A excepción del pecado
no hay mal mayor que la tristeza, dice San Francisco de
Sales. Algunas personas para
llevar la vida recogida, llevan una vida melancólica. ¡Error grande! El recogimiento
nace del espíritu y del amor de Dios, la melancolía del espíritu de tinieblas.
Conservad firmemente el gran principio de
San Francisco de Sales, a saber, que
todo pensamiento que inquieta, jamás viene de Dios, que es Rey de paz, y habita
en los corazones pacíficos.
Es preciso, por tanto, tomarse alguna recreación;
de otra suerte el espíritu queda oprimido, y por lo mismo más fácil a entristecerse.
Por otra parte, dice Santo Tomás de
Aquino, que la fuga de toda honesta diversión puede hacer culpable a la
persona. La virtud se halla puesta en el orden; y todo exceso, oponiéndose al
orden, ultraja a la virtud.
La recreación en medio de nuestras
ocupaciones ha de ser como la sal en la comida: demasiada sal vuelve disgustada la comida; nada de ella la deja
insípida en extremo.
No debe señalarse igual cantidad de comida a
todas las personas, porque algunas necesitan más alimento que otras: así también sucede en la recreación. Divertíos
pues a proporción de la necesidad de vuestro espíritu, de la calidad de
vuestras ocupaciones, y de vuestro más o menos melancólico humor.
Más si observáis que la melancolía entra en
vuestro corazón, distraeréis ocupándoos en contrarios objetos, buscando
compañía, aunque sea con vuestros domésticos, leyendo cosas indiferentes,
paseando, cantando, haciendo de todo para impedir la entrada de enemigo tan
terrible. El pensamiento melancólico es
como el sonido de la trompeta enemiga, que convida a los demonios para combatirnos.
“PARA
TRANQUILIZAR LAS ALMAS TIMORATAS EN SUS DUDAS.” (1816).
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