Publicación hecha con el permiso del Amigo: Jose Manuel Salazar Aguilar.
Supongamos que en tu casa alguien pierde su
colocación, su empleo. Es un contratiempo grave. Pero no hay que desesperarse. ¿No habrá otro puesto para los tuyos en
toda la redondez de la tierra? Y ¿qué
sabes tú lo que Dios quiere al cortar bruscamente tus estudios? ¿Quién sabe si no es así como te quiere
guiar a tu debida misión, a tu verdadero cometido, como lo hizo con la famosa
actriz española “la Caramba”, la favorita de
los aficionados al arte declamatorio?
Celebrándose
los Carnavales en Madrid. Era el año 1786. María Antonia Fernández, “la Caramba”, el mundo de esta tonadillera era
siempre un espectáculo cuya presencia era esperada por los hombres y la
acechaban las mujeres. Su matrimonio había durado escasamente un mes. Sale el
martes de Carnaval, en compañía de amigos y admiradores. Joven, bella, bien
portada, va a lucirse entre la multitud, mas Dios la esperaba en aquel día de
orgía...
Al
caer la tarde, la lluvia la obligó a refugiarse con sus amigos en la iglesia de
San Antonio del Prado, en el preciso momento que comenzaba
el sermón. Y tan adentro llegaron las palabras del orador sagrado, que María
Antonia, apartándose de sus acompañantes, cayó de rodillas ante un Crucifijo,
exclamando con los ojos llenos de lágrimas: “Misericordia,
Señor, misericordia”.
Retirándose
a su casa no se la volvió a ver más ni en el teatro ni en fiestas. Vendió
cuanto poseía en ropas y alhajas y dio el dinero a los pobres. Tales fueron las
penitencias a que se sometió, que al año siguiente moría en la paz del Señor en
su mísera vivienda.
Sin el incidente de la lluvia quizá hubiera
pagado con el precio de su alma su puesto de actriz célebre.
¡Y qué loca insensatez la que para evitar
las pruebas de la vida recurre a la muerte! Sea cual fuere la
caída, la catástrofe, la deshonra, mientras dura la vida siempre puede haber
compensación o remedio.
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