PRIMERO.
Considera ¡oh cristiano! que apenas tu alma haya salido del cuerpo, será
conducido al tribunal de Dios, para ser juzgado. El juez es un Dios Todopoderoso
a quien tú has ultrajado y sumamente irritado. Los acusadores son los demonios
tus enemigos; las piezas del proceso tus pecados: la sentencia es inapelable; el
castigo es un infierno; allí no hay ya ni compañeros, ni parientes, ni amigos,
el negocio pasa entre ti y Dios. Entonces verás toda la fealdad de tus crímenes
sin que puedas excusarlos, como haces ahora. Serás examinado sobre, tus pecados
de pensamiento, de palabra, de complacencia, de obra, de omisión y de
escándalo; todo será pesado en la recta balanza de la justicia divina: y si te
encuentras con falta en un solo punto eres perdido.
¡Jesús, mi salvador y mi juez! perdóname
antes que vengáis a juzgarme.
SEGUNDO.
Considera que la justicia divina, debe además
juzgar a todas las naciones juntas en el valle de Josafat, cuando al fin del mundo
resuciten los cuerpos para recibir juntamente con sus almas la recompensa y el castigo,
según sus obras. Reflexiona que si te condenas, volverás A tomar este mismo
cuerpo que tienes para servir de eterna prisión a tu alma desventurada. En este
triste encuentro el alma maldecirá al cuerpo y el cuerpo maldecirá al alma; de
suerte que el alma y el cuerpo que ahora se ponen de acuerdo para buscar los placeres
prohibidos se unirán a pesar suyo, después de la muerte, para ser Verdugo el
uno de la otra, — Por el contrario, si te salvas, tu cuerpo resucitará
impasible y todo resplandeciente de hermosura y serás admitido en cuerpo y alma
a gozar dé la vida bienaventurada, —Asi acabará la escena Dé Este mundo:
entonces se desvanecerán todas las grandezas, todos sus placeres todas sus
pompas.
—Todo ha pasado ya, no queda más que dos
eternidades, una de gloria y otra de castigo, una de dicha y otra de desdicha;
una de gozos y otra de tormentos; en el paraíso, los justos; en el infierno, los
pecadores. Muy digno de compasión será entonces el que haya amado el mundo y el
que por las miserables satisfacciones de la tierra, haya perdido todo su
cuerpo, su alma, el paraíso y a Dios.
TERCERO.
Considera la eterna sentencia. El divino
juez Jesucristo volviéndose hacia los réprobos les hará oír estas palabras: “se acabó, ingratos; ya no hay remedio, mi
hora ha llegado; hora de verdad y de justicia, hora de cólera y de venganza
¡Desgraciados! Vosotros habéis amado la maldición”
¡pues bien! ¡Que la maldición caiga
sobre vosotros! ¡Malditos seáis, en
el tiempo y malditos en la eternidad! ¡Salid
de mi presencia, privados de todo bien y cargados de todos los males! ¡Id al fuego eterno!
Enseguida Jesús, volviéndose a los escocidos
les dirá: “¡venid vosotros benditos
hijos míos! ¡Venid; a gozar el reino de los cielos que os está preparado! ¡Venid,
no para llevar la cruz en pos de mí, sino para llevar la corona conmigo! ¡Venid, a tomar posesión de vuestra
herencia, de mis riquezas y de mi gloria! ¡Venid a cantar eternamente mis misericordias¡ ¡Pasad, del destierro a la patria, de la miseria a la abundancia, de las lágrimas al gozo, de
los trabajos al reposo eterno!
¡Oh Jesús mío!
Yo espero también, ser uno de estos benditos hijos. Os amo sobre todas las
cosas. ¡Ah, bendecidme desde ahora! ¡Bendecidme vos también, oh María, mi tierna
Madre!
“Pequeños tesoros escogidos de San Alfonso María de Ligorio”
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