lunes, 30 de abril de 2018

MISIÓN DE LA MUJER CRISTIANA (Capítulo I) – Por el P. FRANCISCO J. SCHOUPPE, S. J.




MISIÓN DE LA MUJER CRISTIANA.



   El Hijo Unigénito de Dios vino al mundo para levantar de sus ruinas a todo el género humano. El hombre y la mujer habían caído de su dignidad primera, y uno y otro, por su miserable caída, quedaron degradados; Jesucristo los ha rehabilitado, elevándolos a mayor grandeza de la que habían caído. Regenerador de la raza de Adán, ha formado como una nueva humanidad, una sociedad nueva, su Iglesia santa, destinada a continuar su obra de santificación hasta el fin de los siglos; y en esta nueva sociedad ha levantado al hombre y a la mujer, hasta asociarlos consigo para la obra divina de la regeneración del mundo.

   Echad una mirada sobre el plan del divino Restaurador: bien pronto notaréis que el hombre ocupa el primer lugar en el orden jerárquico; pero al mismo tiempo veréis que la mujer está junto al hombre en puesto distinguido, desempeñando el papel de cooperadora, del cual depende el buen suceso y el fruto de todos los ministerios de la Iglesia.

   Para que llene su grandioso cometido, Jesucristo adornó a la mujer cristiana con los más nobles dones de su gracia. La hija de Eva, degradada por el pecado, y entregada a las afrentosas bajezas del vicio, se convirtió en la más innoble de las criaturas; pero sublimada por el divino Salvador, se ha transformado en la más bella, la más sublime creación del cristianismo.

   Para pintar esta fisonomía celestial, sería necesario tomar los pinceles de mano de los ángeles y arrebatar al cielo sus colores.

   Lo que el Sabio dice de la mujer virtuosa en general, de una manera particular puede aplicarse a la mujer cristiana. Lo que es para el mundo, dice, el sol al nacer en las altísimas moradas de Dios, eso es la gentileza de la mujer virtuosa, para el adorno de la casa. Antorcha que resplandece sobre el candelero sagrado es la compostura del rostro en la edad robusta. Cimientos eternos sobre sólida piedra son los mandamientos de Dios en el corazón de la mujer santa. (Eccli. XXVI - 21, 22, 24).

   Para realizar este bello ideal, debe la mujer cristiana, en primer lugar, conocer a fondo la gran misión que le está confiada; y en segundo lugar, las condiciones requeridas para llenarla debidamente.

   En cuanto a lo primero, su misión se puede considerar desde dos puntos de vista:

   I) En sí misma, tal cual le ha sido designada por Jesucristo a la mujer cristiana.
   II) En la historia, tal cual la mujer cristiana la viene cumpliendo desde hace veinte siglos.

   I. Misión de la mujer cristiana considerada en sí misma. La misión de la mujer cristiana está encerrada en estas palabras del Criador: No es bueno que el hombre esté sólo; hagámosle una ayuda semejante a él mismo. (Gen. II, 18). Por estas grandiosas palabras, de las cuales el Criador ha querido hacer una ley social, Dios crió a la mujer para que fuese una ayuda del hombre, no solamente en el orden material, sino principalmente en el orden espiritual. Ayudar al hombre a salvar su alma: ved ahí el más elevado fin de la mujer; ésta es su gloria, éste su noble ministerio, ésta su más dulce felicidad.

   Admirad la amplitud de esta sublime misión: la mujer, establecida por Dios y por Jesucristo para ser la ayuda del hombre en toda la extensión de la palabra, no circunscribe su acción dentro de los estrechos límites de la familia, sino que la extiende al Estado y aun hasta la Iglesia: debe contribuir poderosamente a propagar la vida cristiana, así en el bullicio del siglo como en el silencioso retiro del claustro.

   a) En el siglo. Primeramente la mujer cristiana ejerce en el siglo un verdadero apostolado en el seno de la familia. Con sus instrucciones e insinuantes palabras, y con sus ejemplos, hace que la piedad y la paz reinen en el santuario doméstico. Es como una resplandeciente antorcha que puesta sobre el candelero en medio del hogar, derrama de continuo la luz vivificante de la fe práctica, alumbrando a todos cuantos moran en la casa. Es como un vaso de exquisitos perfumes que esparce en su derredor el suave olor de Cristo, por sus amables virtudes. (Juan. XII, 3).

   ¿Es madre de familia? Santifica a su esposo, a sus hijos, a sus domésticos. ¿Es, acaso, joven soltera? Edifica a sus hermanos y aun a sus padres con los dulces encantos de la virtud.

   ¿Qué diremos, pues, del alcance de este apostolado? Santificando la familia, la mujer santifica a la Iglesia y al Estado; puesto que, lo que la raíz es al árbol, lo que el manantial al arroyo, lo que la base al edificio, es la familia a la Iglesia y al Estado. De la familia recibe el Estado sus ciudadanos, y sus miembros la Iglesia. Este suave y eficaz apostolado no se encierra en los estrechos límites del hogar doméstico: la mujer cristiana lo ejerce donde quiera que se encuentre; pero singularmente en el templo del Señor y en la morada del pobre.

   ¿Quiénes son los que en la iglesia dan ejemplo de la más tierna piedad, reciben con mayor frecuencia los santos sacramentos, asisten con más asiduidad y devoción al sacrificio de la misa, y escuchan la palabra de Dios con mayor recogimiento? ¿No son acaso las mujeres cristianas? Después de haber llenado sus deberes domésticos, su ingénita piedad las lleva a la casa de Dios, para hartar su alma en los purísimos raudales del Salvador, llenándose de esa vida sobrenatural y divina que, aun en medio de los vaivenes del mundo, causa la paz y el gozo en el corazón. Animada por esta vida, que no es otra cosa sino la caridad, siéntese feliz en visitar a los pobres y afligidos, y halla la dicha enjugando sus lágrimas, y derramando en sus corazones la esperanza del bienestar y del gozo no lejano. ¡Qué sermón tan elocuente no es el ejemplo de estos ángeles de la caridad!

   No es esto todo. ¿De dónde proceden esas obras de beneficencia, tan numerosas y tan apropiadas a todas las miserias de la actual sociedad? ¿Tantos patronatos, tantos talleres, cocinas económicas, escuelas gratuitas, asilos de toda clase, para la infancia abandonada y para la ancianidad desvalida, como vemos que se fundan cada día, se sostienen y se multiplican? ¿No es, por ventura, las más de las veces, por la iniciativa, y siempre con la cooperación, con las limosnas, con el concurso personal de la mujer cristiana? ¿Sin ella, sin el celo industrioso de su corazón, sin el socorro de su mano bienhechora, no se verían languidecer y anularse la mayor parte de esas caritativas obras?

   ¿De dónde proviene el esplendor del culto, la riqueza en los altares, la magnificencia en las sacerdotales vestiduras? En las procesiones solemnes, ¿quién contribuye al grandioso aparato de la pompa religiosa? ¿Quién se esmera más en las públicas decoraciones, tan propias para despertar el santo entusiasmo en el pueblo, y glorificar al Dios de las alturas? ¿No es siempre la mujer cristiana, con su fe, con su celo, con su ingeniosa piedad, quien rinde esos espléndidos homenajes a la Soberana Majestad del Señor? Así llena su misión, manifestando la apacibilidad de las virtudes domésticas, la piedad fervorosa en el templo, las explosiones del entusiasmo religioso en calles y plazas, su benéfica caridad en todas partes. Es en medio del mundo aquella lámpara que arde e ilumina, de que habló el Salvador: ilumina con los esplendores de la fe y arde con los ardores de la caridad.

   b) En la religión. Veamos cómo llena su misión en el retiro del claustro. Nuestro divino Redentor ha instituido la vida religiosa para las almas escogidas, que, animadas de los más nobles sentimientos, aspiran a la perfección cristiana; para aquellas almas generosas, que, pisoteando con sus pies los bienes perecederos y deleznables, solamente desean los eternos; que, considerando que no tienen más que una sola vida, quieren consagrarla toda entera a su Dios; finalmente, para aquellas almas que, animadas de una santa ambición, quieren conquistar para sí un elevado trono de eterna gloria, y tener por esposo al Rey inmortal de los siglos.

Localización del Purgatorio – Santa Liduvina de Shiedam (No dejen de leer esta historia)





Nota nuestra: Una realidad estremecedora y espantosa que muchos católicos olvidan, el Purgatorio existe y no hay palabras humanas para describir lo sufrimientos que allí se padecen.

   Narramos aquí la tercera visión relativa al interior del Purgatorio, aquella de Santa Liduvina de Shiedam, Holanda, quien murió el 11 de abril de 1433, y cuya historia escrita por un sacerdote contemporáneo, goza de la más perfecta autenticidad. Ésta admirable virgen, un verdadero prodigio de la paciencia cristiana, fue presa de muchos dolores y de los padecimientos más crueles por un período de treinta y ocho años. Estos sufrimientos hacían imposible para ella el dormir, pasaba las largas noches rezando, y muy frecuentemente, llevada en espíritu, era conducida por su Ángel guardián a las regiones misteriosas del Purgatorio, allí ella vió moradas, prisiones, diversas mazmorras, cada una más tenebrosa que la otra; se encontró con almas que ella conocía, y le fueron mostrados los diferentes castigos.

   Se puede preguntar, “¿Cuál fue la naturaleza de esos viajes extáticos?” ello es difícil de explicar; pero podemos concluir por otras circunstancias que había más realidad en ellos que lo que podemos creer. La santa inválida hizo viajes similares y peregrinajes en la tierra, a los lugares santos de Palestina, a las iglesias de Roma, y a los monasterios en la vecindad. Ella tenía un conocimiento exacto de los lugares por los que había viajado en espíritu. Un religioso del monasterio de Santa Isabel, conversando un día con ella, hablando de las celdas, de los salones, del refectorio, etc., de su comunidad, dióle a él una detallada descripción de su casa, como si ella estuviera viviendo allí. El Religioso habiendo expresado su sorpresa, le oyó decir: “Sepa padre, que yo he estado en su monasterio; he visitado las celdas, he visto a los ángeles guardianes de todos aquellos que las ocupan”. En uno de los viajes que nuestra Santa hizo al Purgatorio ocurrió lo siguiente:
   Un desafortunado pecador, enredado en las corrupciones de éste mundo, fue finalmente convertido por las oraciones y urgentes exhortaciones de Liduvina, el hizo una sincera confesión de todos sus pecados y recibió la absolución, pero tuvo poco tiempo para practicar la penitencia, ya que poco después murió por causas de la plaga.

   La Santa ofreció muchas oraciones y sufrimientos por su alma; y algún tiempo después, habiendo sido transportada por su Ángel al Purgatorio, ella quiso saber si él estaba todavía allí y en qué estado. “Él está aquí” dijo su Ángel, “y está sufriendo mucho” ¿Estarías dispuesta a sufrir algunos dolores con el fin de disminuir los de él?” “Claro que sí,” dijo ella, “Estoy lista para sufrir cualquier cosa con tal de ayudarlo.”

   Instantáneamente, su Ángel la condujo a un lugar de espantosas torturas. “¿Es esto el infierno hermano mío?” preguntó la Santa dama sobrecogida de horror. “No, hermana”, le contestó el Ángel, “pero esta parte del Purgatorio está en el límite con el Infierno”. Mirando hacia todos lados, vio ella lo que se asemejaba a una inmensa prisión, rodeada con murallas de una prodigiosa altura, cuya oscuridad, junto con las monstruosas piedras, la llenaron de horror. Acercándose a este gigantesco enclaustramiento, ella oyó un ruido confuso de lamentos, gritos de furia, cadenas, instrumentos de tortura, golpes violentos que los verdugos descargaban contra sus víctimas. Este ruido era tal que todo el tumulto del mundo, en tempestad o batalla, no podría tener comparación con él. “¿Que es entonces este horrible lugar?” pregunto Santa Ludwina a su buen Ángel.

   “¿Deseas que te lo muestre?” “No, te lo suplico”, dijo sobrecogida de terror, “el ruido que oigo es tan aterrador que no puedo seguir escuchándolo; ¿Cómo puedo, entonces, soportar la vista de esos horrores?”

   Continuando con su misteriosa ruta, ella vió un Ángel sentado tristemente en las paredes de un pozo.

   “¿Quién es ese Ángel?” le preguntó a su guía. “Es”, dijo él, “el Ángel guardián del pecador en cuya suerte estas interesada. Su alma está dentro de ese pozo, donde tiene un Purgatorio especial”. Tras estas palabras, Liduvina miró inquisitivamente a su Ángel; ella deseaba ver esa alma que le era tan querida, y tratar de librarlo de tan espantoso hoyo. El Ángel que comprendió su deseo, descubrió el pozo, y una nube de llamas, junto con los más lastimeros lamentos brotaron de él.

   “¿Reconoces esa voz?” le pregunto el Ángel a ella. “¡Ay! Sí”, contestó la sierva de Dios. “¿Deseas ver esta alma?” continuó él. Al oír su respuesta afirmativa, el Ángel le llamó por su nombre; e inmediatamente nuestra virgen vió aparecer en la boca del foso un espíritu envuelto todo en llamas, que parecía un metal incandescente al rojo vivo, y quien al verla le dijo en una voz escasamente perceptible, “¡Oh Liduvina, sierva de Dios! ¿Quién me ayudará para contemplar la cara del Altísimo?”

   La visión de ésta alma, presa del más terrible tormento de fuego, le causó tal conmoción a nuestra Santa que el cinturón que ella usaba alrededor del cuerpo se rasgó en dos; y siéndole imposible seguir viéndole en tal estado, despertó repentinamente de su éxtasis.

   Las personas presentes, percibiendo su temor, le preguntaron su causa. “¡Ay!” replicó ella “¡Que tan espantosas son las prisiones del Purgatorio!” “Fue para ayudar a las almas que yo consentí descender allá. Sin este fin, aunque me fuere dado todo el mundo, no pasaría otra vez por el terror que tan horrible espectáculo me causó.”

   Algunos días después, el mismo Ángel que ella había visto tan desolado, se le apareció con una actitud feliz, le dijo que el alma de su protegido había abandonado el pozo y había pasado al Purgatorio ordinario.

   Éste alivio parcial no satisfizo a Liduvina, continuó rezando por el pobre paciente, aplicando a él los méritos de sus sufrimientos, hasta que pudo ver que las puertas del Cielo se abrieron para él.


Traducido del inglés del libro original en francés

“PURGATORIO” Explicado por las Vidas y Leyendas de los santos.

Del padre F. X. Shouppe, S. J.

lunes, 23 de abril de 2018

Modestia de los ojos – Por San Alfonso María de Ligorio.








   “Aparta los ojos para que no contemplen la vanidad; (Salmo 119: 37)” “las miradas licenciosas son causa que las almas perezcan”. San Poemen de Egipto.

   Casi todas nuestras pasiones rebeldes surgen de miradas descuidadas; porque, en términos generales, es a través de la vista que todos los afectos y deseos desordenados son excitados.  Por lo tanto, el santo Job hizo un pacto con sus ojos, que ni siquiera pensaría en una virgen.  ¿Por qué dijo él que ni siquiera pensaría en una virgen? ¿No debería haber dicho que hizo un pacto con sus ojos para no mirar a una virgen? No; muy propiamente dijo que no pensaría en una virgen; porque los pensamientos están tan conectados con las miradas, que los primeros no pueden separarse de los segundos, y por lo tanto, para escapar del abuso de las imaginaciones malvadas, resolvió nunca fijar sus ojos en una mujer.

   San Agustín dice: “El pensamiento sigue la mirada, el deleite viene después del pensamiento y el consentimiento después del deleite”. De la mirada procede el pensamiento; desde el pensamiento el deseo; porque, como dice San Francisco de Sales, lo que no se ve no es deseado, y el deseo tiene éxito en el consentimiento.  Si Eva no hubiera mirado la manzana prohibida, no debería haberse caído; pero como vio que era bueno para comer, y bello para los ojos, y bello de contemplar, tomó de su fruto y comió.

   El diablo primero nos tienta a mirar, luego a desear, y luego a consentir.

   San Jerónimo dice que Satanás requiere “solo un comienzo de nuestra parte”. Si comenzamos, él completará nuestra destrucción.

   Una mirada deliberada a una persona de diferente sexo a menudo enciende una chispa infernal que consume el alma. “A través de los ojos”, dice San Bernardo, “entran las flechas mortales del amor”. El primer dardo que hiere y roba frecuentemente a las almas de vida castas encuentra su admisión a través de los ojos. Por ellos, David, el amado de Dios, cayó. Por ellos fue Salomón, una vez inspirado por el Espíritu Santo, atraído hacia las más grandes abominaciones. ¡Oh! ¡Cuántos se pierden al complacer su vista!

   Los ojos deben ser cuidadosamente guardados por todos los que esperan no ser obligados a unirse al lamento de Jeremías: “Mi ojo ha malgastado mi alma”. Por la introducción de afectos pecaminosos, mis ojos han destruido mi alma. Por lo tanto, San Gregorio dice que “los ojos, porque nos atraen al pecado, deben estar reprimidos”.  Si no se restringen, se convertirán en instrumentos del infierno, para obligar al alma a pecar casi en contra de su voluntad.  “El que mira un objeto peligroso”, continúa el santo, “comienza a querer lo que no quiere”. Fue esto lo que el escritor inspirado quiso expresar cuando dijo de Holofernes, que la belleza de Judith hizo cautivo a su alma.

   Séneca dice que “la ceguera es parte de la inocencia”. Y Tertuliano relata que cierto filósofo pagano, para liberarse de la impureza, se arrancó los ojos. Tal acto sería ilegal en nosotros: pero el que desea preservar la castidad debe evitar la vista de objetos que puedan excitar pensamientos impuros. “No miren”, dice el Espíritu Santo, “sobre la belleza de los demás... Por la presente, la lujuria se enciende como un fuego”. No mires a la belleza de otro; porque de miradas surgen las imaginaciones malignas, por las cuales se enciende un fuego impuro.

   De ahí que San Francisco de Sales solía decir que “los que desean excluir a un enemigo de la ciudad deben mantener las puertas cerradas”.

domingo, 22 de abril de 2018

POR UN POCO... (III PASCUA)





   Muchas cosas en esta vida son cuestión de un poco más o de un poco menos. Los célebres pequeños márgenes: por poco se mata el otro en aquella curva, pero no se mató; por poco acertamos con los catorce resultados de la quiniela, pero no acertamos más que trece; un poco más, un esfuerzo más, y sacamos las oposiciones y, con ellas, un buen puesto para toda la vida; un poco de coba, y tal vez nos suben el sueldo; un poco olvidarnos del séptimo mandamiento, y hacemos un negocio imponente; un poco de seguir el régimen, y quizá nos curamos radicalmente.

   Muchas veces ese poco es una cosa muy importante que puede o podría haber cambiado el signo de nuestra vida. Y ahora nos preguntamos: ¿No habrá también un “poco” de esos para conseguir la vida eterna? Pues sí, lo hay. Lo dice Cristo en el Evangelio:

   En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Todavía un poco y ya no me veréis, y todavía otro poco y me veréis. Dijéronse entonces algunos de los discípulos: ¿Qué es esto que nos dice: todavía un poco y no me veréis, y todavía otro poco y me veréis? Y porque voy al Padre. Decían, pues: ¿Qué es esto que dice un poco? No sabemos lo que dice. Conoció Jesús que querían preguntarle, y les dijo: ¿De esto inquirís entre vosotros porque os he dicho: todavía un poco y no me veréis, y todavía otro poco y me veréis? En verdad, en verdad os digo, que lloraréis y os lamentaréis y el mundo se alegrará; vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando está de parto, siente tristeza porque llega su hora; pero cuando ha dado a luz un hijo, ya no se acuerda de su tribulación, por el gozo que tiene de que ha nacido un hombre en el mundo. Vosotros, pues, ahora tenéis tristeza; pero de nuevo os veré y se alegrará vuestro corazón y nadie será capaz de quitaros vuestra alegría.

   Aquí tenemos el “poco” de Cristo: un poco de aguantar en esta vida y luego la vida eterna en premio para vosotros.

   Pero este poco es lo que nos cuesta. No sabemos jugar a la lotería con Dios; no sabemos hacer quinielas para la vida eterna. No sabemos adelantar ese pequeño precio que Dios nos exige de sacrificio, de rectitud, para cobrar después la felicidad interminable.

   Pero con una diferencia esencial: que aquí pagamos por la lotería o las quinielas, y luego nos toca o no nos toca; lo más probable es que no nos toque; y, entonces, dinero perdido. Con la vida eterna no es así: si nosotros pagamos en esta vida este precio de rectitud y buena conciencia, nos toca, seguro; es como si supiéramos de antemano el número del gordo y los resultados de los partidos del domingo.

   Pero ni por esas. Viene Cristo, y luego los apóstoles, y luego los predicadores, ofreciendo entradas para la felicidad eterna..., y nada.

   Va Cristo a casa de un industrial. Toca a la puerta, sale el dueño, y Cristo le dice: —Mire usted: vendo billetes para la vida eterna. Premio seguro. Un poco de ser recto en esta vida, y ya está. — El industrial le da buenas palabras: —Mire usted, Señor: tal vez en otra ocasión...; es que ahora tengo otro asuntillo urgente entre manos; mire: se trata de otro “poco” también. Mire usted, Jesucristo: un poco que gaste en propinitas con este, ese y aquel, y me va a venir a las manos un negocio redondo de maquinaria, algo para hincharse; podremos venderla al precio que nos dé la gana..., y sólo con un poco que ahora sepa uno aflojar... Ya comprenderá usted, Señor Jesucristo, que ahora no puedo hacerme cargo de su oferta; es que este asunto mío es muy bueno y, claro, uno no puede tomar lo de aquí y lo suyo a la vez...; son incompatibles, usted mismo lo ha dicho en alguna ocasión. Ya me entiende usted, Jesucristo; usted obra con rectitud, y yo, en este asunto mío, tengo que practicar algún pequeño soborno, algún suave enjuague...; ahora no puede ser lo suyo..., pero, ¡entendámonos!, tomo nota de su oferta y quién sabe si más tarde..., un poco de rectitud, y la vida eterna, ¡eso es! Tal vez le cueste encontrar accionistas para ese plan, pero ¿quién sabe? No hay que desanimarse... Hasta otra ocasión, Señor Jesucristo.

sábado, 21 de abril de 2018

Qué cosa es tribulación; y cómo se divide en temporal y eterna. – Por el P. PEDRO DE RIVADENEIRA. S. J.





   Cualquiera de nuestros sentidos y potencias se deleita con su objeto propio y proporcionado, y se entristece cuando el objeto le es contrario y desconveniente. El ojo naturalmente se alegra con la vista de cosas lindas, y el oído con la música concertada, y el gusto con los manjares sabrosos, y el olfato con los olores suaves; y al contrario, reciben pena estos sentidos cuando lo que se ve es triste, y lo que se gusta es desabrido, y lo que se oye y se huele es desagradable e insuave. Lo mismo podemos decir en los demás sentidos y potencias interiores y exteriores; y aquella pena y aflicción que reciben, o con el objeto contrario, o con la falta y deseo de su propio y conveniente objeto, llamarnos tribulación; y llámese así de tribulo, voz latina, que es una yerba aguda y espinosa, que en castellano llamamos abrojo, porque como él, inca y lastima. Otros derivan este nombre de tribulación de tribula, que en latín es lo que nosotros llamamos trilla, (instrumento bien conocido de los labradores), con la cual en la era se trillan y apuran las mieses. Porque, así como la mies se aprieta y quebranta con la trilla, y se despide la paja, y queda limpio y mondo el grano, así la tribulación, apretándonos y quebrantándonos, nos doma y humilla, y nos enseña a apartar la paja del grano y lo precioso de lo vil, y nos da luz para que conozcamos lo que va de cielo a tierra, y de Dios a todo lo que no lo es.


   Supuesta esta declaración, se ha de notar que hay dos linajes de tribulación y pena, con que los hijos de Adán son afligidos y fatigados después que nuestros primeros padres pecaron. El uno es temporal, que se acaba con esta vida, y el otro es eterno, que durará mientras duráre Dios. Por esto dijo el Eclesiástico XXI que el pecado es como espada de dos filos, y que es incurable su herida, porque obliga a pena temporal y á pena perdurable, y de suyo es incurable la herida que hace, porque ni con nuestras fuerzas ni con las de toda la naturaleza no se puede curar, si Dios, por los merecimientos de la sangre de su precioso Hijo, no la sana. Y el mismo Eclesiástico XXI en el mismo capítulo, luego más abajo, dice: “el camino de los pecadores es pedregoso, y el paradero de ellos es  infierno, tinieblas y penas.”  Diciendo que el camino es pedregoso, da a entender el trabajo y pena con que caminan los malos, y añadiendo que el paradero es infierno, tinieblas y penas, declara que las tribulaciones y penas de ellos no se rematan con su vida. Y el profeta Nahum dijo: “¿Por qué pensáis mal contra el Señor? Él dará fin a estas calamidades, y la tribulación no será doblada; dando a entender que con la tribulación temporal y breve de esta vida quedarían los hombres purgados, y que no se seguiría tras ella la eterna, ni se, añadiría tribulación a tribulación. Y Job V dice: “Dios te librará en seis tribulaciones, (que son todas las de esta presente vida), y no te tocará la séptima tribulación, (que es la eterna), ni vendrá mal sobre tí.” No es, pues, mi intención hablar ni tratar aquí de las penas y tribulaciones que padecen los pecadores en el infierno, porque estas no tienen remedio, alivio ni consuelo, y son tantas y tan horribles y espantosas, que no se pueden con entendimiento humano comprender, y mucho menos con lengua explicar. Lo que pretendo es hablar de las congojas y fatigas de que está sembrada toda esta vida miserable, y de la fruta que en este valle de lágrimas y destierro nuestro cogemos, para que, pues necesariamente habernos de gustar y comer de ella, y esto no se puede excusar, de tal manera comamos, que no nos moleste su amargura, ni nos quede dentera de tan desabrido manjar, sino que lo desabrido se nos haga sabroso, y dulce lo amargo, y suave lo áspero, y fácil y llevadero lo dificultoso e insufrible.



“TRATADO DE LA TRIBULACIÓN”


EL VERDADERO CONSUELO DEBE BUSCARSE SÓLO EN DIOS – POR TOMÁS DE KEMPIS.





El discípulo. Todo lo que puedo imaginar o desear para mi solaz, no lo espero en esta vida, sino en la otra.

Pues aunque yo solo tuviera todas las comodidades del mundo y pudiera gozar todos sus placeres, cosa cierta es que no durarían mucho tiempo.

Por eso, alma mía, jamás encontrarás alegría completa, ni satisfacción perfecta sino en Dios, que consuela a los pobres y favorece a los humildes.

Espera un poco, alma mía; espera el cumplimiento de las promesas de Dios. Ya tendrás abundancia de todos los bienes en el cielo.

Si tienes ambición excesiva de bienes temporales, perderás los eternos y celestiales.

Lo temporal, usarlo, y lo eterno, desearlo.

Ningún bien temporal podrá llenarte, pues no fuiste creada para gozarlos.

Aunque poseyeras todos los bienes creados, ni aun así serías feliz y bienaventurada porque toda tu felicidad y bienaventuranza esta en Dios, quien creó todas las cosas.

Pero esa felicidad y bienaventuranza no es como la entienden y estiman los insensatos amigos del mundo, sino como la esperan los buenos y fieles amigos de Cristo; como de antemano la gozan algunas veces las almas espirituales y limpias de corazón que viven en la tierra como si viviesen en el cielo.

Vano y breve es todo consuelo humano. El consuelo dulce y verdadero es el que se recibe de la verdad en el espíritu.

El hombre piadoso lleva consigo por todas partes a Jesús, su consolador, y le dice: “Jesús, Señor mío, acompáñame siempre y dondequiera.» «Que sea mi consuelo el desear carecer de todo humano consuelo.” “Y si también me veo privado de tus consuelos, que mi más dulce consuelo sea tu voluntad y las justas pruebas a que me sujetas.” “Porque no será eterna tu ira, ni tampoco tus amenazas” (Sal 102, 9).


“LA IMITACIÓN DE CRISTO”

miércoles, 11 de abril de 2018

Frase de San Columbano.


“ODIAR el error y AMAR la verdad” – Por el R.P. Guillaume Devillers.



   Existe una diferencia infinita entre el error y la verdad, porque la verdad lleva a la vida eterna y el error al suplicio eterno. Existe igualmente una diferencia infinita entre el bien y el mal. Por esa razón las pretensiones liberales no son más que delirios criminales: Delirio criminal de un estado neutro que da los mismos derechos al bien y al mal, al error y a la verdad. Delirio de las criminales libertades de prensa, de religión, etc. que están llevando la humanidad a su perdición. Delirio de los delirios la tan mentada “no discriminación” que pretende rehabilitar con todos los honores al error y al mal, o sea a Satanás, a sus pompas y a sus obras, es decir: a todas las perversiones habidas y por haber, incluyendo el horrendo crimen del aborto.

   Contra tales locuras, debemos tener el culto y el amor a la verdad, estudiarla, estudiar la doctrina eterna de la Iglesia, propagarla, ser apóstoles, luchar contra el error bajo todas sus formas. Porque la verdad es única e inmutable pero el error múltiple y siempre cambiante.

   El error reviste mil formas distintas, usadas por el demonio para engañar a los pobres hijos de Eva y arrastrarlos consigo a las llamas del infierno.

   La verdad es única, santa y hermosa.

   La verdad no es difícil de encontrar porque Dios hizo bien las cosas, nos dio la luz de la razón y nos iluminó con la luz de la revelación. Quien busca la verdad la encuentra.

   La verdad se ha encarnado y desde entonces tiene un nombre que es el santo nombre de Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Por lo tanto: Amor a la verdad, amor a Jesús y María.

   Guerra al error, ¡guerra a Satanás!


   FUENTE: Revista “Iesus Chistus” (septiembre – octubre de 2006). FSSPX.



Las estaciones del alma – Por San Francisco de Sales.






   Me doy cuenta de que en vuestra alma se dan cita todas las estaciones del año; que tan pronto advertís el invierno con tantas arideces, distracciones, dispersiones, sufrimientos e inquietudes, como las rosas del mes de mayo, con el perfume de las santas florecillas, como tan pronto os llegan los ardientes deseos de complacer a nuestro buen Dios. No queda más que el otoño, durante el cual —como vos decís— no veis muchos frutos. Pues bien, a menudo sucede que, trillando el grano y prensando la uva, se acabe por encontrar más de lo que prometieran la siega y la vendimia. Vos querríais que siempre fuera primavera y verano; pero no, querida Hija mía, es preciso que haya también una rotación tanto en lo interior como en lo exterior. En el Cielo sí que será toda primavera en cuanto a la belleza, siempre otoño en cuanto al disfrute y la alegría, siempre verano en cuanto al amor. No habrá invierno alguno; pero aquí el invierno es necesario para la práctica de la abnegación y de las mil pequeñas y hermosas virtudes que se ejercitan en tiempos de sequía. Avancemos siempre paso a paso; contando con que nuestro propósito sea bueno y firme, no podemos más que caminar bien.

Carta a Santa Juana Francisca Fremiot de Chantal (11 de febrero de 1607)

sábado, 7 de abril de 2018

SAN MACARIO Y EL DEMONIO – Por el Cura de Ars.





Escuchad lo que nos cuenta la historia (Vida de los Padres del desierto, San Macario de Egipto, t. 11, p. 358.).

   San Macario, un día que regresaba a su morada con un atado de leña, hallo al demonio empuñando un tridente de fuego, el cual le dijo: “Oh, Macario, cuanto sufro por no poderte maltratar; ¿por qué me haces sufrir tanto?, pues cuanto haces, lo practico yo mejor que tu: si tu ayunas, yo no como nunca; si tu pasas las noches en vela, yo no duermo nunca; solamente me aventajas en una cosa, y con ella me tienes vencido”. ¿Sabéis cuál era la cosa que tenía San Macario y el demonio no?

   ¡Ah!, amados míos, LA HUMILDAD. ¡Oh, hermosa virtud, cuan dichoso y cuan capaz de grandes cosas es el mortal que la posee!


“Fragmento de sermones escogidos sobre el orgullo”

martes, 3 de abril de 2018

LA LEVITACIÓN – Por Fray Antonio Royo Marín O.P.




   
Aclaración: para entender esta publicación de ser leído en su totalidad. Pues al sacar una parte de su contexto, se puede llegar a conclusiones erróneas.


LEVITACIÓN.

   He aquí otro fenómeno maravilloso que no presenta, sin embargo, las dificultades del anterior para su explicación satisfactoria.

   1. El hecho. — Como su nombre indica, consiste este fenómeno en la elevación espontánea, mantenimiento o desplazamiento en el aire del cuerpo humano sin apoyo alguno y sin causa natural visible.

   Por lo regular, la levitación mística se verifica siempre estando el paciente en éxtasis. Si la elevación es poca, se la suele llamar éxtasis ascensional. Si el cuerpo se eleva a grandes alturas, recibe el nombre de vuelo extático. Y si empieza a correr velozmente a ras del suelo, pero sin tocar en él, constituye la llamada marcha extática.

   2. Casos históricos. —Se han dado multitud de casos en las vidas de los santos. Los principales son los de San Francisco de Asís, Santa Catalina de Sena, San Felipe Neri, San Pedro de Alcántara, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Francisco Javier, Santo Tomás de Villanueva, San Pablo de la Cruz y, sobre todo, San José de Cupertino, que es, sin disputa, el primero de todos en esta manifestación extraordinaria de lo sobrenatural. En su proceso de canonización se registran más de setenta casos de levitación ocurridos sólo en la villa de Cupertino o sus alrededores; el número total fué muchísimo mayor. Se le vio volar bajo las bóvedas de la iglesia, sobre el pulpito, a lo largo de las murallas o delante de un crucifijo o imagen piadosa; planear sobre el altar o en torno del tabernáculo, sobre las copas de los árboles, sostenerse y balancearse como un pájaro ligero sobre las ramas débilísimas, franquear de un salto largas distancias. Una palabra, una mirada, el menor incidente relacionado con la piedad, le producían estos transportes. En una época de su vida llegaron a ser tan frecuentes que sus superiores hubieron de excluirle del cargo de hebdomadario en el coro, pues, en contra de su voluntad, interrumpía y perturbaba las ceremonias de la comunidad con sus vuelos extáticos. Dichos vuelos fueron perfectamente vistos y comprobados por multitud de personas, entre ellas por el papa Urbano VIII y el príncipe protestante Juan Federico de Brunswick, quien quedó tan impresionado por el fenómeno, que no solamente se convirtió al catolicismo, sino que tomó el cordón de la Orden franciscana, a la que pertenecía el Santo.

   También es notabilísimo el caso de la Venerable sor María de Jesús de Agreda. En sus éxtasis, su cuerpo se hacía inmóvil, insensible, y se mantenía un poco elevado sobre la tierra, ligero como si hubiese perdido su peso material. Bastaba con soplarle ligerísimamente, aun desde lejos, para verle agitarse y balancearse como una ligera pluma.

   3. Explicación del fenómeno. —Cuando el fenómeno se realiza en los santos, tiene un origen evidentemente sobrenatural, aunque podría también verificarse por intervención diabólica, como veremos. La simple naturaleza no puede alterar las leyes de la gravedad, siempre fijas y constantes.

   “Los racionalistas—advierte Tanquerey —han intentado explicar este fenómeno de un modo natural, ya por la aspiración profunda de aire en los pulmones, ya por una fuerza física desconocida, ya por la intervención de espíritus o de almas separadas; quiere esto decir que no han hallado explicación seria de ellos.

   La explicación clásica de los autores católicos (López Ezquerra, Scaramelli, Ribet, etc.) es la de Benedicto XIV, recogida en estas tres conclusiones

1. La elevación en el aire bien comprobada no puede explicarse naturalmente.
2.  No supera, sin embargo, las fuerzas del ángel ni del demonio, los cuales pueden levantar en vilo los cuerpos.
3. En los santos, ese fenómeno es una participación anticipada del don de agilidad, propio de los cuerpos gloriosos.

   4. Sus falsificaciones. —Sin embargo, aunque esta explicación sea plenamente satisfactoria y nada deje que desear, hay que tener en cuenta que es éste uno de los fenómenos sobrenaturales que más fácilmente se pueden falsificar, no sólo por la acción preternatural diabólica, sino incluso por los mismos extravíos de la patología humana. Vamos, pues, a dividir estas falsificaciones en dos grupos: naturales y preternaturales.

QUÉ DISPOSICIÓN SE DEBE TENER, Y CÓMO SE DEBE ORAR CUANDO SE DESEA OBTENER ALGUNA COSA – Por Tomás de Kempis.





Cristo. Hijo mío, pide así en toda ocasión: “Señor, que se haga esto, así, si es de tu agrado. Señor, que en tu nombre se haga esto, si ha de ser para tu honra. Señor, si ves que esto me conviene, y sabes que me será provechoso, dámelo para hacer uso de ello en tu honor. Pero quítame este deseo, si conoces que lo que quiero no me ayudará a salvarme, y sí me dañará.”

Porque no todos los deseos vienen del Espíritu Santo, aunque le parezcan al hombre razonables y buenos.

Difícil es discernir con certeza si es el espíritu bueno o un espíritu extraño quien te impele a desear las cosas; o si quien te mueve es tu propio espíritu.

Muchos se engañaron al fin, los cuáles al principio parecían guiados del espíritu bueno.

Por eso, con temor de Dios y humildad de corazón se debe desear y pedir lo que se presente a la voluntad como deseable; y más que todo, se me deben encomendar todas las cosas, renunciando a la voluntad propia, orando de esta manera: “Señor, tú sabes cuál de estas dos cosas es la mejor. Hágase la una o la otra, como tú quieras. Dame lo que sabes que es lo mejor, lo que más te agrade y sea para tu mayor honra. Ponme donde quieras, y en todo haz de mí lo que quieras. Estoy en tus manos: dame vueltas y revueltas como quieras. Soy tu siervo, y estoy dispuesto a todo. No quiero vivir para mí, sino para ti. ¡Ojalá viva con la santidad que debo!”

El discípulo. Concédeme, Jesús misericordioso, que me visite tu gracia, conmigo coopere y hasta morir me acompañe.

Concédeme querer siempre y desear siempre lo que más te agrade, lo que más conforme sea con tu voluntad.

Que tu voluntad sea la mía, que siempre siga la tuya, y con ella se conforme perfectamente. Que tu querer y no querer sean también mí querer y no querer. Que yo no pueda querer o no querer sino lo que tú quieras o no quieras.

Concédeme morir a todo lo del mundo y amar por ti los desprecios y la obscuridad en esta vida.

Concédeme descansar en ti sobre todo bien, y hallar la paz de mi corazón en ti.

Porque tú eres la paz verdadera del corazón y su único descanso. Fuera de ti, todo es inquietud y amargura.

En esta paz, esto es, en ti, Bien sumo y eterno, descansaré y dormiré para siempre. Así sea.


“LA IMITACIÓN DE CRISTO”