se estaban celebrando solemnemente, como sucede en estos casos, las
exequias de un hombre muy rico. En el funeral estaba presente san Antonio que,
movido por una inspiración impetuosa, se puso a gritar que el muerto no tenía
que ser enterrado en un sitio consagrado, sino a lo largo de las murallas de la
ciudad, como un perro.
Y esto porque su alma
estaba condenada al infierno, y aquel cadáver no tenía corazón, como había
dicho el Señor según el santo evangelista Lucas: Donde está tu tesoro, allí está
también tu corazón.
Ante esta exhortación,
como es natural, todos se quedaron estupefactos, y tuvo lugar un encendido
cambio de opiniones. Al final se abrió el pecho del difunto, y no se encontró
su corazón que, según las predicciones del santo, fue encontrado en la caja
fuerte donde conservaba su dinero.
Por dicho motivo, la
ciudadanía alabó con entusiasmo a Dios y a su santo. Y aquel muerto no fue
enterrado en el mausoleo que se le había preparado, sino llevado como un asno a
la muralla y allí enterrado.
AHORA
LA GRAN PREGUNTA ¿DONDE ESTÁ NUESTRO CORAZÓN…
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