La ACEDIA O ACIDIA es
una flojedad y caimiento del corazón para bien obrar: y particularmente es una
tristeza y hastío de las cosas espirituales. El peligro de este pecado se
conoce por aquellas palabras que el Salvador dice: Todo árbol que no diere buen
fruto, será cortado y echado en el fuego.
Y en otra parte,
exhortándonos a vivir con cuidado y diligencia (que es contraria a este vicio)
dice: Abrid los ojos, velad y orad, porque no sabéis cuándo seréis llamados.
Pues cuando este torpe
vicio tentare tu corazón, puedes armarte contra él con las consideraciones
siguientes. Primeramente considera cuántos trabajos pasó Cristo por ti desde el
principio hasta el fin de su vida; cómo pasaba las noches sin sueño, haciendo
oración por ti; cómo discurría de una provincia a otra enseñando y sanando los
hombres; cómo se ocupaba siempre en las cosas que pertenecían a nuestra salud,
y sobre todo esto, cómo en el tiempo de su pasión llevó sobre sus sacratísimos hombros,
cansados de los muchos trabajos pasados, aquel grande y pesado madero de la
cruz. Pues si el Señor de la majestad tanto trabajó por tu salud, ¿cuánto será
razón trabajes tú por la tuya? Por librarte de tus pecados padeció aquel tan
tierno Cordero tantos y tan grandes trabajos, ¿y tú no quieres sufrir aun los
pequeños por ellos? Mira también cuántos trabajos sufrieron los Apóstoles
cuando fueron por todo el mundo predicando; cuántos padecieron los mártires,
cuántos los confesores, cuántos las vírgenes, cuántos todos aquellos Padres que
vivían apartados en los desiertos, y cuántos finalmente todos los santos que
ahora reinan con Dios, por cuya doctrina y sudores la fe católica y la Iglesia
se dilató hasta el día de hoy.
Considera junto con
esto cómo ninguna de todas las cosas criadas está ociosa: porque los ejércitos
del cielo sin cesar cantan loores Dios: el sol, y la luna, y las estrellas, y
todos los cuerpos celestiales cada día dan una vuelta al mundo para nuestro
servicio. Las yerbas, los árboles, de una pequeña planta van creciendo hasta su
justa grandeza. Las hormigas juntan granos en sus cilleros en el verano, con
que se sustentan en el invierno. Las abejas hacen sus panales de miel, y con
grande diligencia matan los zánganos negligentes y perezosos: y lo mismo
hallarás en todos los otros géneros de animales. Pues ¿cómo no tendrás tú
vergüenza, hombre capaz de razón, de tener pereza, la cual aborrecen todas las
criaturas irracionales por instinto de naturaleza? De la misma manera si los
negociadores deste mundo pasan tantos trabajos para juntar sus riquezas
perecederas (las cuales después de ganadas con muchos trabajos, han de guardar
con muchos peligros) ¿qué más razón para tí, negociador del cielo, para
adquirir tesoros eternos que para siempre durarán?
Mira también que si no
quieres trabajar ahora cuando tienes fuerzas y tiempo, que por ventura después
te faltará lo uno y lo otro: como cada día vemos acaecer a muchos. El tiempo de
la vida es breve, y lleno de mil estorbos; por tanto, cuando tuvieres
oportunidad para bien obrar, no lo dejes por pereza, porque vendrá la noche,
cuando nadie podrá obrar.
Mira también que tus
muchos y grandes pecados piden grande penitencia y grande fervor de devoción
para satisfacer por ellos. Tres veces negó S. Pedro (Mateo XXXVI), y todos los
días de su vida lloró aquel pecado, puesto que ya estaba perdonado. María
Magdalena hasta el postrer punto de su vida lloró los pecados que había
cometido, puesto que había oído aquella tan dulce palabra de Cristo: Tus pecados
te son perdonados. Y por abreviar dejo de referir aquí otros que acabaron la
penitencia con la vida, de los cuales muchos tenían más livianos pecados que
tú. Pues tú que cada día acrecientas pecados tras pecados, ¿cómo tienes por
grave el trabajo necesario para satisfacer por ellos? Por tanto en el tiempo de
la gracia y de la misericordia trabaja por hacer frutos dignos de penitencia,
para que con los trabajos de esta vida redimas los de la otra. Y dado que
nuestros trabajos y obras parezcan pequeñas, pero todavía, en cuanto proceden
de la gracia, son de grande merecimiento: por donde en el trabajo son
temporales, y en el premio eternas: breves en el espacio de la carrera, y
perpetuas en la corona. Por lo cual no consintamos que este espacio de merecer
se nos pase sin fruto, poniendo ante nuestros ojos el ejemplo de un devoto
varón que todas las veces que oía el reloj, decía: ¡Oh Señor Dios mío, ya es
pasada otra hora de las que Vos tenéis contadas de mi vida, y de que tengo que
daros cuenta!
Si alguna vez nos
viéremos cercados de trabajos, acordémonos que por muchas tribulaciones nos
conviene entrar en el reino de Dios (Hechos. XIV), y que no será coronado sino
aquél que varonilmente peleare. Y si te parece que mucho tienes peleado y
trabajado, acuérdate que está escrito: El que perseverare hasta el fin, será
salvo. Porque sin perseverancia, ni la obra es finalmente fructuosa, ni el
trabajo tiene premio, ni el que corre alcanza victoria. Por lo cual no quiso el
Salvador bajar de la cruz (Marcos XV) cuando se lo pedían los judíos, por no
dejar imperfecta la obra de nuestra redención. Por tanto, si queremos seguir a
nuestra cabeza, trabajemos con toda diligencia hasta la muerte, pues el premio
del Señor dura para siempre. No cesemos de hacer penitencia, no cesemos de
llevar nuestra cruz en pos de Cristo: porque de otra manera, ¿qué nos
aprovechará haber navegado una muy larga y próspera navegación, si al cabo nos
perdemos en el puerto?
Y no nos debe espantar
la dificultad de los trabajos y peleas; porque Dios que te amonesta que pelees,
te ayuda para que venzas, y ve tus combates, y te socorre cuando desfalleces, y
te corona cuando vences. Y cuando te fatigaren los trabajos, toma este remedio:
no compares el trabajo de la virtud con el deleite del vicio contrario, sino la
tristeza que ahora sientes en la virtud, con la que sentirías después de haber
pecado, y la alegría que puedes tener en la hora de la culpa, con la que
tendrás después en la gloria: y luego verás cuánto es mejor el partido de la
virtud que el de los vicios. Vencida una batalla, no te descuides; porque
muchas veces (como dice un sabio) nacen descuidos del buen suceso; antes debes
estar apercebido, como si luego hubiesen de tocar la trompeta para otra: porque
ni la mar puede estar sin ondas, ni esta vida sin tentaciones. Y además de
esto, el que comienza la buena vida, suele ser más fuertemente tentado del
enemigo; el cual no se precia de tentar los que posee con pacífico señorío,
sino los que están fuera de su jurisdicción. Así que en todo tiempo has de
velar y siempre estar alerta y armado en cuanto estuvieres en esta frontera. Y
si alguna vez sintieres tu ánima herida, guárdate de cruzar luego las manos y
arrojar las armas y el escudo y entregarte al enemigo; antes debes imitar a los
caballeros esforzados, a los cuales muchas veces la vergüenza de ser vencidos,
y el dolor de las heridas, no solamente no hace huir, más antes los incita a
pelear. De esta manera cobrando nuevo esfuerzo con la caída, verás luego huir
aquéllos de quien tú huías, y perseguirás a los que te perseguían. Y si por
ventura (como acontece en las batallas) otra vez fueres herido, ni aun entonces
has de desmayar, acordándote que ésta es la condición de los que pelean
varonilmente, no que nunca sean heridos, más que nunca se rindan a sus
contrarios. Porque no se llama vencido el que fué muchas veces herido, sino el
que siendo herido, perdió las armas y el corazón. Y siendo herido, luego
procura de curar tu llaga: porque más fácilmente curarás una llaga que muchas,
y más ligeramente curarás la fresca que la que está ya enquistada.
Cuando alguna vez
fueres tentado, no te contentes con no obedecer a la tentación, más antes
procura sacar de la misma tentación motivos para la virtud: y con esta
diligencia, y con la divina gracia, no serás peor por la tentación, sino mejor:
y así todo te servirá por tu bien. Si fueres tentado de lujuria o de gula,
quita un poco de los regalos acostumbrados, aunque sean lícitos, y acrecienta
más a los santos ayunos y ejercicios. Si eres combatido de avaricia, acrecienta
más las limosnas y buenas obras que haces. Si eres estimulado de vanagloria,
tanto más te humilla en todas las cosas. De esta manera por ventura temerá el
demonio tentarte, por no darte ocasión de mejorarte y de hacer obras buenas: el
cual siempre desea que las hagas malas. Huye cuanto pudieres la ociosidad, y
nunca estés tan ocioso, que de esta ociosidad no saques provecho, ni tan
ocupado que no procures por culpa de la misma ocupación levantar tu corazón a
Dios y negociar con El.
“GUIA
DE PECADORES”
Fray
Luis de Granada
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