lunes, 12 de mayo de 2025

LA REVIVISCENCIA DEL “AMERICANISMO” SÍ SÍ NO NO – Revista Católica Antimodernista – Enero 2009. N° 198.


 

S.S.P. LEÓN XIII. Condenó el “AMERICANISMO”


 

EL AMERICANISMO CONDENADO POR LA IGLESIA.

 

«AMERICANISMO: es el término que se acuñó, a finales del siglo XIX, para denotar el movimiento que suscitaron las ideas y los métodos del presbítero P. Hecker, fundador de la Sociedad Americana de los Misioneros Paulistas. Este cura americano, consciente de las exigencias psicológicas, la mentalidad, la índole de su exuberante pueblo, había intentado adaptar la religión católica, sin demasiadas preocupaciones dogmáticas, al espíritu de sus conciudadanos (gente ávida de una libertad individual absoluta; insensible al abstraccionismo teórico; amante, en cambio, del pragmatismo, e inclinada a concebir la vida en sentido hedonista a causa de las riquezas naturales del país). Su tentativa hizo ruido asimismo en Europa, lo que determinó esa corriente denominada “americanismo Más que de un sistema se trataba de una tendencia, carente de organicidad, que se concretaba en algunos principios de índole práctica. León XIII, una vez avistado el peligro, envió al cardenal Gibbons (1889), y por conducto de éste a todo el episcopado norteamericano, la carta apostólica Testem Benevolentiae. Este documento pontificio pone en claro los principales errores del americanismo, que se sintetizan en la presunta necesidad de: a) adaptar la Iglesia a las exigencias de la civilización moderna sacrificando algún viejo canon, mitigando ¡a antigua severidad, orientándose hacia un modo de actuar más democrático; b) dar mayor amplitud a la libertad individual en el pensamiento y la acción, teniendo en cuenta que, más que la organización jerárquica, es el Espíritu Santo el que obra directamente en la conciencia del individuo (influjo del protestantismo); c) abandonar, sin cuidarse de ellas, las virtudes pasivas (mortificación, penitencias, obediencia, contemplación), pero cultivar las activas (acción, apostolado, organización), lo que llevaría a favorecer, entre las congregaciones religiosas, las de vida activa. El Papa concluye con las siguientes palabras luego del sereno examen recién visto: Nos no podemos aprobar las opiniones que integran lo que se denomina “americanismo”

 

   Dejando aparte las intenciones de los americanistas, su posición, ciertamente, no se compadece fácilmente con la doctrina y el espíritu tradicional de la Iglesia, o, por mejor decir, y con eso está dicho todo, abría paso a errores teóricos y prácticos [el americanismo fue, en efecto, caldo de cultivo del modernismo» (P. Parente- A. Piolanti- S. Garofalo, Dizionario di Teología dogmatica, Roma, Studium, 41a edición).

 

   Monseñor Henri Delassus escribió en su momento un libro sobre el americanismo (L’Americanisme et la Conjuration antichrétienne, Lille-París, Desclée de Brouwer, 1899), en el que afirmaba que, entre todos los factores inquietantes del mundo a la sazón, no era de los menores el espíritu que animaba a Norteamérica. En efecto, lo que la caracterizaba era la audacia con que pisoteaba «todas las leyes de la civilización católico-romana» (p. 1).

 

   Tamaña “audacia” se extendía incluso al campo religioso. El término “catolicismo americano” o americanismo no era la etiqueta de un cisma o una herejía, sino que, como enseñaba Monseñor Delassus, «es un conjunto de tendencias doctrinales y prácticas que tienen su sede en América y que se difunden desde allí por el mundo cristiano, en especial por Europa» (pág. 3) con la mira puesta en debilitar y, si fuera posible, aniquilar, las naciones católicas, «para dar la hegemonía a las protestantes, como América, Alemania y Gran Bretaña» (nota n° 1, pág. 7). Uno de los «elementos distintivos de la “misión americana” es el retorno a la unidad de todas las religiones mediante la destrucción de las barreras y las diferencias, llegando incluso a la celebración de un congreso relativo a la tolerancia internacional de las religiones para luchar unidas contra el ateísmo» (pág. 124). El indiferentismo o tolerancia por principio (es decir, tolerancia dogmática), a que tiende el americanismo, consiste en equiparar «todas las religiones como buenas por igual» (pág. 85).

 

   Monseñor Henri Delassus recuerda (pág. 94) que el magisterio de la Iglesia condenó antaño todos los principios falsos en los que se funda el espíritu americanista: los denominados “derechos del hombre” (condenados por Pío VI); la libertad absoluta de la persona humana, la libertad de pensamiento, de prensa, de conciencia y de religión (condenadas por Gregorio XVI y Pío IX); el separatismo entre Estado e Iglesia (condenado por León XIII). Para los americanistas, en cambio, es menester basarse en el «liberalismo amplio o latitudinarista y en la tolerancia dogmática a ultranza, evitando hablar de todo lo que pudiera desagradar a los protestantes y a las demás religiones» (pág. 97). En pocas palabras, para la Iglesia de Roma «el catolicismo es la religión verdadera, mientras que para los americanistas no es más que una de tantas» (pág. 100).

 

   Por desgracia, el ideal americanista empezó a cosechar éxitos unos cincuenta-sesenta años después de la condena de León XIII, inicialmente y de manera latente en el concilio Vaticano II, y luego abiertamente en Asís, en 1986, y últimamente con el viaje de Benedicto XVI a los EE.UU. (abril del 2008).

 

¿Qué “porvenir”?

 

   El libro de Monseñor Delassus parece hoy casi profético. «Los –americanistas –escribía el prelado– dicen que las ideas americanas son las que Dios quiere para todos los pueblos de nuestro tiempo. Judaismo y americanismo [que tienen un punto de contacto en los principios del 1789] creen haber recibido una “misión divina”. Por desgracia, la influencia de América, con su espíritu de libertad absoluta, se extiende cada vez más entre las naciones, de manera que América dominará los demás países» (págs. 187-188). América parece ser la «nación del porvenir» (pág. 190). Sin embargo, comentaba Monseñor, «si tal porvenir es el del desarrollo político, social, comercial e industrial según los principios del 1789, o sea, el progreso material y la independencia absoluta del hombre de toda autoridad, la divina inclusive, la era que veremos será la más desastrosa que se haya visto jamás. En ella América destruirá las tradiciones nacionales europeas para fundirlas en la unidad o pax americana» (pp. 191-192).

 

   La base, o el mínimo común denominador, de tal mixtura de religiones, pueblos y culturas es un moralismo sentimental o «una moral indeterminada» (pág. 192), subjetiva y autónoma de tipo kantiano, «independiente del dogma, de manera que cada uno es libre de interpretarla a su modo» (pág. 130). Esta base se está realizando en nuestros días por conducto de la unión de los “teo (o neo) conservadores” americanistas y cristianistas con el sionismo y elementos conservadores del catolicismo liberal, que se unen para defender la vida (cosa buena en sí), el embrión, contra el materialismo ateo, pero en desmedro de la pureza del dogma (lo cual es inaceptable), de la tradición cultural de cada nación y de las diferencias étnicas que, si bien no han de ser exageradas con la teoría de la defensa de una inexistente “raza pura”, no deben tampoco ser destruidas en perjuicio de la raza en sentido lato, es decir, del pueblo, que tiene sus peculiaridades en punto a lengua, cultura, mentalidad y religión.

 

   «El movimiento neocristiano o americanista tiende a liberarse del dogma para fundarse en la belleza de la ética» (pág. 60), «a reemplazar la fe con una cultura o sensibilidad independiente, en una vaga religiosidad superior a todas las demás religiones positivas» (pág. 76). Ahora bien, según la doctrina católica, es cierto que «la fe sin obras está muerta» (Apóstol Santiago), pero es cierto asimismo que «sin fe es imposible agradar a Dios» (San Pablo). Así, pues, no hay que despreciar la moral, pero tampoco reducir la religión a sola la moralidad dejando de tener en cuenta la integridad dogmática.

 

PARTE I de III.

 

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