El demonio que
odia y envidia lo bueno, no podía ver tal resolución en un hombre joven, sino
que se puso a emplear sus viejas tácticas contra él. Primero trató de hacerlo desertar de la vida ascética recordándole su
propiedad, el cuidado de su hermana, los apegos de su parentela, el amor al
dinero, el amor a la gloria, los innumerables placeres de la mesa y de todas
las cosas agradables de la vida. Finalmente le hizo presente la austeridad de
todo lo que va junto con esta virtud, despertó en su mente toda una nube de argumentos,
tratando de hacerlo abandonar su firme propósito.
El
enemigo vio, sin embargo, que era impotente ante la determinación de Antonio, y
que más bien era él que estaba siendo vencido por la firmeza del hombre,
derrotado por su sólida fe y su constante oración. Puso entonces toda su confianza
en las armas que están “en los músculos de su
vientre” (Job 40,16). Jactándose de ellas, pues son su artimaña preferida
contra los jóvenes, atacó al joven molestándolo de noche y hostigándolo de día,
de tal modo que hasta los que lo veían a Antonio podían darse cuenta de la lucha que se libraba entre
los dos. El enemigo quería sugerirle
pensamientos sucios, pero él los disipaba con sus oraciones; trataba de
incitarlo al placer, pero Antonio, sintiendo vergüenza, ceñía su cuerpo con su fe, con
sus oraciones y su ayuno. El perverso demonio entonces se atrevió a disfrazarse
de mujer y hacerse pasar por ella en todas sus formas posibles durante la
noche, sólo para engañar a Antonio. Pero él llenó sus pensamientos de Cristo,
reflexionó sobre la nobleza del alma creada por El, y sobre la espiritualidad,
y así apagó el carbón ardiente de la tentación. Y cuando de nuevo el enemigo le
sugirió el encanto seductor del placer, Antonio, enfadado, con razón, y apesadumbrado, mantuvo sus
propósitos con la amenaza del fuego y del tormento de los gusanos (Jos 16,21;
Sir 7,19; Is 66,24; Mc 9,48). Sosteniendo esto en alto como escudo, pasó a
través de todo sin ser doblegado.
Toda esa experiencia
hizo avergonzarse al enemigo. En verdad, él, que había pensado ser como Dios,
hizo el loco ante la resistencia de un hombre. El, que en su engreimiento desdeñaba
carne y sangre, fue ahora derrotado por un hombre de carne en su carne.
Verdaderamente el Señor
trabajaba con este hombre, El que por nosotros tomó carne y dio a su cuerpo la
victoria sobre el demonio. Así, todos los que combaten seriamente pueden decir:
No yo, sino la gracia de Dios conmigo (1
Co 15,10).
Finalmente,
cuando el dragón no pudo conquistar a Antonio tampoco por estos últimos medios
sino que se vio arrojado de su corazón, rechinando sus dientes, como dice la Escritura
(Mc 9,17), cambio su persona, por decirlo así. Tal como es en su corazón,
así se le aprareció: como un muchacho negro; y como inclinándose ante él, ya no
lo acosó más con pensamientos –pues el
impostor había sido echado fuera–, sino que usando voz humana dijo: “A muchos he engañado y a muchos he
vencido; pero ahora que te he atacado a ti y a tus esfuerzos como lo hice con
tantos otros, me he demostrado demasiado débil”.
¿Quién eres tú que me hablas así?, preguntó Antonio.
El otro se apresuró a replicar con voz
gimiente: Soy el amante de la fornicación. Mi misión es acechar a la juventud y
seducirla; me llaman el espíritu de la fornicación. ¡A cuantos no he engañado, que estaban decididos a cuidar de sus
sentidos! ¡A cuántas personas castas
no he seducido con mis lisonjas! Yo soy aquel por cuya causa el profeta reprocha
a los caídos: Ustedes fueron engañados
por el espíritu de la fornicación (Os 4,12). Sí, yo fui quien los hice caer. Yo soy el que tanto te molesté y que tan
a menudo fui vencido por la humildad”. Antonio
dio gracias al Señor y armándose de valor contra él, dijo: Entonces eres enteramente despreciable; eres negro en tu alma y tan
débil como un niño. En adelante ya no me causas ninguna preocupación, porque el
señor está conmigo y me auxilia, ver
la derrota de mis adversarios (Sal 117,7).
Oyendo esto, el negro desapareció
inmediatamente, inclinándose a tales palabras y temiendo acercarse al hombre.
“VIDA DE SAN ANTONIO
ABAD” – Por San Atanasio de Alejandría
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