martes, 8 de junio de 2021

LA REVOLUCIÓN – Por JEAN OUSSET


 



Esta inspiración diabólica de la Revolución es muy importante que se admita.

 

   Sí, en los males que actualmente afligen al mundo, resulta que el Infierno y sus ángeles juegan un papel y que todas las fuerzas están en acción, ¡qué locura la nuestra si pretendemos salir victoriosos de semejante combate por la sola puesta en línea de las fuerzas naturales de que podemos disponer!

 

   Si existe, en beneficio de los esfuerzos del enemigo, un multiplicador satánico, la cordura nos aconseja no olvidar, ni despreciar, el multiplicador de la Gracia, que es la Fuerza misma de Aquél, que, solo, ha podido vencer al mundo.

 

   ¡El Poder Divino está ahí y pretendemos no necesitarlo! Pretendemos luchar tan sólo en el plano de la naturaleza como si el combate en que estamos comprometidos se limitase a este ámbito, como si nuestros mismos adversarios no se situaran más que sobre ese mismo plano. ¡Como si Satán mismo no fuese su apoyo! (Cf. «Satan dam la Cité», la hermosa obra de Marcel de la Bigne de Villeneuve (Edit. du Cèdre), p. 125.)

 

   Si la palabra «contra-iglesia» merece ser empleada, la Revolución es, en la hora presente, la «Contra-Iglesia».

 

   Lo importante es evitar todo error, toda ilusión, en la idea que debemos hacernos de la organización de este complot (100).

 

   Los excesos de una imaginación pueril, la falta de rigor en la crítica o en la acusación no solamente serán ineficaces por sí mismos, sino que serán nocivos, pues el adversario no dejará de aprovecharse de ello y sabrá presentar como igualmente ridículos todos los otros agravios.

 

   Importa por consecuencia evitar toda idea simplista sobre las sectas, sobre la unidad de su recíproco enfrentamiento o sobre su acción. «Muchas se profesan mutuamente un odio feroz», ha podido escribir Marcel Lalle-mand. Dentro de ellas, se matan y se despedazan; en ellas se suscitan guerras que luego pagan las naciones.

 

   Nada de sorprendente es, pues, que un Rousseau haya luchado contra un Voitaire y que los hombres de «la Gironde» hayan sido guillotinados por los jacobinos, que los liberales hayan sido vencidos por los radicales, éstos desplazados por los socialistas y estos últimos por los partidarios de Moscú.

 

   Robespierre cortará la cabeza a Danton y los thermidorianos cortarán la de Robespierre. Thiers aplastará a los de la «Comuna», y en cuanto al régimen soviético, sabemos bien con qué purgas depurativas se cuida periódicamente.

 

   Estas disputas son muy reales, y sería pueril menospreciar su gravedad. Sin embargo, todo ello no perjudica, en cierto modo, la unidad de la Revolución, pues, aunque sus miembros se devoren mutuamente, contribuyen todos, consciente o inconscientemente, al triunfo de la subversión.

   *El 15 de enero de 1881, el «Journal de Genève» publicaba una entrevista de su corresponsal en París con uno de los jefes de la mayoría francmasónica que dominaba entonces, como hoy, la Cámara de los Diputados. Decía: «En el fondo de todo esto hay una inspiración dominante, un plan resuelto y metódico que se desenvuelve con más o menos orden o retraso, pero con una lógica invencible. Lo que hacemos es sitiar en regla al catolicismo romano, tomando nuestro punto de apoyo en el Concordato. Queremos hacerle capitular o romperlo. Sabemos dónde se encuentran sus  fuerzas vivas y es allí donde queremos herirle.»

    En 1886, en el número del    23 de enero de la “Semaine religieuse de Cambray”, podíamos leer estas palabras, que habían sido dichas en Lille: «Perseguimos sin piedad al clero y a todo lo que se relaciona con la religión. Emplearemos contra el catolicismo medios que no puede ni siquiera suponer. Haremos esfuerzos geniales para que desaparezca de este mundo. Si, a pesar de todo, resultase que resiste a esta guerra científica, sería el primero en declarar que es de esencia divina.»  

   Y M. G. de Pascal, en marzo de 1908: «Hace muchos años, el cardenal Mermillod me contó un rasgo que pinta muy bien la situación cuando vivía en Ginebra: el ilustre prelado veía de vez en cuando al príncipe Jerónimo Bonaparte. El príncipe revolucionario se complacía mucho con la conversación del espiritual obispo. Un día le dijo: «No soy un amigo de la Iglesia Católica, no creo en su origen divino, pero, conociendo lo que se trama contra elIa, los esfuerzos admirablemente ejecutados contra su existencia, si resiste este asalto, no tendré más remedio que confesar que hay en ella algo que sobrepasa lo humano.»

   En Junio de 1903, «La vérité francaise» comunicaba que Ribot, en una conversación íntima, había hablado en el mismo sentido: «Sé Io que se está preparando: conozco en sus mínimos detalles las mallas de la vasta red que está tendida. Pues bien, si la Iglesia Romana se salva esta vez en Francia, será un milagro, un milagro tan resplandeciente a mis ojos que yo mismo me haré católico como usted.»

   En fin, ¿es necesario recordar la declaración del Cardenal Saliége? «Todo ocurre como si hubiese una acción orquestada por cierta prensa más o menos periódica, por ciertas reuniones más o menos secretas, que tienden a preparar en el seno del catolicismo un movimiento de acogida al comunismo. Están los dirigentes, que saben. Están los seguidores, que son inconscientes y que caminan.» (Conferencia en los retiros eclesiásticos, 1953.)

   Compárese lo que J. de Maistre escribía a su soberano, en 1811, desde San Petersburgo: «Su Majestad no debe dudar un solo instante de la existencia de una grande y formidable secta que ha jurado desde hace tiempo derribar a todos los tronos; y es de los príncipes mismos de quienes se sirve; con una habilidad infernal, para derribarlos... Veo aquí todo lo que hemos visto en otras partes, es decir, una fuerza escondida que engaña a la soberanía y la obliga a estrangularse con sus propias manos... La acción es indiscutible, aunque el agente no sea perfectamente conocido. El talento de esta secta para seducir a los gobiernos es uno de los más terribles y de los más extraordinarios fenómenos que se hayan visto en el mundo.» (Oeuvres Completes, t. XII, p. 42.)

 

“PARA QUE ÉL REINE”

 


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