¡Un
año más! – Exclamamos melancólicamente – al llegar la triste noche del 31 de
Diciembre. En realidad debiéramos decir: ¡Un año menos! Porque eso es lo que
sucede.
Ya tenemos un año menos para merecer; un año
menos para tejernos nuestra corona del Paraíso; un año menos para volvernos a
Dios; un año menos para practicar la virtud; un año menos para pelear contra el
demonio, el mundo y la carne.
Hemos perdido un año.
De estos doce meses, de estos trescientos
sesenta y cinco días, se nos ha de pedir, allá arriba, estrecha cuenta.
Se nos ha de decir: «Se os concedió todo el
año para que trabajaseis por vuestra salvación; eran muchos días, pudisteis
adelantar extraordinariamente en el camino, y ¿qué hicisteis de todo eso
tiempo?»
¡Qué confusión la nuestra si no podemos contestar
de un modo satisfactorio!
¡Qué vergüenza al recordar el tiempo perdido
en devaneos, en vicios, en estériles recreos y disensiones!
Pensaremos: aquella tarde que pasé estúpidamente
murmurando del prójimo, pude muy bien pasarla en el hospital, visitando y
socorriendo a mis hermanos enfermos. Aquel dinero que me gasté en el teatro, en
el café o en coyas peores, pude muy bien aplicarlo al remedio de las
necesidades de mis hermanos los pobres y necesitados. Junto a mi casa vivía
aquella viuda con hijos pequeños, en cuyo hogar no se encendía lumbre la mayor
parte de los días de la semana; mientras que mis habitaciones resplandecían con
la luz eléctrica, los niños de la viuda tenían miedo al obscurecer, porque allí
no se encendía la luz; mientras que mi gabinete tenía la temperatura de
primavera, producida por los enormes troncos de encina que ardían en la
chimenea, los niños de la viuda lloraban de frío, porque allí no se encendía
lumbre; mientras que mis perros se retiraban ahitos (empachados), y sufrían a
veces indigestiones de las sobras de mi mesa, los niños de la viuda lloraban de hambre, porque a veces la
pobre madre no tenía ni panque darles...
Y una voz imponente nos dirá:
«Y eso fué un año, y otro año, y otro, y
todos los que te concedí para que mirases por tu alma y vivieses allí.»
¡Oh Dios mío, hasta ahora hemos perdido los
días y los años; te prometemos que en adelante los días que nos concedas serán
para Ti, y para nuestro prójimo!
“LECTURA
DOMINICAL” Diciembre de 1894.