domingo, 23 de noviembre de 2025

MARÍA MEDIANERA DE TODAS LAS GRACIAS – Po J. M. Bover, S. J.


 

Si Inmaculada, también Medianera.

 

   El título dulcísimo de “Concepción Inmaculada”, está indisolublemente unido a la grata memoria de Pío IX. Quizá nunca el pueblo cristiano ha recibido con mayor júbilo ningún documento pontificio que la Bula dogmática “Ineffabilis Deus” en que Pío IX define la Concepción Inmaculada de la Virgen María. Ahora bien, en esta misma Bula, el inmortal Pontífice enseña, aunque sin intención de definirla, la Mediación universal de la Santísima Virgen. De sus enseñanzas se colige una consoladora paridad entre la Concepción Inmaculada y la Mediación universal: paridad que puede expresarse en estos términos: Si, por su inefable unión con Jesucristo, María es Inmaculada en su Concepción, por esta misma unión es Medianera universal. Esta paridad deseamos ahora poner de manifiesto, por ser un argumento incontrastable de la Mediación universal de María: argumento que, a su valor intrínseco, junta la comprobación pontificia.

 

   ¿Por qué María fué Inmaculada en su Concepción? Entre todos los argumentos de Escritura y Tradición que en su Bula enumera Pio IX, el más poderoso, el que más ampliamente desenvuelve y más veces insinúa, es el de Segunda Eva, íntimamente asociada al Nuevo Adán, Jesucristo. Escuchemos las magníficas palabras del inmortal Pontífice:

 

   «Los Padres y escritores eclesiásticos...al explicar las palabras con las cuales Dios, anunciando ya en los mismos principios del mundo los remedios de su misericordia preparados para la reparación de los hombres, rebatió la audacia de la serpiente engañadora y levantó maravillosamente la esperanza de nuestro linaje, diciendo: Pondré enemistades entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y su Descendencia..., enseñaron que Dios, por este oráculo, mostró de antemano, clara y abiertamente, al misericordioso Redentor del linaje humano, a saber, al Unigénito Hijo de Dios, Jesucristo, y designó a su Santísima Madre, la Virgen María, y juntamente expresó y puso de relieve la indivisible enemistad de entrambos con el diablo. Por lo cual, así como Cristo, Mediador de Dios y de los hombres, habiendo tomado la naturaleza humana, borró el documento y decreto de nuestra condenación y lo clavó triunfalmente en la cruz, así también la Virgen Santísima, unida a Él con vínculo estrechísimo e indisoluble, a una con El y por El, actuando su eterna enemistad contra la venenosa serpiente y triunfando plenísimamente de ella, con su pie inmaculado le quebrantó la cabeza.»

 

   Veamos cómo de las palabras del Génesis colige el Pontífice la Concepción Inmaculada de María. La Virgen, dice, fué Inmaculada, porque su enemistad con Satanás fué perpetua, y su unión con Cristo fué estrechísima e indisoluble. Esto es, existen dos campos enemigos, irreconciliables: el de Satanás y el de Cristo, el del pecado y el de la gracia. Respecto del campo de Satanás, la Virgen estuvo en hostilidad perpetua, nunca militó en él: por eso estuvo siempre exenta de todo pecado; respecto del campo de Cristo, siempre estuvo de su parte, ni un instante militó contra El: por eso siempre participó de la gracia. Por tanto, si nunca en pecado, si siempre en gracia, Inmaculada y santa fué, necesariamente, su misma Concepción.

 

   Tal es, en sustancia, la argumentación de Pío IX. Examinemos ahora si puede hacerse semejante raciocinio para deducir del Génesis la Mediación universal.

 

   Los dos campos, de Satanás y de Cristo, no son simplemente dos posiciones opuestas, dos símbolos, pasivos de significación contraria: son dos huestes en lucha encarnizada. De ahí que la situación de la Virgen respecto de estos dos campos no es simplemente pasiva: no se limita la Virgen a estar perpetuamente frente a frente de Satanás y de la parte de Cristo. La Virgen participa de la hostilidad y de la lucha. Contra la serpiente está continuamente actuando su eterna enemistad, triunfa constantemente de ella, quebranta su cabeza. Asociada a la obra de Cristo, participa de sus luchas y de sus victorias.

 

   En suma, la parte de la Virgen en la obra de Cristo contra Satanás no es pasiva, sino muy activa. Ahora bien, ¿cuál es, según el Pontífice, el carácter de Jesucristo en esta obra? El de Mediador entre Dios y los hombres. De ahí se sigue manifiestamente que la Virgen, activamente asociada al Mediador, y unida a él con lazos estrechísimos e indisolubles, participa activamente de su mediación. Por esto, como la mediación de Cristo es inmediata y universal, inmediata también y universal es la mediación de la Virgen. Que no son dos mediaciones, sino una sola mediación, en la cual Cristo tiene la parte principal, porque Él es quien pone todo su valor y mérito, y la Virgen tiene una parte secundaria, porque todo cuanto ella pone lo ha recibido de Jesucristo.

 

   Dos cosas convienen advertir aquí, que harán ver la fuerza incontrastable de esta argumentación. Primeramente, es de notar cuán estrecha y absoluta sea la unión de la Virgen con Cristo, para que, en virtud de esta unión, la Virgen no haya estado un solo instante sin gracia. Para que esta unión pueda ser tan eficaz, es menester que no conozca límites: que si límites tuviera o pudiera tener, ya no sería legitima la consecuencia. Pues bien, semejante ausencia de límites ha de tener igualmente respecto de la mediación: poner límites sería aflojar esta unión y, consiguientemente, privar de un firme apoyo a la Concepción Inmaculada. Asociada, pues, ilimitadamente, la Virgen a la mediación de Jesucristo, necesario es que participe de su universalidad inmediata. Es, por tanto, universal e inmediata la mediación de la Virgen.

 

   En segundo lugar, hay que advertir que esta aplicación que hemos hecho de la argumentación de Pío IX a la mediación universal, no es una mera paridad, como la hemos llamado al principio, sino una verdadera consecuencia “a fortiori", como dicen. Queremos decir que del pasaje del Génesis la mediación universal se deduce más directa y explícitamente que la Inmaculada Concepción. La razón de ésta que pudiera parecer paradoja es bastante clara. La fuerza de una y otra consecuencia está, según hemos indicado, en la estrecha unión de la Virgen a Cristo: la Inmaculada Concepción se deduce de la unión a Cristo como principio de santidad; la mediación universal, de la unión a Cristo como Mediador. Ahora bien, de estos dos oficios o caracteres de Cristo, el de Mediador, según la explicación de Pío IX, está más explícito y saliente que el de Santificador. Luego, en el pasaje citado del Génesis, la Virgen, por su unión a Cristo, aparece más visiblemente aún como Medianera universal que como Inmaculada en su Concepción.

 

   Toda esta argumentación se confirmaría maravillosamente, si se considerase que, según San Pablo, el Segundo Adán es, precisamente en cuanto tal, Mediador universal. Pero no es menester, para nuestro objeto, salirnos de la bula “Ineffabilis Deus”. Para concluir, notaremos que en la Bula, el inmortal Pontífice, después de reproducir la definición dogmática, como no cabiendo en sí de júbilo por haber proclamado Inmaculada la Concepción de María, prorrumpe en una fervorosa exhortación a todos los hijos de la Iglesia, en la cual, realmente, les propone a la Virgen como Medianera universal en la economía de la gracia, y les alienta e impele a que acudan a su omnipotente valimiento e intercesión.

 

 

   Porque ella es la Madre dulcísima de la misericordia y de la gracia en todos los peligros, angustias y necesidades... Que nada hay que temer, nada que desesperar, siendo ella nuestra guía..., nuestra protectora; ella, que, teniendo para con nosotros Corazón de Madre, y tomando a su cargo los negocios de nuestra salud, extiende su solicitud sobre todo el género humano..., y, colocada a la diestra de su Hijo Unigénito, Nuestro Señor Jesucristo, intercede potentísimamente con sus maternales súplicas.

 

El corazón de la Medianera.

 

   Uno es el Mediador entre Dios y los hombres; un Hombre, Cristo Jesús, decía San Pablo (1 Tim. 2,5). Pero esta mediación del Nuevo Adán, lejos de excluir la mediación de la Segunda Eva, antes bien la reclama. Unica es la mediación; pero la ejercen, si bien con títulos y méritos desiguales, el Nuevo Adán, como Mediador principal, y la Segunda Eva, como Medianera secundaria, asociada a Jesucristo. Jesucristo tiene en sí y de sí lo que le constituye Mediador; si la Virgen no lo tiene de su cosecha, más al fin lo tiene, recibido de Jesucristo por asociación a la persona y a la abra del Mediador.

 

   Por esto, todas las gracias, si vienen de Jesucristo como de fuente, se nos comunican por manos de Maria. De ahí la importancia ascética de la devoción a la Virgen Medianera de las gracias.

   Pero en la Virgen, lo mismo que en Jesucristo, la mediación es función del Corazón.

 

   La mediación se ejerce por el sacrificio y por la intercesión. ¿Y quién, si no el amor de su Corazón, movió a la Virgen a sacrificarse con Jesucristo por los hombres y a interceder con Jesucristo por ellos?

 

   Además, la mediación de María es mediación de Madre; y la madre mira por sus hijos y se sacrifica por ellos, impulsada y gobernada por el amor de su corazón.

 

   De ahí que la devoción a María Medianera lleve naturalmente a la devoción al Corazón de Maria: como el amor y gratitud a Cristo Mediador se resuelve naturalmente en devoción a su Corazón amorosísimo. O, en otros términos: como la mediación de María es una expansión o derivación de la mediación de Jesucristo, así la devoción al Corazón de María es también una expansión y como complemento de la devoción al Corazón de Jesús.

 

   En este sentido podemos decir que, así como el Corazón de María, tan estrechamente unido y compenetrado con el Corazón de Jesús, forma con él el medio único de gracia y de Espíritu para los hombres, de la misma manera la devoción a entrambos Corazones es principio universal y fecundo de la vida espiritual y de la ascética cristiana.

 

Del opúsculo “MARÍA DE LA GRACIA”

 

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