El
amor por el que amamos a Dios y al prójimo, resume en sí toda la grandeza y
profundidad de los demás preceptos divinos. He aquí lo que nos enseña el único
Maestro celestial: amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma, con todo tu entendimiento; y amarás a tu prójimo como a ti mismo. De
estos dos mandamientos depende toda la Ley y los profetas (Mateo. XXII, 37 - 40).
Por consiguiente, si te falta tiempo para estudiar página por página todas las
de la Escritura, o para quitar todos los velos que cubren sus palabras y
penetrar en todos los secretos de las Escrituras, practica la caridad, que lo
comprende todo. Así poseerás lo que has aprendido y lo que no has alcanzado a
descifrar. En efecto, si tienes la caridad, sabes ya un principio que en sí
contiene aquello que quizá no entiendes. En los pasajes de la Escritura
abiertos a tu inteligencia la caridad se manifiesta, y en los ocultos la
caridad se esconde. Si pones en práctica esta virtud en tus costumbres, posees
todos los divinos oráculos, los entiendas o no.
Por
tanto, hermanos, perseguid la caridad, dulce y saludable vínculo de los
corazones; sin ella, el más rico es pobre, y con ella el pobre es rico. La
caridad es la que nos da paciencia en las aflicciones, moderación en la
prosperidad, valor en las adversidades, alegría en las obras buenas; ella nos
ofrece un asilo seguro en las tentaciones, da generosamente hospitalidad a los
desvalidos, alegra el corazón cuando encuentra verdaderos hermanos y presta
paciencia para sufrir a los traidores.
Ofreció
la caridad agradables sacrificios en la persona de Abel; dio a Noé un refugio
seguro durante el diluvio; fue la fiel compañera de Abraham en todos sus
viajes; inspiró a Moisés suave dulzura en medio de las injurias y gran
mansedumbre a David en sus tribulaciones. Amortiguó las llamas devoradoras de
los tres jóvenes hebreos en el horno y dio valor a los Macabeos en las torturas
del fuego.
La
caridad fue casta en el matrimonio de Susana, casta con Ana en su viudez y
casta con María en su virginidad. Fue causa de santa libertad en Pablo para
corregir y de humildad en Pedro para obedecer; humana en los cristianos para
arrepentirse de sus culpas, divina en Cristo para perdonárselas. Pero ¿qué
elogio puedo hacer yo de la caridad, después de haberlo hecho el mismo Señor,
enseñándonos por boca de su Apóstol que es la más excelente de todas las
virtudes? Mostrándonos un camino de sublime perfección, dice: aunque yo hablara
las lenguas de los hombres y los de ángeles, si no tengo caridad, soy como
bronce que suena o címbalo que retiñe. Y aunque tuviera el don de profecía y
supiera todos los misterios y toda la ciencia; y aunque tuviera tal fe que
trasladara los montes, si no tengo caridad, nada soy. Y aunque distribuyera
todos mis bienes entre los pobres, y aunque entregara mi cuerpo para ser
quemado, si no tengo caridad, de nada me aprovecha. La caridad es paciente; es
benigna; la caridad no es envidiosa, no obra precipitadamente, no se
ensoberbece, no es ambiciosa, no busca su interés, no se irrita, no piensa mal,
no se goza con el mal, se alegra con la verdad. Todo lo tolera, todo lo cree,
todo lo espera, lo soporta todo. La caridad nunca fenece (1Corintio. XIII, 1 – 8).
¡Cuántos
tesoros encierra la caridad! Es el alma de la Escritura, la virtud de las
profecías, la salvación de los misterios, el fundamento de la ciencia, el fruto
de la fe, la riqueza de los pobres, la vida de los moribundos. ¿Se puede
imaginar mayor magnanimidad que la de morir por los impíos, o mayor generosidad
que la de amar a los enemigos?
La
caridad es la única que no se entristece por la felicidad ajena, porque no es
envidiosa. Es la única que no se ensoberbece en la prosperidad, porque no es
vanidosa. Es la única que no sufre el remordimiento de la mala conciencia,
porque no obra irreflexivamente. La caridad permanece tranquila en los
insultos; en medio del odio hace el bien; en la cólera tiene calma; en los
artificios de los enemigos es inocente y sencilla, gime en las injusticias y se
expansiona con la verdad.
Imagina,
si puedes, una cosa con más fortaleza que la caridad, no para vengar injurias,
sino más bien para restañarlas. Imagina una cosa más fiel, no por vanidad, sino
por motivos sobrenaturales, que miran a la vida eterna. Porque todo lo que
sufre en la vida presente es porque cree con firmeza en lo que está revelado de
la vida futura: si tolera los males, es porque espera los bienes que Dios
promete en el cielo; por eso la caridad no se acaba nunca.
Busca,
pues, la caridad, y meditando santamente en ella, procura producir frutos de
santidad. Y todo cuanto encuentres de más excelente en ella y que yo no haya
notado, que se manifieste en tus costumbres.
“Sermones”
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