San Francisco Javier,
ornamento de la Compañía de Jesús, gloria de su nación, taumaturgo de estos
últimos siglos, apóstol de las Indias y del Japón, admiración de todas las
naciones, era navarro y descendía de los reyes de Navarra. Escogióle el Señor
para resucitar en el siglo XVI, que fué el de las herejías, todos los prodigios
y gracias de los apóstoles. Inclinado a las letras y al estudio de la
sabiduría, pasó a la universidad de París, donde graduado de maestro en artes, enseñó
filosofía en aquella universidad, con grande aprobación y aplauso de sus
discípulos. Fue compañero del beato Pedro Fabro, y los dos lo fueron de san
Ignacio de Loyola en la fundación de la Compañía de Jesús. Con deseo de visitar
los santos Lugares, pasó a Venecia: y frustrado el viaje a Jerusalén, recorrió
varias ciudades de Italia predicando y dando ejemplos de heroica humildad y
mortificación.
Fué designado para anunciar el Evangelio a
las tierras de la India descubiertas por los portugueses, y pasó allá con el
título y autoridad de Nuncio apostólico, que le dio Paulo III. Llegado a Goa después
de una larga y penosísima navegación, se dio del todo al trabajo apostólico,
recorriendo a pie, y a veces descalzo, aquellas vastísimas regiones, y navegando
a todas las islas de la Oceanía en que residían portugueses. Cuando entre los
oyentes los había de varias lenguas, cada uno oía a Javier como si le hablase
en la suya natural: y sucedió algunas veces que haciéndole muchos a la vez
preguntas sobre la doctrina, o por no entenderla bien o por dudar de ella,
Javier con una sola respuesta satisfacía a todas las preguntas.
Lo que daba especial eficacia a su
predicación eran los numerosos milagros que hacía, sanando enfermos, librando
de peligros, calmando los mares embravecidos y los vientos tempestuosos,
haciendo retroceder ejércitos enteros de bárbaros enemigos, descubriendo lo más
oculto de los corazones, anunciando lo que estaba por venir, resucitando muertos,
y acompañando todas estas maravillas con la no menor de sus apostólicas virtudes,
el celo, la paciencia, la mansedumbre, la humildad, la misericordia con los
desgraciados, el respeto a los superiores, la caridad con los iguales, la
afabilidad con los inferiores.
Tuvo noticia del Japón recientemente descubierto
por los portugueses, y al momento voló allá, exponiéndose a mil peligros: y con
los ejemplos de sus virtudes y las maravillas que hemos dicho, plantó la fe en
aquellos reinos, cuyos moradores la abrazaron con tal fervor, que semejaban los
primeros cristianos convertidos por la predicación de los apóstoles.
Establecidas aquellas cristiandades y
dejados en ellas ministros que las cultivasen, volvió él a Malaca, donde supo que
se había descubierto la China; y se dirigió allá a predicar a Cristo. Llegado a
Sancián, isla cercana al continente chino, alegre con la vista de la tierra y
con la esperanza de nuevos triunfos, dióse el Señor por satisfecho de sus
trabajos y lo llamó al descanso eterno.
Reflexión: El recuerdo de Javier trae a la memoria
millones de almas convertidas por su celo. ¡Oh! ¡Cuánto amó y estimó el Hijo de
Dios las almas! ¡La caridad nos habría de estar siempre solicitando y
compeliendo a trabajar por salvarlas! Que no se puede sufrir que muera Dios por
un alma y que la veamos irse a perder y a caerse en el infierno y que la podamos
ayudar y no lo hagamos: esto no lo puede sufrir la caridad.
Oración: Oh Dios, que por la predicación y milagros
de san Francisco Javier, te dignaste agregar a tu Iglesia los pueblos de las
Indias; concédenos benigno, ya que veneramos los gloriosos merecimientos de sus
virtudes, que también imitemos sus ejemplos. Por Cristo, nuestro Señor. Amén.
“FLOS
SANCTORVM”
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