“¡Oh
Virgen Inmaculada, Madre de Dios y Madre de los hombres!
Nosotros creemos con todo el fervor de
nuestra fe en vuestra Asunción triunfal en alma y en cuerpo al cielo, donde
sois aclamada Reina por todos los coros de los ángeles y por toda la legión de
los santos; y nosotros nos unimos a ellos para alabar y bendecir al Señor, que
os ha exaltado sobre todas las demás criaturas, y para ofreceros el aliento de
nuestra devoción y de nuestro amor.
Nosotros
sabemos que vuestra mirada, que
maternalmente acariciaba la humanidad humilde y doliente de Jesús en la tierra,
se sacia en el cielo a la vista de la humanidad gloriosa de la Sabiduría
increada y que la alegría de vuestra alma, al contemplar cara a cara a la
adorable Trinidad, hace exultar vuestro corazón de inefable ternura; y
nosotros, pobres pecadores, a quienes el cuerpo hace pesado el vuelo del alma,
os suplicamos que purifiquéis nuestros sentidos el fin de que aprendamos desde
la tierra a gozar de Dios, sólo de Dios, en el encanto de las criaturas.
Nosotros
confiamos en que vuestros ojos misericordiosos se inclinen sobre nuestras
angustias, sobre nuestras luchas y sobre nuestras flaquezas; que vuestros
labios sonrían a nuestras alegrías y a nuestras victorias; que sintáis la voz
de Jesús, que os dice de cada uno de nosotros, como de su discípulo amado:
«Aquí está tu hijo»; y nosotros, que os llamamos Madre nuestra, os escogemos,
como Juan, para guía, fuerza y consuelo de nuestro vida mortal.
Nosotros
tenemos la vivificante certeza de que vuestros ojos, que han llorado sobre la
tierra regada con la sangre de Jesús, se volverán hacia este mundo, atormentado
por la guerra, por las persecuciones y por la opresión de los justos y de los
débiles, y entre las tinieblas de este valle de lágrimas esperamos de vuestra
celeste luz y de vuestra dulce piedad, alivio para las penas de nuestros corazones
y para las pruebas de la Iglesia y de la patria.
Nosotros
creemos, finalmente, que en la gloria, donde reináis vestida del sol y coronada
de estrellas, Vos sois, después de Jesús, el gozo y la alegría de todos los
ángeles de todos los santos; y nosotros, desde esta tierra donde somos
peregrinos, confortados por la fe en la futura resurrección, volvemos los ojos
hacia Vos, vida, dulzura y esperanza nuestra. Atraednos con la suavidad de
vuestra voz para mostrarnos un día, después de nuestro destierro, a Jesús,
fruto bendito de vuestro seno, ¡oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen
María!”.
PAPA
PÍO XII.
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