¿Os contenta,
queridísimos, que os haga un hermoso regalo? Sin duda, ¿no es verdad? Pues bien leedme con atención, y os haré conocer un
tesoro de valor inestimable, que supera todo regalo. Se cuenta que Carlos IX,
rey de Francia, poseía una perla preciosa de rara belleza, sobre la que grabó
estas palabras: “Quien me posee no será
nunca pobre”. Pues bien, si llegáis a conocer el gran regalo que quiero
haceros y de él os servís, jamás seréis, en verdad, pobres de méritos y gracias
en esta vida, y aseguraréis el Paraíso en la otra. Seguro; porque quiero
regalaros nada menos que a Jesús, su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad
y los méritos de su pasión y muerte y los de su redención.
Y ¿de
dónde tomaré yo este hermoso regalo, todas esas bellas cosas? De donde
están en verdad, o sea de la Santa Misa.
* * *
Sí; en la Santa Misa, bajo las especies de
pan y vino, está todo Jesucristo, vivo, verdadero, real y sustancial, cual
nació en la cueva de Belén, cual murió en la Cruz, cual reina en el Paraíso,
esto es, en Cuerpo y Sangre, con el Alma y con la Divinidad. Así lo definió el
Concilio de Trento y así lo enseña la Sagrada Escritura.
En cada Misa, Jesús nace de nuevo en el
altar en las manos del sacerdote, e incruentamente, esto es, sin derramamiento
de sangre; se sacrifica realmente por nosotros, para dar a Dios, en nombre nuestro,
el honor debido; para procurarnos, mediante nuestro arrepentimiento, el perdón
de los pecados; para pagar, con nuestra cooperación, las deudas que tenemos con
Dios, y para obtenernos todas las gracias; para aplicarnos, en suma, el fruto
de su pasión y muerte.
* * *
Dudaba de esta verdad uno que, encontrándose
con el Beato Juan de Mantua, le preguntó cómo las palabras de un sacerdote
podían trasmudar la sustancia del pan en el Cuerpo de Jesucristo y la sustancia
del vino en su Sangre.
—Ven —le dijo el Beato Juan.
Y lo condujo a una fuente, de la que tomó un
vaso de agua y se la dio a beber.
Se maravilló aquél de ver el agua cambiada
en vino, y, cuando la hubo bebido, confesó que, en su vida, nunca había gustado
vino tan delicado. Entonces el Santo añadió:
—Si
por mí, hombre miserable, se ha convertido el agua en vino, por divina virtud,
¿cuánto mejor se debe creer que, por
medio de las palabras del sacerdote, que son palabras divinas, se conviertan el
pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre de Jesucristo?
Esto bastó para convertir a aquel hombre,
que creyó e hizo penitencia de su pecado.
Pues yo os digo: Si Dios puede hacer tantos
milagros, ¿por qué no podrá hacer el de
estar presente realmente en la Santa Misa? No dudemos de esta verdad: Dios
lo puede todo, y cada día y en cada Misa, por medio del sacerdote, hace este
gran milagro.
EL
MAYOR TESORO
LA
SANTA MISA DIARIA
Hechos
y ejemplos
AÑO
1943