LUCAS 2, 22-32.
Presentación de Jesús en el templo, y la
profecía del anciano Simeón.
En aquel tiempo: Cumplidos los días de la
Purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén
para presentarlo al Señor, como está escrito en la ley del Señor: “Que todo
varón que nazca el primero será consagrado al Señor”. Y para dar la ofrenda, conforme
está mandado en la ley del señor, un par de tórtolas o dos palominos. Había a
la sazón en Jerusalén un hombre justo y temeroso de Dios, llamado Simeón, el
cual esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo moraba en él. Se le
había revelado que no moriría antes de ver al Cristo o ungido del Señor. Y así
vino movido por el Espíritu al Templo. Y al entrar los padres con el Niño
Jesús, para practicar lo prescrito por la ley, lo tomó Simeón en sus brazos, y
bendijo a Dios, diciendo: Ahora, Señor, dejas en paz a tu siervo, según tu
palabra: porque mis ojos han visto a tu Salvador, que preparaste ante la faz de
todos los pueblos: Luz para revelación de las gentes y para gloria de tu pueblo
Israel.
Interpretación de los
Santos Padres sobre este pasaje del Evangelio (Tomado de la Catena Aurea de
Santo Tomás de Aquino)
San Cirilo.
Después de la circuncisión se espera todavía
el tiempo de la purificación, por lo que dice: “Cumplido asimismo el tiempo de
la purificación de la Madre, según la ley”, etc.
Beda.
Si examinamos detenidamente las palabras de
la ley, hallaremos ciertamente que la misma Madre de Dios, como no había
concebido por obra de varón, no estaba obligada al precepto legal. Porque no
era considerada como inmunda toda mujer que alumbrase, sino sólo aquélla que
alumbrase por obra de varón, por lo cual se distinguía aquella que había
concebido y dado a luz siendo virgen. Pero, para que nosotros nos viésemos
libres del yugo de la ley, María, como Cristo, se sometió espontáneamente a
ella.
Tito Bostrense.
Por eso dice claramente el evangelista que
se cumplió el tiempo de la purificación, según la ley. Y en verdad que no tenía
necesidad la Santísima Virgen de esperar los días de su purificación, porque,
habiendo concebido por obra del Espíritu Santo, se vio libre de toda mancha.
Prosigue: “Llevaron al
Niño a Jerusalén, para presentarlo al Señor”.
San Atanasio in serm. Super Omnia mihi tradita sunt.
Pero, ¿cuándo el Señor estuvo escondido de
la mirada del Padre, de modo que no pudiera ser visto por El? ¿O qué lugar hay
fuera de su imperio, en el que pueda estar separado de su Padre hasta que se le
lleve a Jerusalén, y sea introducido en el templo? Pero todo esto ha debido ser
escrito por causa nuestra, porque así como no ha sido hecho hombre, ni
circuncidado en su carne, por causa de sí mismo, sino para hacernos dioses en
virtud de su gracia, y para que nos circuncidemos espiritualmente, así fue presentado
el Señor por nosotros, para que aprendamos también a presentarnos nosotros
mismos.
Beda.
Después de treinta y tres días de su
circuncisión, es presentado al Señor, dando a entender de una manera mística
que ninguno, si no está circuncidado de sus vicios, es digno de presentarse
delante de Dios, y que todo el que no esté libre de los nexos del cuerpo
mortal, no puede disfrutar perfectamente de los goces de la ciudad eterna.
Prosigue: “Como está
escrito en la ley del Señor”.
Orígenes, in Lucam, 14.
¿Dónde están aquellos que niegan que
Jesucristo haya proclamado en el Evangelio al Dios de la ley? ¿Puede creerse
que Dios, siendo bueno, sometiera a su Hijo a la ley del enemigo, que El mismo
no había dado? Porque en la ley de Moisés está escrito lo que sigue: Que todo
macho que abriere matriz será consagrado al Señor.
Beda.
Las palabras “que abriere matriz” se refieren al primogénito del hombre y del animal, porque estaba mandado que uno y otro debía consagrarse al Señor, y por tanto, pertenecían al sacerdote, pudiendo recibir una ofrenda por el primogénito del hombre y redimir a todo animal inmundo.
San Gregorio Niseno, in homilía de occursu Domini.
Esta prescripción de la ley parece cumplirse
de una manera singular y diferente de las otras en el Dios encarnado. En
efecto, sólo El, concebido inefablemente y nacido de una manera incomprensible,
abrió el seno virginal, no abierto antes por la unión conyugal, y se conservó
milagrosamente después del parto la señal de la castidad.
San Ambrosio, in Lucam, 1, 2.
Porque no fue hombre el que abrió el seno
virginal, sino que el Espíritu Santo infundió germen inmaculado en aquel seno
inviolable. Aquel, pues, que santificó las entrañas de otra para que naciese el
profeta, es el mismo que abrió las entrañas de su Madre para nacer inmaculado.
Beda.
Las palabras: “Que abriere matriz”, se
refieren al modo con que se verifica el nacimiento. Pero no se ha de creer que
el Señor destruyera por su nacimiento la virginidad del seno sagrado que había
santificado aposentándose en él.
San Gregorio Niseno, in homilía de occursu Domini.
En sentido espiritual, éste es el sólo parto
masculino que ha ocurrido, puesto que no participó de la culpa femenina, por
cuya razón se llama con verdad santo. Así el arcángel Gabriel (como recordando
que esta disposición solamente se refiere a él) decía: “El fruto santo que de
ti nacerá será llamado Hijo de Dios”. Y por lo que hace a los demás
primogénitos, la prudencia evangélica ha establecido que sean llamados santos,
porque su ofrenda a Dios los hace dignos de este nombre. Pero para el
primogénito de toda criatura, el Ángel proclama que nace santo como siéndolo
por sí mismo.
San Ambrosio, in Lucam, 1, 2.
Solamente Jesús, Nuestro Señor, es santo
entre todos los nacidos de mujer, puesto que no experimentó en su inmaculado
nacimiento las consecuencias del contagio humano que rechazó por su majestad
celestial. Porque si seguimos el sentido de la letra ¿cómo podremos decir que
es santo todo hombre, cuando sabemos que muchos han sido malvados? Pero Él es
aquel santo a quien señalaban los piadosos preceptos de la ley divina en la
figura del futuro misterio; porque Él es el que solo debía abrir el seno
misterioso de la santa y virgen Iglesia, para engendrar a los pueblos.
San Cirilo, homilía 17
¡Oh profundidad de los secretos de la
sabiduría y de la ciencia de Dios! Ofrece hostias Aquel que es honrado
igualmente con el Padre, y siendo la verdad, observa las figuras de la ley. Es
autor de la ley como Dios y la cumple como hombre. Por ello sigue: “Y para dar
la ofrenda conforme está mandado en la ley del Señor (Lev 12,8), un par de
tórtolas, o dos palominos”.
Beda, in homilía de Purificaciones.
Esta era la ofrenda de los pobres porque el
Señor había mandado en la ley que los que pudiesen ofrecer un cordero por el hijo
o por la hija, ofreciesen a la vez la tórtola o la paloma; pero que los que no
pudieran ofrecer un cordero, ofreciesen dos tórtolas o dos pichones. Así el
Señor, siendo rico, se dignó hacerse pobre, para hacernos participantes de sus
riquezas por su pobreza.
San Cirilo, homilía, 17.
Veamos ahora qué es lo que significan estas
ofrendas. La tórtola es la que más cuenta entre todas las aves, y la paloma es
el animal más manso. Tal se ha hecho el Señor para nosotros practicando la más
perfecta mansedumbre, y haciendo resonar en su huerto las melodías para atraer
el mundo. Tanto la tórtola como la paloma eran sacrificadas para manifestarnos
por estas figuras que el Señor sufriría en su carne por la vida del mundo.
Beda, in homilía de Purificatione.
La paloma representa la candidez y la
tórtola la castidad; porque la primera ama la sencillez, y la última la
castidad, de tal modo que, si por casualidad pierde su compañera no vuelve a
buscar otra. Por esta razón se ofrece una tórtola y una paloma al Señor en holocausto,
porque el trato sencillo y honesto de los fieles es un sacrificio agradable a
su justicia.
San Atanasio in serm. Super Omnia mihi tradita sunt.
Por esto mandó que se ofreciese dos cosas,
porque, como el hombre consta de alma y de cuerpo, Dios exige de nosotros dos
clases de sacrificios: la castidad y la mansedumbre, no sólo del cuerpo, sino
del alma. Porque, de otro modo, el hombre sería falso e hipócrita, cubriendo
con aparente inocencia una malicia oculta.
Beda, in homilía de Purificatione.
Pero aunque estas aves son por su costumbre
de gemir el emblema de la tristeza presente de los santos, se diferencian, sin
embargo, en que la tórtola vuela sola por los bosques, mientras que la paloma
acostumbra a volar en compañía de otras, por lo cual la una representa las
lágrimas ocultas de nuestras oraciones, y la otra las públicas reuniones de la
Iglesia.
Beda.
Además la paloma que vuela en compañía de
otras, representa la agitación de la vida activa, y la tórtola, que goza en la
soledad, representa las alturas de la vida contemplativa. Y como estas dos
ofrendas son igualmente agradables al Creador, no dice San Lucas si fueron
tórtolas o pichones los que fueron ofrecidos al Señor, a fin de no dar la
preferencia a uno de estos dos órdenes de vida, enseñándonos a seguir ambos a
dos.
San Ambrosio, in Lucam, 1, 2.
Recibió testimonio la encarnación del divino
Verbo, no sólo de los ángeles y los profetas, de los pastores y sus padres,
sino también de los justos y los ancianos. Por lo cual se dice: “Y había a la
sazón en Jerusalén un hombre justo y temeroso de Dios, llamado Simeón”.
Beda.
Difícilmente se guarda la justicia sin el
temor. No me refiero al de vernos privados de los bienes temporales (el amor
perfecto lo rechaza), sino al santo temor de Dios que dura en el siglo; porque
cuanto más ama el justo a Dios, con tanto más cuidado evita el ofenderlo.
San Ambrosio, in Lucam, 1, 2.
Y era verdaderamente justo el que no buscaba
la gracia para sí, sino para el pueblo. Por esto dice: “Esperaba la consolación
de Israel”.
San Gregorio Niseno, in homilía de occursu Domini.
No esperaba en verdad el prudente Simeón la
felicidad mundana para la consolación de Israel, sino la verdadera transición
al brillo de la verdad, por la separación de las sombras de la ley, pues le
había sido revelado que habría de ver al Cristo o ungido del Señor antes de
salir de la presente vida. Por lo cual prosigue: “Y el Espíritu Santo moraba en
él, por quien en verdad era justificado. El mismo Espíritu Santo le había
revelado”, etc.
San Ambrosio.
Deseaba en verdad verse libre de las
ligaduras de la fragilidad de la carne, pero esperaba ver a quien le había sido
prometido, porque sabía que son bienaventurados los ojos que lo ven.
San Gregorio Magno, Moralium, 23,3, super Iob 6,5.
En esto comprendemos con cuánta ansia los
hombres santos del pueblo de Israel desearon ver el misterio de la encarnación
del Verbo.
Beda.
Ver la muerte significa
sufrirla, y muy feliz será aquél que antes de ver la muerte de la carne haya
tratado de ver con los ojos de su corazón al Cristo o ungido del Señor,
tratando de la Jerusalén celestial y frecuentando los umbrales del templo del
Señor, esto es, siguiendo los ejemplos de los santos (en quienes habita el
Señor). Esta misma gracia del Espíritu Santo, que le había hecho antes conocer
al que había de venir, hizo que lo reconociera cuando vino. Por ello sigue:
“Así vino inspirado de El al templo”.
Orígenes, in Lucam, 15.
Y tú, si quieres poseer a Jesús y abrazarlo,
debes cuidar con todo empeño de tener siempre por guía al Espíritu Santo, y
venir al templo del Señor. Y por esto sigue: “Y al entrar sus padres con el
niño Jesús (esto es, su Madre María y José, que se creía que era su padre) para
practicar con Él lo prescrito por la ley, lo tomó Simeón en sus brazos”.
San Gregorio Niseno, in homilía de occursu Domini.
Cuán dichosa fue esta santa entrada en el
templo sagrado, por la cual se adelantó al término de su vida. ¡Dichosas manos
que tocaron al Verbo de vida, y dichosos también los que lo recibieron!
Beda.
Aquel hombre justo recibió al niño Jesús en
sus brazos, según la ley, para demostrar que la justicia de las obras, que,
según la ley, estaban figuradas por las manos y los brazos, debía cambiarse por
la gracia humilde, ciertamente, pero saludable de la fe evangélica. Tomó el
anciano al niño Jesús, para demostrar que este mundo, ya decrépito, iba a
volver a la infancia y la inocencia de la vida cristiana.
Orígenes, in Lucam, 15.
Si sólo con tocar la franja del vestido de
Jesús quedó curada aquella mujer, ¿qué habremos de juzgar de Simeón, que
recibió al niño Jesús en sus brazos, y se regocijaba teniendo así al que había
venido a librar a los cautivos, sabiendo que nadie podía sacarlo de la prisión
del cuerpo con la esperanza de la vida eterna, sino Aquel que tenía en sus
brazos? Por esto se dice: “Y bendijo a Dios diciendo: ahora, Señor, sacas en
paz de este mundo a tu siervo”.
Teofilacto.
Dice Señor para confesar que es el dueño de
la vida y de la muerte, declarando así que era Dios el niño a quien había
recibido en sus brazos.
Orígenes, in Lucam, 15.
Como diciendo: Cuando yo no tenía a
Jesucristo, estaba como cautivo y no podía salir de las prisiones.
San Basilio, in homil. De gratiarum actione.
Si examinas los clamores de los justos,
verás que todos lloran sobre este mundo y su lamentable duración. Dice David en
el salmo (Sal 119,5): “¡Ay de mí, que mi destierro se ha prolongado!”
San Ambrosio.
Ve aquí a ese justo que desea librarse de la
cárcel de su cuerpo, en que está como encerrado, para empezar a ser con Cristo.
Pero el que quiera librarse de esta cárcel vaya al templo, vaya a Jerusalén,
espere al Cristo o ungido del Señor, reciba en sus manos al Verbo de Dios y
abrácelo ––por decirlo así–– con los brazos de su fe. Entonces será libre, y no
verá la muerte quien ha visto la vida.
Griego.
Simeón bendecía al Señor sobre todo, porque
veía realizadas todas las promesas que se habían hecho, pues había merecido ver
con sus propios ojos y tener en sus propias manos al consolador de Israel. Por
esto dice: “Según tu palabra”, esto es, porque he obtenido la realización de
tus promesas. Y ahora que he sentido de una manera visible lo que deseaba,
libras a tu siervo, no espantado por el temor de la muerte ni conturbado por
pensamientos de duda. Y por esto añade: “En paz”.
San Gregorio Niceno.
Porque después que Jesucristo destruyó el
pecado, su enemigo, y nos reconcilió con su Padre, se llevó a cabo la
traslación de los santos a la región de la paz.
Orígenes.
¿Quién es el que se aparta de este mundo en
paz, sino aquel que conoce que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al
mundo (2Cor 5), y que no tiene nada de enemigo de Dios, sino que ha recibido en
sí todas las delicias de la paz por sus buenas obras?
Griego.
Se le había ofrecido
que no moriría antes de ver al Cristo o ungido del Señor, y por tanto,
manifestando que esto se había cumplido, añade: “Porque han visto ya mis ojos
tu salvación”.
San Gregorio Niceno.
Bienaventurados tus ojos, tanto los del alma
como los del cuerpo. Estos en verdad, recibiendo al Señor de una manera
visible; aquéllos no sólo considerando lo que han visto, sino reconociendo al
Verbo del Señor en su carne iluminados por la luz del Espíritu, porque el
Salvador que habéis visto es el mismo Jesús, cuyo nombre significa salvación.
San Cirilo.
Jesucristo, pues, había sido aquel misterio
que se manifestó en los últimos tiempos, y que fue preparado antes de la
creación del mundo. Y por esto dice: “la cual has aparejado ante la faz de
todos los pueblos”, etc.
San Atanasio.
Esto es que la salud de todos los pueblos ha
sido hecha por Cristo. ¿Cómo, pues, se ha dicho antes que Israel esperaba su
consolación? Porque el Espíritu le hizo conocer que Israel tendría su
consolación cuando estuviera preparada la salud para todos los pueblos.
Griego.
Observa también la penetración del venerable
y digno anciano. Antes de aparecer como digno de la bienaventurada visión,
esperaba el consuelo de Israel. Pero desde que obtuvo lo que esperaba, exclama
diciendo que había visto la salvación de todos los pueblos, porque la inefable
luz de aquel infante bastó para que viese lo que había de suceder en la
prosecución de los tiempos.
Teofilacto.
Dice de un modo significativo: “Para ser
revelada”, a fin de que su encarnación fuese vista de todos. Y añade que esta
salvación es la luz de las gentes y la gloria de Israel, y con estas palabras:
“Sea luz brillante que ilumine a los gentiles”.
San Atanasio.
Antes de la venida del Salvador, vivían
sumidas las naciones en las últimas tinieblas, privadas del conocimiento del
verdadero Dios.
San Cirilo.
Pero al venir Jesucristo, fue la luz para
los que vivían en las tinieblas del error, a quienes oprimía la mano del
enemigo, y a los que llamó Dios Padre al conocimiento de su Divino Hijo, que es
la verdadera luz.
San Gregorio Niceno.
Israel, sin embargo, estaba débilmente
iluminada por la ley, y por tanto, no dice que le hubiese mostrado la luz,
puesto que añade: “Y para gloria de tu pueblo de Israel”, recordando la antigua
historia de Moisés, quien, después de
hablar con el Señor, volvió con el rostro radiante de gloria. Así también
ellos, conociendo la divina luz de la humanidad de Jesucristo, y echando fuera
su antigua ceguedad, se transformaban en imagen suya, pasando de una gloria a
otra gloria.
San Cirilo.
Porque aunque algunos de ellos fuesen
desobedientes, otros, sin embargo, se salvaron, y por medio de Jesucristo han
alcanzado la gloria. Las primicias de estos fueron los santos apóstoles, cuyas
luces iluminan a todo el orbe. Jesucristo fue también especialmente la gloria
de Israel, porque procedía de ellos según la carne, aun cuando como Dios fuese
rey de los siglos bendecido por todos los hombres.
San Gregorio Niceno.
Y por eso dijo terminantemente: “De tu
pueblo”, porque no solamente fue adorado por él, sino que además había nacido
de él, según la carne.
Beda.
También la luz de las naciones debía ser
mencionada antes que la gloria de Israel, porque cuando haya entrado la
totalidad de ellas, entonces todo Israel será salvo. (Rom 10,15-26.)
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