Considera ¡oh hombre!
que esta vida debe acabarse: la sentencia está ya pronunciada: es preciso que
mueras. La muerte es cierta pero no se sabe cuándo vendrá. ¿Qué se necesita
para morir? La menor lesión del corazon, una vena que se rompa en el pecho, una
sofocación catarral, un flujo de sangre, la mordedura de un animal venenoso, una
fiebre, una herida, una úlcera, una inundación, un terremoto, un rayo, cada una
de estas cosas es bastante para quitar la vida. La muerte puede venir a
sorprenderte cuando menos pienses en Ella. ¡Cuántos hay, que por la noche se han
acostado llenos de salud y se hallaron muertos al día siguiente! ¿Y esto no puede sucederte igualmente a ti?
Tantas personas que han sido asaltadas por una muerte repentina, no esperaban
ciertamente morir de este modo; y sin embargo, asi fué como han muerto.
Y si entonces se hallaban en estado de pecado,
¿dónde están al presente? ¿Dónde estarán por toda la eternidad? Como quiera que
sea es cierto que llegará el momento en que tú entrarás en una noche que durará
siempre o en un día que no se acabará jamás. Jesucristo ha dicho: «Yo vendré
como un ladrón, ocultamente y de improviso.» Este buen Señor, te lo previene a
tiempo, porque desea tu salvación. Corresponde tú, a las miras de Dios y
aprovéchate de su aviso, preparándote para morir bien, antes que llegue la
muerte. “Estote parati” (Estad preparado) (Math. 24. 41.) Entonces no es tiempo
de prepararse, sino más bien de hallarse dispuesto. Que debes morir es
indudable: la escena de este mundo debe acabar para ti, pero cuando no lo
sabes. ¿Quién sabe si antes de un año, antes de un mes, mañana mismo habrás
dejado ya de vivir?
¡Oh Jesús mío! iluminadme y perdonadme.
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