I.
Pocas personas se conocen, porque pocos estudian su interior. Y sin embargo el
conocimiento de sí mismo es el más importante de todos los que se pueden
adquirir. Mira, pues, hoy, al pie de tu crucifijo, lo que eres en el fondo de
tu alma. ¿Qué bien has hecho? ¿Qué pecados has cometido? ¿Qué virtudes has practicado?
¿Qué defecto domina en ti? Examina con cuidado todas estas cosas.
II. Tienes buena opinión de ti mismo porque crees fácilmente
a los que elogian tus virtudes. Una falsa apariencia puede engañar a los
hombres; pero Dios, que escruta los corazones, no puede ser engañado. Además,
comparas tu vida con la de los impíos y te tienes por santo, porque no eres
autor de crímenes monstruosos. Examina el fondo de tu conciencia, compara tu
vida con la de los santos, y te resultará fácil la humildad. Muchas cosas se
conocen y uno se ignora, se examina a los otros y se tiene miedo de mirarse a
uno mismo.
III. Ve lo que Dios aprueba
o desaprueba en ti. Esas brillantes cualidades que te atraen la atención de los
hombres, tal vez te hacen incurrir en la desgracia de Dios. ¿Trabajas únicamente por amor a Dios? ¿Cumples tus
deberes de estado? ¿Juzgas tú mismo de tus acciones como juzgarías las de otro,
sin prevención y sin amor propio? “Colócate
frente a ti mismo como si estuvieras frente a otro, y llora sobre ti mismo (San Bernardo)”.
La
penitencia.
Orad por los
pecadores.
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