PRIMERO.
Considera, que el infierno es una prisión horrible, llena de fuego, en el que son sumergidos los condenado teniendo
sobre si un abismo: un abismo por
debajo, un abismo por todas parles;
fuego en los ojos, fuego en la boca,
fuego en todo. Además cada uno de los
sentidos tiene un suplicio particular; los ojos son cegados por el humo y las tinieblas,
y espantados por la vista horrible de otros condenados y de los demonios: los oídos
oirán sin cesar alaridos, quejas, maldiciones y blasfemias; el olfato sufrirá el
mal olor de estos innumerables cuerpos en putrefacción; el gusto será
atormentado por una sed ardiente y un hambre devoradora, sin que pueda jamás
alcanzar una gota de agua ni una migaja de pan. Estos desgraciados prisioneros abrasados de sed, devorados por las llamas y presa de todos los tormentos, gimen, braman y se desesperan;
pero ya no hay ni habrá jamás para ellos
alivio ni consuelo. ¿Oh infierno, infierno?
¿Cómo se hallan hombres, que no quieren pensar en tí, ni creer en tu
existencia, si no cuando son precipitados en tus abismos?
Y tú, mi querido lector, ¿qué dices a esto? Si murieses al
presente ¿Adónde irías? Tú que no
puedes soportar una chispa que te cae sobre la mano, ¿sufrirás quedar sumergido en un mar de fuego y de tan crueles
tormentos, sin socorro ni consuelo, por toda la eternidad?
SEGUNDO.
Considera todavía más ¡ho hombre! las penas que afligirán las potencias del alma. La
memoria será continuamente atormentada con los remordimientos de la conciencia,
por ese gusano eterno, que roerá sin cesar al condenado, echándole en cara el
haberse perdido voluntariamente por unos placeres, emponzoñados. ¡Ay! ¿Qué serán entonces para él esas
satisfacciones de un momento comparadas no digo con cien años, sino con
millones do años, de infierno? Ese gusano desapiadado le recordará el
tiempo que Dios le concedió para repagar sus faltas, la facilidad y las
ocasiones que le habrán presentado para salvarse, los buenos ejemplos de sus semejantes,
con resoluciones conocidas pero no ejecutadas, y verá que ya no hay remedio
para su desgracia ¡Oh!; ¡que doble infierno aquel! La
voluntad será siempre contrariada, nunca
tendrá lo que le agrade sino lo que le disguste, es decir, todos los tormentos imaginables.
El entendimiento conocerá la grandeza del bien perdido es decir, ¡Dios y el paraíso! ¡Oh Dios mío, Dios mío!
¡Perdonadme, por el amor de Jesucristo!
¡Oh
pecador! tu que ahora haces poco caso de perder el paraíso y a Dios, entonces
reconocerás tu ceguedad cuando ya no tengas remedio, cuando veas a los
escogidos elevarse triunfantes y alegres al reino de los cielos; mientras que
tu serás arrojado como un animal inmundo lejos de esta patria bienaventurada,
lejos de la hermosa cara de Dios, lejos de la compañía de María Santísima, de
los ángeles y de los Santos. Entonces exclamarás con desesperación: ¡Oh paraíso! ¡Oh felicidad! ¡Oh Dios! ¡Oh Bien
infinito! ¡tú no eres, ni serás
nunca para mí!
— ¡Animo, hermano mío haz penitencia, muda de
vida y no esperes que el tiempo haya
pasado también para tí. Entrégate a Dios y comienza a amarle verdaderamente. RUEGA
A JESÚS Y A MARÍA que tengan piedad de tí.
“Pequeños tesoros escogidos de San Alfonso María de Ligorio”
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