I. Dios ha consolado a los mártires y a los penitentes en medio de sus suplicios y austeridades. Ha querido con ello hacerles gustar, ya desde esta vida, una partícula de los gozos que les preparaba en el cielo. Si tuviste tú la dicha de gozar de estas consolaciones alguna vez, reconocerás la verdad de estas palabras de San Agustín: Las lágrimas que se derraman en la oración aventajan sobremanera al gozo de los espectáculos profanos.
II.
Si nunca experimentaste cuán dulce es el Señor para con aquellos que desprecian
los placeres del mundo, haz la prueba. Pero recuerda siempre que, para gustar
el placer que hay en pertenecer a Dios, es preciso renunciar a las vanas
satisfacciones del mundo. No te puedes regocijar
con el mundo y con Dios; hay que renunciar a uno o a otro.
III. Si
después de haberte dado a Dios enteramente no experimentas consuelos sensibles,
que Él da o retira a su voluntad, no te aflijas. Dios te ha concedido esas
dulcedumbres para atraerte a su servicio: Él te las retira porque te has hecho
indigno de ellas por tu vanidad o por tu negligencia en sacar provecho de sus
gracias. Por tu bien Jesús te consuela; también por
tu bien te retira sus consuelos. Viene a ti y se retira; viene para tu
consuelo, se retira por tu interés, no sea que la grandeza de las consolaciones
te enorgullezca (San Bernardo).
La
resignación. Orad por las almas afligidas.
ORACIÓN: Oh
Dios omnipotente y misericordioso, que, después de haber abrasado con vuestro
amor a la bienaventurada Juana Francisca, la habéis dotado de admirable fortaleza
para recorrer la vida por el sendero de la perfección, y habéis querido, por su
intermedio, enriquecer a la Iglesia con una nueva familia, haced, por sus
méritos e intercesión que, convencidos de nuestra debilidad y confiados en
vuestro poder, lleguemos, con vuestra gracia a vencer todos los obstáculos que
se oponen a nuestra salvación. Por J. C. N. S.
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